A los 81 años, pocos antes de fallecer en Wallingford (Oxfordshire), alcanzado ese arquetipo que ella misma había perfeccionado en sus libros, el de la abuelita atildada que bajo su aspecto frágil esconde una frenética actividad mental, Agatha Mary Clarissa Miller, conocida como Agatha Christie, declaró en una entrevista que la complacería ser recordada como "una escritora bastante buena de novelas de detectives".

Lo de "buena" es objeto de opiniones enfrentadas, pues no faltan las voces críticas que ponen el acento en su esquematismo, sus trampas y lo pronto que quedó desfasada. Pero no cabe duda de que, a punto de cumplirse 125 años de su nacimiento, sigue empuñando desde el más allá el cetro de la autora de género negro más popular y leída del mundo.

"Le debemos el ser la precursora de la novela de crímenes, con una elegancia muy crítica con la frívola sociedad a la que ella misma pertenecía, infidelidades, codicia, la barrera de las clases sociales", dice la escritora Dolores Redondo.

Puesto que con 4.000 millones de ejemplares vendidos la Biblia duplica las ventas globales de sus obras, Christie estaría simbólicamente legitimada para declarar que es la mitad de conocida que Jesucristo. La sociedad limitada que lleva su nombre, de la que participa su nieto Mathew Prichard, obtiene hoy unos beneficios superiores a 3,5 millones de euros anuales en concepto de royalties por la venta de sus títulos.

Estos conservan la cualidad de rito de paso a la lectura adulta para millones de jóvenes; un tránsito hacia modelos de novela negra más cruda a aquellos a quienes despierta un interés temprano; un retorno nostálgico para los saturados de esos modelos y, en todos los casos, una forma amable y eficaz de entretenimiento que garantiza el placer que traen el reconocimiento y la falta de sobresaltos.

Esta última cualidad hogareña la sintetiza Dolores Redondo, responsable del fenómeno literario La trilogía del Baztán: "Leyéndola me inicié en la novela de crímenes, sus libros continúan siendo la lectura rápida y fluida de siempre y a la que regreso cuando me encuentro cansada y necesito volver a un territorio conocido y familiar", comenta la escritora.

"Hay quien pone el foco sobre los autores norteamericanos del siglo XX, a los que sin duda les debemos que en su periplo entre las drogas y el alcohol nos introdujeran en el mundo oscuro del que muchos formaron parte, pero pese a quien pese esto lo inventó esta señora", afirma contundentemente.

Tercer hijo de un matrimonio de clase media alta, Christie recibió buena parte de su educación en París. Antes de la escritora policiaca de éxito relumbrante, hubo una escritora no policiaca de fracaso rotundo. Se volcó en relatos que fueron sistemáticamente rechazados por las revistas y en una novela que no encontró editor.

Sin salir de su Torquay natal -ciudad en el sur de la costa de Devon-, Agatha Christie entró en contacto con la Primera Guerra Mundial de forma que supondría un inesperado punto de inflexión para su estancada carrera literaria. Pasó cuatro años en un hospital como enfermera, pero lo que sus biógrafos han visto como un regalo de los dioses cara a la futura elaboración de sus tramas, fue su ascenso remunerado a asistente en labores farmacéuticas. Así se familiarizó con la naturaleza y el empleo de multitud de drogas que luego puso en dosis letales en las desaprensivas manos de sus criaturas.

Además, la invasión nazi de Bélgica trajo una nutrida comunidad de refugiados a Torquay. No es difícil imaginarla cruzándose en su paseo marítimo con algún belga de negros y aceitosos bigotes, primorosamente vestido, que la inspiraría a crear a Hércules Poirot, el ex inspector que protagonizaría su primera novela negra, El misterioso caso de Styles.

La novela se publicó en 1921 y a las células grises del personaje, quintaesencia algo repelente del cerebro pensante cuyas hazañas son casi siempre narradas por su ayudante Hastings, le quedaban por delante otras 32 novelas y 65 relatos para acabar mereciendo el único obituario que ´The New York Times´ le ha dedicado a un ser imaginario.

Entre quienes tienen una deuda sentimental, pero también de oficio, con el sabueso y su madre, figura Alicia Giménez-Bartlett, autora de los relatos ´Crímenes que no olvidaré´, en torno a la inspectora Petra Delicado. "Los recuerdos son muy buenos -afirma-. Me divertía mucho leyendo las novelas que había en casa: Diez negritos, El templete de Nasse House... Me gustaba especialmente el detective Poirot. Como lectora aprendí que era importante la trama, estar enganchado hasta el final, también aprecié su humor, muy ligero, muy sutil".

