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música

Sinceramente, L. Cohen

El cantautor canadiense deja una obra incrustada de las búsquedas y contradicciones de quien desconfió de las certezas

Leonard Cohen. LP/DLP

Una de las canciones más enigmáticas de Leonard Cohen quizá no sea siquiera una canción. The great event adopta la forma de una especie de parte radiofónico enunciado por una metálica voz femenina. El próximo martes, asegura, tocará a su fin el sufrimiento del mundo mediante una sencilla operación: la interpretación al revés de la Sonata Claro de Luna. Animada de esta forma por metonimia, la cultura occidental se revierte y aligera de su pesada carga al ser humano, que retomará entonces el estado edénico. "Qué deliciosa noche será, qué sensación de alivio, mientras elpetirrojo recobra sus brillantes colores", añade la narradora.

No es la primera vez que Cohen observa con desconfianza el ampuloso edificio de nuestra civilización, para propugnar una relación más intuitiva con el mundo. Esa ambigüedad es constitutiva de su quehacer y se irá desdoblando en diferentes pares. Lo carnal y lo espiritual, lo sagrado y lo profano, comunión e individualismo... polaridades que se dan cita a lo largo de una obra que exhibe, en primer término, una siembra de dudas.

Pero hay algo más en The great event. Interpretar o reproducir música de atrás adelante se convirtió en práctica común en la música pop de los últimos sesenta, hasta el punto de que es uno de los rasgos distintivos del estilo psicodélico. Así, una célebre leyenda asegura que John Lennon escribió Because desplegando al revés la armonía de una pieza clásica que Yoko Ono interpretaba al piano. Y esa pieza es precisamente la Sonata Claro de Luna.

Aquí están la denominada alta cultura y la cultura de masas enmendándose, corrigiéndose y hasta saboteándose el discurso. Las canciones de Leonard funcionan tan bien porque tienen interiorizados los códigos del pop, que conviven en una fecunda desconfianza con los de la poesía. A menudo es la ironía el elemento que sirve para escenificar el desgarro. El ejemplo más célebre es la primera estrofa de Hallelujah, cuando se interrumpe el relato acerca de los acordes del rey David con ese "pero a ti no te interesa realmente la música, ¿verdad?"

Así, casi siempre será el propio Cohen el mejor intérprete de su repertorio. No decanta las canciones, no las define, sino que deja que todo ese hormigueo trabaje en ellas bajo el manto de lo apacible. Muchos se han acercado a Hallelujah con la reverencia que impone un himno litúrgico; otros, caso del malogrado Jeff Buckley, creyeron descubrir en ella un lamento pop. Y, efectivamente, esta composición es ambas cosas, pero su mejor jugo surge de ponerlas en contacto y dejarlas (des)hacerse.

Estos mismos mecanismos, extremados hasta la irrisión, son los que se movilizan en algunos curiosos experimentos, como The news you really hate o Death to this book, dentro del libro Death of a lady's man. Consisten en un texto de creación literaria deliberadamente soez, al que sigue otro que asume su crítica en un pedante lenguaje profesoral. Caricatura de dos dialectos que Cohen conocía y manipulaba bien: el argot y el académico.

El libro del anhelo (Book of longing) se titula una de las colecciones líricas más conocidas del canadiense, apuntando de paso una de las claves de su poética. El anhelo es aquí medular, sea el retrospectivo de paraíso perdido que vimos antes, el que cristaliza en la tranquila desesperación de Waiting for the miracle -ambas actitudes se han vinculado al judaísmo-, o el que transpira rabia en The future. La honesta búsqueda, esa falta de certezas, es la que imprime su dirección y su complejidad a esta obra tan fronteriza, que se deja mellar por elementos contradictorios.

Que un creador como éste haya podido acceder al status de estrella mediática dice mucho de su habilidad para combinar todos estos registros, pero también de un ecosistema de la música popular, el de los años sesenta, que de alguna forma halló acomodo para la creatividad en un entorno de producción cultural industrial. Me temo que si hay otros Leonard Cohen, nunca los conoceremos.

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