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Entrevista

Claudio Naranjo: "Hemos perdido el conocimiento de lo que podemos hacer"

"La psicoterapia no es algo que otra persona le pueda hacer a uno para cambiarle la mente, para hacerle sentir mejor", apunta el psiquiatra

Primer plano del candidato al Nobel de la Paz 2015. QUIQUE CURBELO

Define la sabiduría como una energía especial, porque ocurre también en el cuerpo. Es psiquiatra, guía espiritual, educador, desarrollador de ese modelo dinámico de la personalidad que conocemos como eneagrama... Y es también un conversador generoso. Su mirada expresa complicidad, aceptación y transparencia.

Cuando se apaga la grabadora, otro lector entusiasta de sus obras le regala Wild, ('salvaje') un cuento ilustrado de la hawaiana Emily Hughes. "Ah, prefiero que me regalen uno de estos", lanza al verlo. En la escueta narración que acompaña, con audaces ilustraciones, el confinamiento y liberación de una niña especial, se encuentra otra de las palabras que resonaron en la entrevista: "domesticación".

A sus ochenta y dos años se ha animado a volver a las Islas para corresponder en la amistad al maestro budista Alejandro Torrealba, director del Congreso y volcado desde hace tiempo, como él mismo, en la integración de espiritualidad y psicoterapia. Su conferencia inaugural [hoy, a las 11.00 horas, en el Auditorio] "La educación como instrumento para el cambio", es fiel reflejo de aquello que más le importa en la última parte de su vida, la educación, el mejor atajo para cambiar el mundo.

Antes de dar un corto paseo por el Parque Doramas, Ginetta Pacella, otra de las colaboradora suyas que también participa en el Congreso, le repasa su barba libertaria. Parado ante el grupo escultórico que representa la conquista de la Isla, pregunta con curiosidad quiénes son los representados. Tras las explicaciones añade: "siempre demonizamos a los bárbaros".

En 'Mujeres que corren con los lobos', la analista jungiana Clarissa Pinkola Estes advierte que hay que tener cuidado con el conocimiento intelectual, porque puede ahogar el instinto.

Yo insisto mucho en que, lo que llamamos admirativamente civilización, es una forma de castración colectiva; que lo que llamamos "civilizado" es tener dominado al animal que llevamos en nosotros, como si fuera un ser peligroso. Y se transmite implícitamente la noción de que los impulsos naturales son malos, destructivos, que nuestro problema es el animal que llevamos dentro. Yo pienso que aquí hay una gran confusión. El problema es la neurosis, el problema es la enfermedad que tiene en parte, como raíz, justamente esa vilificación del animal, esa criminalización del animal.

Precisamente, la llegada del budismo Zen a Occidente sirvió para atender a esta necesidad de "parar la mente", de volver a una normalidad que tiene mucho que ver con la aceptación de esta naturaleza animal, instintiva.

Sí. La terapia usa la palabra, pero los terapeutas cada vez aprecian más la cura por el silencio. Poder conectarse más con el sentir, con la experiencia directa de las cosas, es un buen complemento a la cura por la palabra.

En su libro 'La vieja y novísima Gestalt' se identifican algunas de las limitaciones de la Gestalt como vía de crecimiento. Una de ellas es "la inclinación por las actitudes 'rudas' hacia el cliente en vez de las sustentativas, tiernas o amistosas". ¿Puede hablarnos de esta revisión de la idea de autoridad que se viene produciendo tanto en el ámbito terapéutico como en el educativo?

Bueno, en el mundo de la educación hay paternaje pero muy poco maternaje. Es un criterio muy masculino, exigente, severo, el que predomina. Había ese dicho antiguo de que "la letra con sangre entra", que es muy cuestionable, porque los niños aprenden mucho mejor en un ambiente cálido. Y es como el reflejo del mundo machista en que vivimos. Digo que la educación es tan machista en ese sentido interno, no en el de la discriminación contra las mujeres, sino contra el aspecto maternal que hay en las personas. Hay poco cuidado y mucha instrucción, en el sentido de obligatoriedad de repetir, reiterar conceptos y nociones que sumadas pasan a ser un gran lavado de cerebro. Se inculcan cosas en la educación, en vez de dejar que se haga efectiva la palabra "educar" que, como muchas veces se explica, viene del latín y quiere decir 'dejar que salga', 'sacar de dentro', 'dejar nacer'. La educación podría ser mucho menos propositiva, digamos. Hay muy poca confianza en las potencialidades humanas, muy poca confianza en que cada individuo es una semilla maravillosa que tiene potenciales prácticamente inexplorados, porque el ser humano que conocemos es un ser ya muy condicionado por la crianza y la educación; muy domesticado, como en la educación de los animales; encauzado hacia nuestros valores y finalidades limitados.

