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Katherine Mansfield, entre el amanecer y los badenes

Sobre las similitudes entre la autora neozelandesa y Alonso Quesada, apuntadas por Jorge Rodríguez Padrón

Katherine Mansfield. LA PROVINCIA/DLP

Me aguza cierta curiosidad por comprobar si, en efecto, como asegura Jorge Rodríguez Padrón, Katherine Mansfield es el "doble" de Alonso Quesada. (Lo de "doble" no va de exageración mía; es textual: así lo escribe en Kathetine Mansfield y Alonso Quesada, ser una de esas islas. Mercurio editorial, Madrid, 2016. p. 11; también afirma ahí que Las inquietudes del Hall, de Quesada, es el "perfecto correlato" de En la bahía, de Mansfield, p. 42.)

Adelanto que, salvo el Diario -alguna vez lo he citado en estas notas- poco más había leído de la autora neozelandesa; una lectura hecha sin reparar para nada en esa similitud de gotas de agua advertida por Jorge (salvo, claro, algún dato evidente: que ambos eran insulares, que padecieron tuberculosis y que murieron jóvenes -circunstancias estas últimas que Katherine y Alonso comparten con otros autores -con Kafka, por ejemplo, o con Thomas Wolfe; y, por supuesto, con cientos o miles de hombres y mujeres de su generación. La montaña mágica, de Thomas Mann da cuenta -en forma acaso de exagerada epopeya- de los estragos que causó la tuberculosis a principios del siglo XX, y del acceso a ciertas zonas de espiritualidad, sexual, metafísica y creativa, que propició la enfermedad.)

Para aminorar mi ignorancia he empezado por leer uno de los cuentos más conocidos de KM: Preludio. A mitad de la lectura tropiezo con un dato que me parece incongruente: uno de los protagonistas, Stanley Burnell, regresa a su casa después de concluida la jornada de trabajo en la ciudad (su domicilio, al que se ha mudado recientemente -y esta mudanza es el tema del relato- está ubicado en las afueras; Stanley se entretiene realizando unas gestiones; y ya en camino, cómodamente instalado en su calesa, la narradora describe el paisaje circundante y comienza diciendo: "Faltaba poco para que amaneciera." ¿Cómo que amaneciera? ¿Hay un salto temporal? ¿Se refiere a otro viaje de Stanley en distintas circunstancias? Continúo leyendo y compruebo que la secuencia de tiempo es la misma: Stanley llega a su casa, las niñas están tomando el té, su mujer prepara la cena, etc. Como lo tengo a mano consulto el texto original: "It wanted a few minutes to sunset." -dice ahora la narradora. Así, pues, lo poco que faltaba (la autora escribe "minutos" y la traductora "poco") era para "anochecer" y no para "amanecer."

Me sorprende que desliz tan notorio sea responsabilidad de la traductora (excelente, por otra parte: su versión recoge con relativa fi-delidad -pero con eficacia- el estilo y el lenguaje de Mansfield, tanto en sus aspectos líricos como en sus leves registro irónicos y paródicos.) Y aún me causa más extrañeza que los editores y correctores del libro no hubieran advertido la disfunción narrativa que ocasio- na esa alteración temporal; y más todavía: que ningún lector reparara en ello. La edición que manejo es la segunda, publicada por Cátedra en 2010; la primera apareció en el año 2000, así que lectores ha tenido, sin duda; y tiempo para introducir la corrección, si alguien hubiera visto el error y avisado. (La edición y traducción del libro es de Juani Guerra.)

Un poco más adelante hay otra frase que me sorprende: "El césped está todo lleno de badenes" -dice uno de los niños que juegan en el jardín de los Burnell. ¿Badenes en un jardín? Vuelvo a consultar el original: "That lawn's all bumpy" - -dice ahora el mismo niño: "El césped es muy desigual". Entiendo que la traductora quiere subrayar lo irregular del terreno, peligroso, según advierte uno de ellos, para que los niños hagan allí el pino, que es el propósito de su juego. Pero un badén es una zanja, o un cauce; y nada de eso hay en el jardín. También existen badenes en las vías de tráfico rodado: un desnivel -depresión o elevación- cuya peligrosidad está convenientemente indicada por una señal específica. Quizás fuera la evocación de la imagen de esta señal -una ondulación en medio de un triángulo rojo, ondulación que, presumiblemente se reitera en el suelo del jardín-, la que indujo a la traductora a utilizar esta expresión, no exacta pero sin duda llamativa.

