No sé cómo podrán recibir los fans acérrimos de Tintín este homenaje por parte del autor más lisérgico por excelencia. Sea como fuera, Charles Burns completa con este fascinante Cráneo de azúcar la trilogía que comenzó con Tóxico y prosiguió con La colmena. Los tres volúmenes forman un magistral rompecabezas que engancha y fascina a partes iguales, pero que confirma la maestría de Burns para construir historias en las que mezcla el realismo más descarnado y crudo con inquietantes situaciones oníricas o surrealistas. El autor, como siempre hace, convierte toda la narración en un continuo guiño hacia las aventuras del personaje de Hergé dentro de las situaciones más desasosegantes. Doug, un chico que de vez en cuando realiza extrañas performances poéticas bajo los seudónimos de Nitnit (el nombre al revés del reportero belga) o Johnny 23. El modo en el que el autor norteamericano ha desarrollado su historia y su impactante y elocuente desenlace, me recuerda un poco a la película Repulsión de Polansky en la que, sólo al final y en el último fotograma, sabemos de dónde proviene el origen de la locura de la protagonista.
