La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jorge Rodríguez Padrón, al paso

En la dilatada trayectoria de Jorge Rodríguez Padrón se advierte una doble condición: el acercamiento de su prosa a la oralidad, como una suerte de respiración, y la voluntad de ir más allá de cualquier límite que circunscriba a un solo espacio cultural, a una lengua, a una tradición. Esto conduce a menudo a que percibamos su escritura bajo el dominio de la sospecha: ¿Qué dice, qué juicio crítico enuncia, aparece embozado y nos concierne?, ¿qué horizontes ajenos a los gustos oficiales entreabre?

Desde muy pronto trató de abrir vías de diálogo y comunicación con espacios culturales y literarios internacionales, y así lo hizo al ocuparse de sus contemporáneos o al dedicar libros al poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen, al mexicano Octavio Paz, a escritoras latinoamericanas como Ida Vitale, Alejandra Pizarnik, Olga Orozco, Blanca Varela, Eunice Odio, Ana Enriqueta Terán. Se ha ocupado de sus obras además cuando apenas eran conocidos desde este lado del Atlántico. Su libro sobre Octavio Paz es el primero dedicado en España al que luego sería premio nobel; su atención al chileno Gonzalo Rojas abrió el camino a su reconocimiento. En efecto, Jorge Rodríguez Padrón traspasa la frontera, atiende aquello que considera con acierto lo mejor y que mantiene en su interior el destello del conocimiento poético. Y se desplaza, como buen insular, sin complejos, hasta el lugar donde aquella verdad se expresa. Sus trabajos en el dominio canario también se mueven en esta dirección: José María Millares es hoy mucho más conocido gracias a sus estudios y su intervención editorial. Escritores de aquí y de allá, Montevideo, Santiago, Caracas o Canarias, no importa; pocas distancias existen cuando se trata de escuchar la verdad, lo que desnuda la escritura, lo que se revela.

A Jorge Rodríguez Padrón poco le ha atraído el reconocimiento. Se aleja de lo trillado, de la repetición, del marco que circunscribe al escritor a ciertos hábitos acomodaticios. Crítico que persigue una palabra no impostada, Rodríguez Padrón no calla cuando tiene que ser preciso. "La verdad, ha escrito, es un abismo". Es junto a este horizonte donde instala su trayectoria, de Oyendo lo que algunos dicen públicamente y Discurso del cinismo a sus más ambiciosos proyectos actuales.

Vuelvo ahora sobre En la patria perdida. Advierto que su aventura intelectual lo conduce a instalarse en un espacio fronterizo donde confluyen fuerzas diversas, donde vienen a dar voces de diferente procedencia que se enfrentan con la memoria, los pasos perdidos de la historia, la sujeción de la poesía como expresión de la verdad, aquello que somos y no somos. Este insular habla entonces del origen del que parte nuestra cultura, del extravío que se provoca desde el Renacimiento al optar por la representación y un idealismo formal que aparta de las raíces orientales que se hallan en el inicio de la cultura europea. Y habla del comienzo del Romanticismo, de Goethe, de Hölderlin, de Novalis, de Schiller, de Shelley. No lo hace con vocación académica ni con afanes mostrencos, hiperculturales. Solamente pretende el desnudo de una verdad poética y de origen religioso, segada por una historia que ha crecido sobre el dualismo y la presencia del racionalismo excluyente. Frente a los altos vuelos de los renacentistas que idealizaban todo y lo llevaban a las alturas, Rodríguez Padrón describe un mundo religioso, imaginario y poético que pudo aliarse con el pensamiento, y que tuvo sus expresiones destacadas en Dante, en el Bosco, en Brueghel el Viejo?, y en los románticos europeos. Y que sobrevive hoy cada vez con más dificultad, como la naturaleza. La barbarie de la razón y el pragmatismo convierten a los hombres en dioses que construyen, arrasan, reinan sobre las cenizas.

El libro es un ejemplo de ambición intelectual muy inusual en el dominio hispánico, pues piensa la poesía en su religación con la trascendencia y la filosofía. Rodríguez Padrón persiste siempre y va un poco más allá: los escritores de la patria perdida le conducen a nuevos libros y autores: De una rara escritura: Rabelais, Cervantes y Sterne, Lectura en tres tiempos: Divina Comedia, Paraíso Perdido y Fausto; y estos a los novelistas y poetas rusos del siglo XIX y comienzos del XX en Partitura Rusa, a los nórdicos en Orillas de Occidente... No es una aventura que se refiere al pasado. Los grandes escritores están ahí porque hablan del presente, contrastan en su autenticidad, en su verdad, frente a la feria de mentiras, apariencias y engaños en que ha devenido el arte, la literatura y la expresión de las ideas en época de sociedades desmemoriadas, de fugaces correveidiles, de trasmisión de poder en plena ignorancia de casi todo. Su larga trayectoria ha crecido, como en espirales, sobre los temas aquí esbozados. Entre ellos, el individuo que no es gregario, que sabe que puede ser uno-más-uno-de-tantos, que diría García-Bacca, pero que conoce que solo la experiencia individual, su enfrentamiento a la vida y a sus abismos, a la memoria y sus verdades, constituyen al ser que aparece, por un instante, en la vida de la naturaleza, del espíritu.

En esta trayectoria de medio siglo, se advierte el ritmo de una voz que se individualiza y distingue en una aproximación a una oralidad, con cadencia propia, conquistada en constantes ejercicios de lectura, de pensamiento. Su obra se contrae y dilata sobre temas siempre centrales. ¿Cuántos se han atrevido entre nosotros a hacer lo uno y lo otro, a transgredir fronteras y a hacer un sitio para escuchar bien, para iluminar el presente a sabiendas de que el mundo va en otra dirección? ¿Cuantos en Canarias? ¿Cuántos en la lengua a uno lado y otro de Atlántico?

Compartir el artículo

stats