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lecturas poesía

Donde la mar se transmuta en poética invasiva

La línea creativa de Antonio Puente insiste en el Atlántico como el paisaje palpable más amplio que pueda imaginar para volverlo texto

Donde la mar se transmuta en poética invasiva

Nuestra historia va esta vez de un hombre que lleva salitre isleño en el callejero y en la letra impresa. Conocimos a Antonio Puente en aquellos buenos viejos tiempos en los que organizó un encuentro de escritores canarios y gallegos en el Aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santiago de Compostela, donde autores intergeneracionales de ambas lenguas cruzamos ponencias y debates. Nos hospedábamos en un viejo convento franciscano habilitado como residencia hostelera. Inolvidables fueron la repentina visita de José Ángel Valente, y el olvido de la lujosa bandera autonómica canaria (todavía con los canes rampantes en los flancos del escudo), que quedó en el estrado de los actos. Compensaciones de distinto signo - la visita y el olvido como regalos - porque abrieron nuestra alambrada de espinos regional aislada y ultraperiférica al diálogo de los mestizos isleños con los celtas residuales del Finisterre. Seguimos desde entonces su especial periodismo ensayístico, de reconocida variedad y nivel ideativo, profundizando en diversas temáticas de dentro y de fuera de este cercado islotero nuestro. Donde la cultura sigue tendiendo a ser escaparatismo oportunista y la literatura le importa un carajo a la mayoría de la población, digamos 'atotorotada' (porque también el canario esconde su cabeza bajo en ala como dicen hace el avestruz, metáfora del desentendimiento), y a la par sufriente de un déficit formativo cultural que es la derivada anormal de un sistema de enseñanza que le niega a la literatura, y a las humanidades en general, el pan y la sal.

Toca pues tratar del Antonio Puente poeta, con varios libros y premios de poesía en su haber, si bien nuestra percepción y evaluación se remite a los cuatro últimos títulos, suponiendo que es su faceta más inadvertida para el lector mediático.

La poesía isleña lleva la mar tatuada en su ADN como una constante temática indeclinable tendiendo a contaminar, diluir o analogizar pensamiento y emotividad entre el horizonte marino y el encaje de espuma que muere en la playa, nunca igual al dibujo precedente. Y hablando de precedentes, hay tal "enmaronamiento" en nuestra poesía como para hacer aquí interminable su padrón nominal. Se ha tendido tanto a la identificación descriptivo / narrativa, como a cierta coagulación metafísica de este espacio geográfico como mitema de libre recreación, según épocas y escuela literarias, "(?)un tema recurrente, obligatorio incluso, ente poetas costeños o insulares, y , muy especialmente, en la lírica canaria" - dice Manuel Picado en su prólogo a Sofá de arena (Premio de Poesía Pedro García Cabrera 2006).

La línea creativa de Antonio Puente insiste en la mar como el paisaje palpable más amplio que pueda imaginar para volverlo texto, todo sea enlazar transversalmente el "motivo" con una complejidad textual surgida del "sujeto" escritor, y que a lo largo de su producción poética tenderá a homenajearla con amor/temor de modo permanente: un borboteo magmático sonoro, invitando el recitado en voz alta, partitura como es de ritmo musicante.

Lo que sucede ya desde sus comienzos, en el poema Iniciación (1980), nunca mejor dicho, porque resulta iniciático de su trayectoria ("un vínculo ya casi vitalicio", "tenerlo en la punta de la lengua") y llegará al remanso de la perfección ya desde 1992, cuando escribe el poema Me pregunto si el mar. Las conexiones espacio-temporales tenderán a distribuirse o simultanearse echando a andar una sensitividad rítmica abrupta o relajada que ya no lo abandonará, hasta hacerse extensiva a la erótica caribeña que impregnan los haikus de Ojos de garza (2015), como recopilación sintética de lo que quedaba cifrado en su producción anterior.

Entre estos dos límites, seguir la poesía de Puente con voluntad de acceso cognitivo sería un camino erróneo, una heurística inconveniente, donde "(?) la lectura como comprensión y ganancia de significación queda en entredicho."- según la expresión de Manuel Picado (prólogo a Sofá de arena). Porque hemos dado con un poeta sui generis que se expresa con arriscada narratividad barroquizante, sumergiéndonos en una hilada textual que simultanea vivencia (hipertexto como es de dinámica autobiográfica) y fuga lingüística sin otra orilla que la de su juguetón albedrío. Y es así como leer a Puente es como subirse a una montaña rusa sensorial y sintáctica, margullar entre sebas de esdrújulos, que jalonan obsesivamente sus versos, sorteando los plásticos y detritus que también deposita el oleaje en sus páginas, con cierto regüeldo baudeleriano. Seguir el curso frenético de un magma que no frena su exuberancia aplicándose como lo hace en una expansión voluptuosa del ser-en-ello, yuxtaposición como parece ser de memoria en feed-back y sensualidad latente y permeable a la abierta expresividad erótica. Por algo es un mar el suyo con figuración humana, que tiene torso, muslos, pezones, sobacos, "ubres y estrías maternales", toda una invitación a ser amado, comulgado en una ahogadura / rito de paso envolvente y contumaz, "(?) una poesía escrita con todo el cuerpo." - escribe Eugenio Padorno.