¿Qué ofrecía la literatura de Christie para ganarse el favor de sus contemporáneos y seguir vigente tantas décadas después? A grandes rasgos, en toda ella había una invitación a que el lector jugara a anticiparse al investigador, un esquema inteligente y un desenmascaramiento de prejuicios, un estilo transparente que facilitaba la lectura, unos ambientes refinados o exóticos y resquicios para el humor y la sorpresa. Era un entretenimiento facturado con mucha competencia y fruto de una preparación minuciosa y un control obsesivo.

La metodología quedó al descubierto al publicarse en 2010 Agatha Christie. Los cuadernos secretos (Suma de Letras), labor de pasado a limpio, interpretación y análisis de las 72 libretas escolares, sencillas, baratas y preferiblemente de color rojo donde la Reina del Crimen -en hasta seis a la vez- tomó notas durante décadas para sus novelas y relatos en una caligrafía infernal (también apuntó horarios de tren, menús para la cena y otros asuntos más prosaicos que generaron un caos para el estudioso John Curran).

Descubrió que Christie se planteaba en primer lugar la ambientación de sus obras y que le daba muchas vueltas al reciclaje de contenidos. "Tenía -dice Curran- un don para entretejer variaciones casi infinitas sobre ideas en apariencia elementales. Las alianzas asesinas, el triángulo eterno, la víctima como asesino, el disfraz€ Utilizó y reutilizó estas argucias y estratagemas para confundir al lector y desbaratar expectativas".

Aunque quizás a algunas feministas no les complacería escuchar que Christie declaró que el mejor momento para planear una historia policiaca era mientras fregaba los platos, desafió muchas de las convenciones que limitaban a las mujeres de su tiempo. En 1922 viajó 10 meses por territorios del imperio británico (Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Hawái), experiencia transformadora y llena de nutrientes para su carrera literaria de la que dejó testimonio en unas cartas que la editorial Confluencias publicó en El gran tour, que incluye numerosas fotos tomadas por ella misma.

Su cámara también la acompañó por Siria e Iraq -fue una enamorada de Oriente Medio que tuvo en Egipto uno de sus destinos predilectos-, adonde viajó junto a su segundo marido, el arqueólogo Max Mallowan, con quien participó en las excavaciones. Un marido que le inspiró una cita tan recordada como alguna de sus novelas: "Un arqueólogo es el mejor marido que puede tener cualquier mujer. Cuanto más vieja se hace una, más interés muestra en ti".

Fue madre de una sola hija carnal, Rosalind, pero de un buen puñado de sabuesos, por mucho que sólo Poirot y Miss Marple parezcan ocupar el imaginario colectivo: Tommy y Tuppence Beresford, el superin­tendente Battle, Parker Pyne o su álter ego Ariadne Olivier. Christie protagonizó dos sonados misterios: cómo pudo sostener un ritmo de producción casi sobrehumano. Entre novelas -también publicó seis románticas bajo el seudónimo Mary Westmaccot-, relatos, obras de teatro y libros autobiográficos, su producción ronda los 85 títulos.

El otro misterio fue el lugar y los motivos de su desaparición durante 10 días en diciembre de 1926. El hecho movilizó a 1.000 policías y 15.000 voluntarios en labores de búsqueda, llevó a un periódico a ofrecer 100 libras a cambio de pistas, a Arthur Conand Doyle a contratar a una médium para que extrajera señales de un guante de la escritora y a la opinión pública a especular con una triquiñuela comercial o con un plan para culpar de asesinato a su primer marido, quien le había solicitado el divorcio tras confesar una infidelidad.

En vida fue reconocida con distinciones como el Mystery of America Grand Master Award y la Orden del Imperio Británico, y tras su muerte, con hechos como haber firmado la novela de detectives más vendida de la historia (Diez negritos, rebautizada Y no quedó ninguno en tiempos de corrección política).

Christie seguramente sólo lamentaría de su excepcional obra que hubiese inspirado a malhechores de carne y hueso. Sin entrar en detalles para no aguar la lectura a posibles curiosos, en Carolina de Norte se cometió en 1979 un asesinato que seguía fielmente las pautas del descrito en Sleeping Murder. Y dos años después, en Alemania Occidental, la realidad imitó perturbadamente a la ficción en un crimen similar al de Asesinato en el Orient Express.