En relación con esto viene muy a propósito la cita de Wilhelm Reich que se recoge, como un lema, en el programa del congreso: "educar es enseñar a descubrir".

Sí. Yo me he interesado en la educación y han llegado a darme un doctorado en educación en Italia, pero yo no tuve formación de educador sino de médico, y si me interesé en la educación no fue por la educación misma, sino por la posibilidad de cambiar la sociedad; porque me parece que si el mundo anda mal, anda mal por el tipo de conciencia que lo mueve, o que lo inspira. Una conciencia enferma en último término, que explica que el mundo esté tan al revés, que sea tan irracional, y que las cosas no sirvan para lo que dicen que sirven: la educación no educa, la medicina crea muchos problemas médicos, y la economía se come a la gente en vez de alimentarla.

El segundo panel del congreso se llama "Viajando entre la vida y la muerte". En 'El niño divino y el héroe' usted nos invita a ser como el principito de Saint-Exupéry, que ama la rosa "con ojos de extraño", porque no olvida su propio origen.

Hay un moralista griego, Epicteto, que aconseja a la gente que se imagine a un pasajero que vino en un barco que atracó hace poco en el muelle. El pasajero está visitando una ciudad nueva y sabe que en cierto momento va a sonar el pito del barco y hay que volver. Epicteto dice que sería bueno vivir la vida así, como uno que está visitando un mundo transitorio. El pito va a sonar y uno se va a ir al lugar de donde vino. Con esa perspectiva se vive la vida mejor; se vive sin apegos enfermizos, se aprecia todo más y se resiste menos la transición, la vuelta.

En su última entrevista televisada, Carl Jung recordaba que el hábito de anotar y compartir sus sueños le ayudó a mantenerse vinculado con el inconsciente. Y también explicaba que en el inconsciente encontró ese impulso que nos anima a vivir como si no hubiera un final absoluto.

La perspectiva de las escuelas espirituales es que la muerte es lo más importante de la vida y que la vida se nos da para prepararnos para ese momento tan importante del que depende otra vida. Nosotros no podemos comprobar eso, pero hay navegadores de la conciencia que parece que dijeran cosas fidedignas sobre el más allá, porque tienen ese don de poder hacer la transición en vida; especialmente los tibetanos. He conocido maestros tibetanos que parecen ir y volver; y por eso pueden conectarse con espíritus o bendecir incluso a los muertos. Pero también, en la visión cristiana hay la idea de purgatorio, la idea de que los vivos pueden rezar por los que están en incubación, en la antesala, en el mundo invisible. Están allí y no pueden trabajar por sí mismos en su propio avance espiritual, como cuando estaban en la vida; pero pueden recibir bendiciones de quienes los quieren.

El primer panel del congreso se llama "Meditación y terapia" y su conferencia, "Aplicaciones terapéuticas y educativas de la meditación". La meditación ofrece la oportunidad de experimentar el amor como usted lo define: un estado surgido naturalmente de la paz interior.

Exacto. Mientras más trata uno de amar, más ocurre que uno se siente mal porque no puede, y culpable porque no lo logra. Pero el amor no es una cosa que se pueda... no se puede querer voluntariamente. El amor sí se puede cultivar como quien cultiva una planta y la riega, y le pone fertilizantes. Así pueden darse las condiciones para que el amor se desarrolle. Pero la pura prédica de que hay que ser buenos y que hay que amar al prójimo, hasta ahora no ha resultado como fórmula para tener una civilización más amorosa. Llevamos muchos milenios, bueno, por lo menos un milenio o dos milenios [ríe] tratando colectivamente de convertirnos en un mundo cristiano; y el mundo se ha vuelto más y más violento, y menos cristiano. O sea, es una muy buena intención, pero se necesitan fórmulas, se necesita saber cómo hacerlo para que el amor se desarrolle.