Ello hace que el sujeto poeta practique un animismo voluptuoso con el sujeto mar sin otro objeto que decirse prolongación o copartícipe de la llanura marina, en cuanto cede a ésta atributos que ejercen de catalizador emocional. Lo hará con variables donde entran en abundancia neologismos burleteros, homofonías, aliteraciones, el calembour descarado, la doble adjetivación y una imparable rítmica donde el lirismo que imaginamos suponible al sebar olas sobre un bugui tiene como retrovisor un indeclinable juego lingüístico, donde se entrega diferencialidad como no habíamos visto hasta ahora en la poesía archipelágica. La playa es cama, sofá, igualmente propiciatoria a la libido, "siempre alerta al salitre", a expandirse "libre la libido", "las azulinaciones solas de la sal" como leemos en La roca (Sofá de arena, pg. 35), uno de los mejores poemas que Puente haya escrito hasta hoy.

No resulta problemático deducir quiénes han sido los maestros del poeta, su bitácora de referencia formativa en esta resultante de compleja textura, puesto que sus citas de entrada a los diversos poemarios nos desvelan pistas autorales seguras. Sería, en todo caso, él mismo quien nos podría iluminar al respecto. Góngora, desde luego, hábil contorsionista del descabalgamiento lectivo, es una pulsión innegable. Bajo su signo, Manuel Picado lo encuadra en "una poética neobarroca", bastante reconocible en primera instancia, si bien hay a ratos perfiles lezamescos, como es el caso en La gaviota heurística, que empieza: "Ah, el mar dando en el mar, que no responde". También hay guiños a Cairasco de Figueroa, cuya Esdrujulea resulta un poco precedente de tal afición acentual. Y Domingo Rivero, y T.S. Eliot. Contamos pues con un cifrado base que se irá aquilatando en la mixtilinearidad de lo inescrutable, con conexiones espontáneas entre esta estilística y la llaneza de la lengua hablada, de la que Puente extrae recursos fácilmente reconocibles. Luego está la huella de Manuel Padorno, tan sólo fuera porque ambos comparten la fijeza en el mismo escenario, la playa de Las Canteras, célula medular de gran parte de sus poéticas individuales. La mar trasmutada en poética invasiva de rareza en la invención textual.

Pero Puente avanza por su cuenta y riesgo más allá, al modo del cálamo dionisíaco, de la flauta de Pan, saltándose la escolástica de origen y desenvolviendo una inventiva de sello propio: una borboteante secuencialidad muy suya, de espesa calidad legible. A tal respecto, escribe Eugenio Padorno en el prólogo a Agua por señas (2007), que el poeta pone en práctica "(?) un modo de contextualización poemática que busca la sorpresa expresiva", teniendo "(?) entre sus principales recursos expositivos un procedimiento que recuerda la operación que los estructuralistas conocieron como desautomatización, y que tiende a disgregar los hábitos asociativos de las palabras o a alterar la función del significado que convencionalmente se les asigna."(op.cit, pp. 13-14). Nadie mejor que el poeta y catedrático para desentrañar esta poética inusual, puesto que Eugenio Padorno señorea él mismo entre los poetas de su (nuestra) generación con ese timbre diferencial que Rimbaud llamó "la alquimia del verbo".

Otro poeta pues a tener en cuenta en el relevo generacional que amenaza con sentar plaza de clásicos con su osadía renovadora, siguiendo a nosotros los seniors setentones, "(?) en este extraño tiempo tubular / en que tiran para el monte las gaviotas" (Contrazul, pg. 50). En definitiva: el Verbo se hizo Puente y vino a anidar entre nosotros, tal como lo hacen las pardelas "(?) como una luz razonablemente vertebrada", y lo que es más: en función polisémica. Poeta tenemos en Antonio Puente, y de los buenos, porque ante sus versos habrá rendida pleitesía, y también frontal controversia, que es la dialéctica electiva más sana, si lo que pretendemos es seguir avanzando en esta orilla atlántica ultracreativa del verso en lengua castellana, con un eslabón caribeño que no debemos desmentir, rompiendo la parcelación reduccionista de lo que hasta ahora hemos llamado "poesía canaria".

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