Encuentro en este libro otro desajuste: su título: Relatos breves. El inglés adscribe a "Short Stories" o simplemente a "Stories", lo que en castellano llamamos "cuento" o "relato": todas esas denominaciones hacen referencia, en uno u otro idioma, a una narración breve. Cuando la narración se alarga, su definición sería "novela", en castellano, y "novel" en inglés. Así, calificar un "relato" de "breve" implica una redundancia: si el relato no es breve no sería relato, sino novela o novela corta -que es también otra denominación que se aplica a textos de extensión intermedia entre relato o novela. Mansfield, en su Diario, llama "a long story" a En la bahía. Unos traductores vierten esa definición como "una historia larga" y otros como "una novelita corta." Ambas vienen a significar lo mismo; pero al lector castellano le queda más claro lo de "novelita corta" -eso es, realmente, En la bahía, aunque yo no utilizaría el diminutivo y lo dejaría en "novela corta"; lo de "historia larga" parece más ambiguo; la extensión, al no definirse, podría dar lugar a una novela. "Historia" tiene, además, en inglés, un vocablo preciso, "History", que lo distingue netamente de una narración o "story" - distingo que no existe en castellano.

Para la adopción del título del libro Juani Guerra ha tenido presente, supongo, The Short Stories of Katherine Mansfield, el volumen pionero que recogía toda la narrativa de la escritora, preparado por John Middlenton Murry, su viudo y albacea, y ha adaptado el título literalmente, cuando le bastaba con Cuentos o Relatos, sin más. En inglés la conjunción de "Short" con "Stories" no choca; es normativa; en castellano no parece tan legítima. Por otra parte, la existencia de ese calificativo, "breve", induce a suponer que Katherine es autora también de otro tipo de relatos largos. Y no es así. Sus textos más extensos son el citado Preludio y En la bahía (de unas cincuenta páginas cada uno), y ambos están incluidos en esta selección de "relatos breves."

[Puestos un pelín bordes con algunas de las elecciones lingüísticas de Juani Guerra: ¿por qué medio traducir The garden-party como La garden-party -que suena horroroso y casi snob- en vez de Fiesta en el jardín o Reunión en el jardín? Recuerdo que hace años, a cierta gente pija no era raro oírle decir: "organizo un party", o: "voy a un party" (siempre en masculino, no en femenino); pero lo de "garden party" no lo oí nunca, quizás porque en los domicilios donde se ofrecía el "party" no había "garden".]

De todas maneras, y para que la cuestión no quede zanjada de manera tan abrupta, puede argumentarse que otro término que el inglés dispone para "cuento", "tale", figura con esa correcta acepción en muchas publicaciones ( South Sea Tales -Cuentos de los Mares del Sur, de R.L. Stevenson, por ejemplo), pero también ha sido adoptado para definir alguna novela: tal hace Joseph Conrad, quien subtitula su libro Victory (350 pp. en la edición de The Modern Library, New York, 2003) como "An Island Tale" -"un cuento de la isla".

Anoto como curiosidad que uno de los traductores españoles de Victoria, Ramón D. Perés (Emecé, Buenos Aires, 1946, 440 pp.) ha enmendado la plana al autor y transforma esa definición o subtítulo en "La novela de una isla." Quiero indicar con esto que la clasificación de los géneros, y la adscripción a uno u otro de determinados textos, no es cosa estricta y cerrada: siempre existe en ellos lugar para la ambigüedad, e incluso para el juego.

¿Y qué hay de la vinculación siamesa Katherine Mansfiel-Alonso Quesada y del paralelismo hallado entre En la bahía y Las inquietudes del Hall? Vamos a posponer ese tema para otra ocasión; su tratamiento dará, seguramente, para un "cuento largo."

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