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Una percha perfecta

Una percha perfecta

Nunca pretendió recibir un Oscar y, francamente, tampoco lo merecía pero la relación del artista David Bowie con el cine, aunque escasa e intermitente, deja varios títulos que no pasarán a la historia del cine con mayúsculas pero que cosecharon en su momento un gran éxito y, eso sí, se han convertido con el tiempo en piezas de culto que le llevaron a compartir pantalla con nombres tan importantes -y diferentes- como Catherine Deneuve, el compositor japonés Ryuichy Sakamoto o una jovencísima Jennifer Connelly. Además, resulta que su hijo Duncan Jones, fruto de su primer matrimonio, es también un reputado cineasta que ha dirigido la aplaudida producción de ciencia ficción Moon.

El primer gran papel de Bowie en ficción, porque ya por enton-ces ya había participado en varios cortos, largos, telefilms y documentales, le llega en 1980 de la mano de Tony Scott para participar en El Ansia, donde trabajó junto a Catherine Deneuve y Susan Sarandon. La cinta de terror vampírico, con reminiscencias egipcias, es casi un homenaje al videoclip ochentero pero con los protagonistas luciendo en los exclusivos clubs nocturnos de Londres gabardinas de piel y gafas de sol mientras elegían a sus bellas víctimas.

Ese físico espigado marca Bowie, elegante y andrógino, siempre jugó a su favor incluso cuando más adelante se enfrentó a Feliz Navidad, Mr. Lawrence, quizá su mejor papel como el mayor Jack Celliers. El señorío del intérprete soportando el oculto -y oscuro- enamoramiento del responsable del campo de concentración, el capitán Yonoi (Ryuichy Sakamoto), pone los pelos de punta todavía hoy, cuando han pasado más de treinta años.

Pero, aparte de los documentales sobre su carrera musical, sus giras o su decisivo paso por el Berlín de los 70, probablemente fue su papel en Dentro del Laberinto el que mayor éxito le proporcionó entre el gran público como Jareth, el Rey de los Goblins en una película dirigida por Jim Henson y producida por George Lucas. La banda sonora del largometraje es una maravilla más interpretada por el intérprete británico fallecido ayer, quien comparte plano en la cinta con un universo de títeres -en su época eran lo más revolucionario del momento, en la línea de los muppets- y con una jovencísima Jennifer Connelly.

Luego, en 1988, llegó su papel de Poncio Pilatos en La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, que resulta casi una anécdota en su carrera y coincide con su decisión de apartarse poco a poco del mundanal ruido. Haría algunos cameos más, incluso interpretándose a él mismo en Zoolander, pero nada a tener en cuenta aunque su relación con el cine -era íntimo de Tilda Swinton- siguió hasta el final de sus días. Eso sí: seguro que ayer en el despacho de algún avispado productor se desempolvó ese guión descartado en su momento sobre la vida de Bowie. ¿Cuánto se apuestan?

stylename="050_FIR_opi_02">miguelayala@revistaconestilo.com

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