"Yo tengo el punto de vista de que, para amar al prójimo, hay que amarse a sí mismo; y que el Cristianismo no ha favorecido el que la gente se ame a sí misma, porque ha creado demasiada culpa, y la culpa vuelve a la gente contra sí misma; hace que la gente se desprecie, se menosprecie, y se odie incluso por no ser como proponen los ideales. Entonces, creemos que el amor hacia uno mismo es una cosa dada y no nos damos cuenta de que nos estamos tratando como explotadores, como capataces duros, como perseguidores. Yo creo que se necesita más autoconocimiento, para que pueda uno conocer esta actitud de autorrechazo, de dureza, y pueda cambiarla en una actitud de amor verdadero. Y la educación hasta ahora no ha ayudado a que la gente se vuelva más amorosa hacia sí misma. Ayuda a poner a la gente en una posición culpable, como si estuviera en deuda con todo el mundo.

Lo que dice sobre la falta de amor por uno mismo me recuerda a otro pasaje de 'El niño divino y el héroe'. Es ese en el que, comentando una larga cita de 'La telaraña de Charlotte', explica que los adultos hemos separado los conceptos de "dar" y "recibir", para identificar el amor sólo con lo primero.

En esto del amor la meditación es útil porque ayuda a vaciar la mente. Si se desarrolla una actitud neutra, una actitud desapegada, el amor surge naturalmente. Tenemos mucha basura psicológica que nos obstruye y hay que limpiarla primero, para que pueda surgir luego lo verdaderamente natural que hay en nosotros, que es nuestra naturaleza amorosa.

Muchos ciudadanos se revuelven en los sofás mientras ven, a la hora de la cena, cómo los políticos van ajustando sus opiniones según cálculos electoralistas. A veces conviene ser mas generosos, a veces insolidarios o incluso un poco xenófobos... Le he escuchado decir que, además de aprender a amar necesitamos aprender a dejar de mentir.

Yo a veces digo que el inconsciente freudiano ya pasó de moda, que ya no estamos en la época en la que no se podía hablar de cosas sexuales, o expresar nuestra rabia cuando estamos llenos de ella; es porque la gente adquirió una libertad gracias al arte, sobre todo gracias al progreso cultural. Después se habló del inconsciente jungiano, el del mundo espiritual; bueno, somos inconscientes de lo espiritual, sí. Pero ha surgido un tercer inconsciente, el inconsciente político, que hace que no tengamos ni idea de lo pasa en el mundo aunque sepamos los hechos. Se conocen más o menos los hechos, pero no se comprende lo que pasa. Tenemos una percepción fragmentaria, sufrimos una especie de ceguera cultivada por la mentira política... el mundo cambiaría mucho si se pudiera explicar todo a los niños.

En el último de los paneles, titulado "Estrés: transformarlo para ser felices", su conferencia está dedicada a la Gestalt y al SAT, cuyas siglas en inglés significan 'buscadores de la verdad'. A mucha gente le parecerá poco probable que uno pueda encaminar su vida y empezar a dejar de sufrir inútilmente, tras realizar el primero de los cursos de este programa de desarrollo personal.

Yo lo he visto de año en año y desde hace muchos años. De toda la gente que pasa por uno de estos cursos de diez días, la mayoría se pone en camino; uno se vuelve buscador y toma entusiasmo por trabajar en uno mismo. Tenemos una sociedad que es consumista en todo y la psicoterapia también se ha vuelto así. Pero ni siquiera la psicoterapia funciona de esta manera. No es algo que otra persona le pueda hacer a uno, para cambiarle la mente, para hacerle sentir mejor. Lo que pasa en realidad es que uno hace consigo mismo ciertas cosas. Uno toma determinación; es uno el que entiende, es uno mismo el que cambia de idea. Y ahí el terapeuta, el guía espiritual, es un catalizador, es una persona que influye, que presenta ideas, caminos, técnicas. Entonces, a mí me parece que hay algo que está potencialmente presente en las personas, y es este espíritu de arreglarse la mente. Pero hemos perdido hasta el conocimiento de lo que podemos hacer. Cuando creé este programa lo hice muy influenciado por Gurdjieff, que hablaba mucho de trabajar en uno mismo. Se trata de saber que hay una serie de caminos o vehículos: se puede desarrollar el amor, se puede desarrollar la atención, se pueden desarrollar una serie de cualidades, cada una de las cuales lleva a la maduración y al bienestar.

