La obra de Bueno es ingente. Fundó la revista El basilisco y en los ochenta publicó en medio de una producción frenética un libro capital El animal divino, en el que explica que las religiones no son alucinaciones, inventos o productos psicoanalíticos, sino instituciones reales establecidas por la relación con los númenes, con los animales. Siempre la base fisicalista contra los delirios metafísicos. En la década siguiente destaca El mito de la cultura, un ensayo capital en el que presenta a la cultura como heredera de la gracia santificante y en la práctica justificadora de cualquier desmán o embuste. En vez de raza, palabra desaparecida en Auswitch, se dice cultura y se pueden producir potencialmente similares atropellos. Y quien dice cultura dice idioma utilizado no como comunicación sino como separación. De ese tiempo es el Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas y Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión.

La jubilación como profesor universitario disparó aún más su producción. Poco después apareció España frente a Europa, con una poderosa teoría de la nación, una crítica de ciertas ficciones europeístas y un vector hacia la decisiva dimensión hispanoamericana.

En 1997 se constituyó en Oviedo la Fundación Gustavo Bueno donde semanalmente ofrecía conferencias y dirigía seminarios. Le siguieron, ya en este siglo, un verdadero aluvión de libros y la revista digital El catoblepas, de gran éxito. También los ensayos El mito de la derecha, La fe del ateo, Zapatero y el pensamiento Alicia, Panfleto contra la democracia realmente existente, La vuelta a la caverna, España no es un mito, El mito de la felicidad o el muy reciente Ensayo de una definición filosófica de la idea de Deporte, en el que denuncia "un proceso de imbecilización o de falsa conciencia, si se prefiere, que asume el postulado según el cual el espíritu olímpico o la gimnasia perseverante constituyen los verdaderos cauces para que los atletas, deportistas o ejercitantes encuentren el sentido de la vida".

Bueno siempre consideró que, "sin atracción no habría razón, luego toda razón es una razón apasionada. Y esta razón-pasión no decae a pesar de los años, porque el asunto sigue estando ahí". Y así fue, aun el 19 de julio pasado, su nieto Lino Camprubí lo fotografió en el jardín de su casa de Niembro leyendo y escribiendo como si, con 24 años, estuviese preparando frenéticamente la tesis doctoral.

Materialista así que racionalista y realista -y ateo- señales infalibles de su pensamiento y de su vida, afirmaba con toda naturalidad: "Quizá no he tenido sueños nunca. He vivido en el mundo más vulgar imaginable, sin sueños. Mi actitud ha sido siempre muy práctica, en el sentido de que siempre he estado en constante acción racional y apasionada". Y como balance de su existencia se sentía "ni satisfecho ni insatisfecho. ¿Satisfecho de qué? Ha sido lo que ha sido.