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La voluntad del fragmento

El mejor contrapeso y vigilancia frente a la banalización de la cultura digital es el retorno a los clásicos del minimalismo: una frase vale más que mil palabras

La voluntad del fragmento

Tiene razón Nietzsche al dotar con este fundamento ético su radical apología de lo fragmentario: "Toda voluntad de sistema es una grave falta de honestidad". Sin embargo, no deja de tenerla, al otro extremo, la advertencia que nos ofrece Wittgenstein contra la estulticia y la inanición: "La guinda puede ser lo mejor de un pastel, pero un saco de guindas no es mejor que un pastel"? Está bien recordar ambos límites ante la cultura del 'picoteo' en la que estamos instalados; empezando por las millones de ocurrencias banales que transitan a cada instante, en todos los idiomas, a través de las redes sociales. Son como un tattoo en la piel de nadie. Millones de piercings sin cuerpo que vibran como sonajeros para "ágrafos" (ese atributo en sospechoso desuso, que felizmente acaba de reactivar un ministro para designar a un colega de bancada). Una cosa es indudable: la torrencial lluvia digital, a través del tuiteo, el guasapeo o el feisbuqueo, que discurren en paralelo a la instantaneidad de la cultura wikipédica (ya ni siquiera 'enciclopédica') inunda también cualquier atisbo de resistencia de cultura analógica. No sólo proliferan por doquier los géneros breves, con ediciones y reediciones de cuentos cortos, haikús o aforismos, sino que la brevedad impera también como un 'estilo' dominante hasta en las obras más extensas. En poemarios, ensayos y narraciones abundan perlas cultivadas, máximas, greguerías, silogismos? sonidos de 'gong' para despertar súbitamente al adormilado, embostado y necesariamente transversal lector de nuestro tiempo. Parece una obviedad, pero no siempre fue así: se impone ahora el eslogan de que una frase vale más que mil palabras?

Acaso la mejor vigilancia a la estulticia de la cultura digital sea el retorno a los clásicos del minimalismo. Significativamente, el escritor y físico alemán Georg Lichtemberg (1742 - 1799), que sólo escribió aforismos, es ahora reeditado y ponderado en variados idiomas. Pese a que grandes figuras -como el propio Nietzsche, pero también Goethe, Freud, Breton o Canetti- han reconocido su influjo determinante en sus obras respectivas, sus ingeniosas máximas durmieron en el limbo durante más de un siglo. O, en algunos casos, han sido repetidas sin citar la autoría. Escéptico en estado puro, afirmaba, por ejemplo, que "intentar modificar el carácter de un hombre es como tratar de enseñar a una oveja a tirar de un carro" (suena a alerta para Fereud). O que "nada revela mejor el carácter de los hombres que una broma tomada a mal" (parece un buen principio para Nietzsche). Lichtemberg instaura dos tendencias frecuentes en los géneros (o fragmentos) breves de la actualidad: el escepticismo derivado de las relaciones amorosas y ante el propio fenómeno de la escritura

"El amor es ciego, pero el matrimonio le restaura la vista", escribió, por ejemplo, dos siglos antes de la invención del Whatsapp. Aunque mucho más tierno y agudo consigue ser, al respecto, el brevista por antonomasia de nuestro tiempo, Augusto Monterroso: "El amor es mientras todavía no lo es del todo". Celebrado por haber sido el autor del cuento más breve más difundido (el celebérrimo "Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí"..., entre cuyas múltiples parodias destaca este perla del mexicano Jaime Muñoz Vargas: "Cuando plagió, el copyright todavía estaba allí"), Monterroso cultiva también un peculiar minimalismo en sus relatos más extensos. Entre estos, es recurrente el personaje del periodista Eduardo Torres, director del suplemento dominical de El Heraldo de San Blas, quien, desde el otro flanco (escepticismo frente a la difusión de la literatura), exclama: "Poeta, no regales tus libros: destrúyelos tú mismo?". Con humor sólo aparente, Torres razona también: "Como todas las cosas, la inteligencia se ha democratizado de tal forma que ha dejado de ser privilegio de las clases pobres". O dice juicioso: "Es recomendable utilizar la virginidad antes de perderla". En otra parte, advierte infalible: "Si no fuera por la contradicción, los contrarios dejarían, por decirlo así, de existir, y dicho sea de paso, de contradecirse". Sobre la corrupción, diagnostica el periodista: "Muchos políticos esencialmente estúpidos o ladrones sólo esperan el momento de alcanzar el poder para combinar estas dos cualidades".

Este comienzo del largo relato `Eva', del mexicano Juan José Arreola, es de por sí una máxima sobre el posible desencuentro de percepciones y expectativas entre un hombre y una mujer: "Él la perseguía a través de la biblioteca, entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separan...". Es un tema recurrente en este autor, quien se lamentaba: "Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas". Todo un filón que prevalece en la antología Minificción mexicana, donde destaca este cuento anónimo: "Él le propuso matrimonio. Ella no aceptó. Y fueron muy felices". O este otro, de Luis Felipe Hernández, titulado: Escena conyugal: "Lanzaba con presteza uno tras otro los cuchillos a su mujer, quien los recibía con el trapo para secarlos". O El harén de un tímido, como se titula esta sonriente pieza de René Avilés: "Como temía decirles que no, opté por conservar a todas las mujeres que he amado".

Ciertamente, cuantas más ondas cruzadas y expansivas en menor número de palabras, más eficaz será la píldora y certero el dardo. Un clásico del género es el cuento fantástico de Fredric Brown: "El último hombre sobre la tierra estaba sentado a solas en una habitación. De repente, alguien llama a la puerta". Por su parte, cuenta con sutileza el venezolano Gabriel Jiménez Emán: "Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello". Y su compatriota Luis Felipe Lomelí completa así el triste cuento titulado El emigrante: "¿Se olvida usted de algo? -¡Ojalá!".

También los poetas insertan en sus versos punzantes microrrelatos. Demasiado en boga para estar escrito hace siglos resulta este pronóstico de William Blake: "Y la juventud fue llevada al matadero, junto con la belleza, por un trozo de pan". También me parece que cabe nuestro tiempo al completo en esta descripción del peruano Emilio Adolfo Westphalen: "Irreconciliablemente unidos / Al borde de la desesperación / Cambiando tarjetas de visitas"? Pero la palma se la lleva este trágico verso del norteamericano Robert Lowell: "¿Y si las luces que vemos al final del túnel son los faros del tren que se nos viene encima?". Con sutileza, reconoció Leopardi: "Soy tímido con las mujeres, luego Dios no existe". Y, con su proverbial sentido de la ternura infantil, señaló César Vallejo: "Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar, sino para que empiece a nevar"?

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