En "Sugerencias para continuar el trabajo sobre uno mismo", que es el último capítulo de 'Carácter y Neurosis', nos habla precisamente sobre esto. Allí recuerda que con el tiempo, los propios psicoanalistas convirtieron a sus pacientes en personas dependientes. Personalmente, le agradezco esas páginas.

Claro. Es que el psicoanálisis sufrió de lo que sufren todas las cosas de la cultura, el afán de ganancia de la gente. Los psicoanalistas quisieron transmitirle a los pacientes la idea de: "No, déjame, que ya te lo hago yo, no te pongas tú a autoanalizarte". Es muy peligroso eso. Pero están los que han tenido otro espíritu, como Karen Horney. Yo fui muy influido por ella, una de las primeras psicoanalistas, y la persona que primero llevó el psicoanálisis de Freud a Estados Unidos, una sueca. Ella escribió un libro de autoanálisis inspirado por esa idea que yo creo verdadera. De modo que a mí me parece que debe darse a las personas ciertas herramientas y conocimientos básicos. Pueden cambiar vidas estas herramientas. Y para darnos cuenta de que se producen cambios que dan un rendimiento, basta con hacer pequeñas las experiencias. Ahí es cuando la gente se entusiasma y sigue usándolas.

La idea de dar autonomía a las personas que acuden a terapia es completamente extrapolable al ámbito educativo.

Él énfasis no debía estar en enseñar sino en ayudar a aprender.

Su mención de lo pequeño en el trabajo terapeútico me recuerda que no quiero dejar de preguntarle por "el poder de lo pequeño".

Esta frase creo que alude a un hexagrama del I Ching y la usó Pamela Travers, la autora de Mary Poppins, en el prólogo a la edición americana del El niño divino; le pedí a ella que me hiciera el prólogo. A ella la había conocido yo como parte de una investigación sobre cuentos que me encargó la Universidad de California hace mucho tiempo, de donde surgió este mismo libro. Entonces ella usa eso, "El poder de lo pequeño". En el I Ching probablemente tiene un sentido más universal que en El niño divino, donde específicamente es el niño interior. Pero yo llamo "niño interior" a algo que llevamos como parte de nuestra mente, que parece muy pequeño porque está muy empequeñecido por el poder patriarcal, por el poder de la violencia, por el poder del padre normativo que manda en la cultura, el padre de familia que se volvió, por complicidad con otros padres de familia, un líder político; está empequeñecido por el espíritu del superego freudiano que Eric Berne, el fundador del análisis transaccional llama el padre crítico. El superego es muy paterno y la autoridad paterna es una autoridad que se asocia a una fe en la severidad. Es como si hubiese una hipótesis, una creencia en ciertas personas de que todo se resuelve con el castigo y la amenaza. "¿El niño tiene problemas?" "Dale más duro". "Mano dura con los problemas". Y psicológicamente no es cierto que la amenaza y el miedo producen los más buenos resultados a la larga; pero sí que calman las cosas en apariencia por un tiempo. Entonces, ese es el poder de lo fuerte, el poder paterno. El niño interior, ante eso parece una vocecita impotente; pero en realidad lo que está reprimido por la cultura patriarcal es el placer, los simples placeres de la vida. Entonces, el niño interior es lo que aparece en nosotros del animal interior, que es nuestra parte biológica.

Las tipologías de la personalidad han despertado desde siempre un interés innegable. Con el modelo dinámico del eneagrama hemos recuperado, además, los dos pecados sustraídos por la religión -miedo y vanidad-. Qué alegría da volver a encontrarle sentido a nuestra tradición cultural y espiritual, cuando ha sido desvirtuada.

