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LECTURAS NOVEDADES

La llamada de lo salvaje

La editorial Errata Naturae publica 'Leñador', de Mike Wilson, una aventura literaria en la que el escritor americano nos lleva a conocer los bosques de Yukón

El escritor americano Mike Wilson. LA PROVINCIA / DLP

El escritor americano residente en Santiago de Chile Mike Wilson (Misuri, 1974), considerado por muchos como el Henry David Thoreau del siglo XXI, irrumpe con fuerza en el mercado editorial en España, después de lograr en 2014 el Premio de la Crítica y Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura en Chile, con Leñador (Errata naturae), una obra excepcional que bucea en medio del espíritu más original, puro y genuino de la literatura americana de finales del siglo XIX. Leñador viene a confirmar (si no lo hicieron ya La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, Walden de Henry David Thoreau y Moby Dick de Herman Melville) las palabras del lexicógrafo americano Noah Webster cuando en 1783, el mismo año que Estados Unidos emprendía su recién estrenada independencia, pronosticó que: "América tiene que llegar a ser tan independiente en literatura como lo es en política".

Algún día habría que distinguir en buena parte de los escritores americanos aquéllos en cuya obra se rastrea el inquebrantable ejemplo de Thoreau, muy escasos, y aquéllos que comparten la visión épica y feroz de la existencia humana que tenían Melville y Jack London, autores todos ellos que, de uno u otro modo, resuenan en las páginas de Leñador nada más abrirlas: "Combatí en una guerra, hace décadas en un archipiélago, y combatí en el cuadrilátero, hace años en las noches de la ciudad. Fracasé en las islas y en el ring. Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado, de la claustrofobia, necesitaba respirar. Veía cosas que me hacían mal, escuchaba voces, me estaba perdiendo, extraviando en mi cabeza. Huí hasta llegar a los bosques de Yukón. [...] Aprendí cosas".

Las palabras del ex soldado que luchó en Las Malvinas y ex boxeador fracasado, que ahora aferra el hacha en los bosques de Yukón, al norte de Canadá, no son muy diferentes de las de del protagonista de Moby Dick: "Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años -no importa cuántos, exactamente-, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me inte-resara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circu- lación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amar-ga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; [...] y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible".

Al igual que Ismael encuentra su tabla de salvación en el mar, homérico y al mismo tiempo bíblico, el narrador de Leñador encuentra en los bosques de Yukón, thoreauano y al mismo tiempo cósmico, un refugio totalmente libre de los rigores de la vida moderna. Allí aprende a utilizar las herramientas que emplean los leñadores, los alimentos que comen, las medicinas que elaboran, la ropa que usan, cómo trepan a un árbol o cómo lo derriban: "Ayer derribé mi primer árbol. Era un pino, me demoré. Las manos me sangraron, mi espalda no deja de acalambrarse. Lo extraño es que no sentí nada cuando se derrumbó. Justo antes de caer, el tronco crujió, adentro la madera comenzó a quebrarse, sonó como la descarga simultánea de un centenar de rifles, y luego la caída y el impacto. Y después silencio. Silencio absoluto. Estaba solo en el mundo ante un pino derrotado".

De alguna manera, Wilson construye una narración inolvidable en torno a las palabras que definen cada uno de los aspectos que conforman la vida de los leñadores (Hacha, Escoplo, Arce, Cosecha, Trepa, Leña, Barba, Botas, Clima, Turba, Ciénaga, etc.), y esto con un estilo ameno, sencillo, poético, tan lleno de savia como de un profundo sentido moral. Leñador es un libro vigoroso, maravillosamente escrito, que muy pronto, estoy convencido, ocupará el sitio que le corresponde junto a los grandes clásicos americanos en los que la vida y la obra van de la mano, como Walden, Moby Dick o La llamada de lo salvaje de Jack London. Hay que decirlo claramente. Es un libro extraordinario. Una aventura literaria en la que cada frase es un regalo y cada página un prodigio.

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