Y no sucede solamente que haya un par de pecados más y las virtudes correspondientes, sino que la forma de presentar los pecados, la forma tradicional, es muy criminalizante y poco humanista; porque se presentan los pecados como si fueran insultos a Dios: Dios se va a enojar con nuestra conducta, Dios nos va a mandar al infierno. Yo creo que los pecados deben presentarse como necesidades neuróticas, como pasiones, como deseos exagerados que acaban convirtiéndose en factores de error en el camino. Los pecados son desviaciones de la energía psicológica, que en lugar de llevarnos a dar en el blanco, nos llevan a salirnos de nuestro camino verdadero: por excesivo afán de gloria, por excesivo afán de ganancia, demasiado afán de poder, etcétera. En realidad estamos siendo movidos por factores enemigos a nosotros mismos, no enemigos a Dios. Es por nuestro propio bien que tenemos que librarnos de nuestro propio carácter.

Tal vez, el aspecto más revelador del eneagrama se encuentre en comprobar que en cada uno de nosotros hay una aspiración natural, intrínseca, a la plenitud. Y que por tanto, no hay razones para culparse.

Sí, Sí. Todos buscamos algo, solo que la gente se equivoca mucho en la interpretación de qué es lo que busca. Mientras más se va poniendo lúcida la persona, más va orientando la búsqueda hacia el fondo del propio ser, que es un fondo en realidad más que personal.

Ayer, casualmente, volví a ver la última parte de esa conocida película protagonizada por Keanu Reeves, 'Ultimátum a la Tierra'. Durante una breve conversación entre un Premio Nobel de Física y este actor, que encarna a un alienígena cuya misión es decidir sobre el destino de la Humanidad, el científico explica que sólo cambiamos cuando nos encontramos al límite de la supervivencia. ¿Tiene esperanza?

Sí, yo tengo esperanza, pero una esperanza poco... poco apoyada sobre lo que pueda documentar como cambios positivos que sí hayan ocurrido. Yo siento que van cambiando lentamente las cosas, que va madurando una conciencia en el mundo, pero esa maduración, ese despertar no ha llegado de momento a detener los procesos destructivos. Parece que en las mayorías hay una conciencia que va despertando, pero hay una minoría poderosa que no está despertando. Los que llevan el timón del poder en el mundo van muy mal encaminados. Entonces, ¿cómo va a ser el desenlace? No es algo que alguien pueda asegurar. Yo me siento como una hormiga en un temporal; hago lo que puedo. Siento que hay que hacer algo. Hay que hacer lo que se pueda, pero no porque tengamos asegurado que el trabajo va a dar un resultado positivo. Hay una esperanza con incerteza. Yo creo que por eso me he interesado tanto en la educación, porque el resto del mundo no vamos a cambiar tan fácilmente; pienso en la economía, en el militarismo, donde se ejerce el poder más directamente.

"Pero en la educación, como se trata de cambiar solo la conciencia de los niños, de los jóvenes, y eso permite cambiar el futuro y hay teóricamente menos obstáculo... Pero solo teóricamente, porque en la práctica no hemos tenido éxito en cambiar la educación. Yo no podría decirlo. Sólo los países nórdicos están haciendo realmente cosas sensatas; pero en la mayor parte del mundo parece como si la educación se propusiera, a propósito, no ser una educación para la evolución sino para que quienes vengan después sean igualitos que nosotros y tengan nuestras propias pestes; para transmitir nuestros supuestos valores, que son valores entremezclados con plagas.

¿No nos infunde optimismo pensar en los logros alcanzados desde Freud hasta ahora, en lo mejor de la llamada Nueva Era? La democratización del conocimiento, con el estimulante ejemplo de Wikipedia; la evolución de la pedagogía, de la psicología, la integración de la psicoterapia y las tradiciones espirituales...

Sí. Claro. El problema es que, al mismo tiempo que eso es cierto, es cierto que la gente está más empobrecida y no tiene tiempo para sí misma. El tiempo se lo roba a cada uno el trabajo, es como una esclavitud laboral, un fenómeno moderno, el de no tener ocio como tenían más los antiguos. Incluso en las generaciones anteriores la gente podía estar más en contacto consigo misma, pensar más, sentir más lo que le pasaba.

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