La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

aniversario de un reto cultural

El histórico medio siglo de la Ópera en Las Palmas

Apuntes sobre un compromiso de lealtad con la ciudadanía insular, vivo y vigoroso desde el año 1967, apasionante para el estudio de sociólogos y musicólogos

Uno de los cuadros de 'Lucia de Lammermoor', de Donizetti, primera obra de la 50ª Temporada de Ópera en el Galdós. JUAN CASTRO

Cincuenta años de lealtad al espíritu y la cultura de Las Palmas de Gran Canaria contienen un caudal de acontecimientos y anécdotas que desbordan las posibilidades del dossier periodístico. Una buena tesis doctoral podría nacer de la investigación artística y social del acontecimiento, como primer paso hacia el relato histórico que testimonie su dimensión patrimonial en las Canarias contemporáneas, creada y sostenida por la Asociación de Amigos Canarios de la Ópera (ACO). Como expresión de cultura viva, los festivales y temporadas que ellos iniciaron en 1967 y llegan a 2017 con rigurosa cadencia anual, constituyen una inmejorable seña de identidad. También ratifican el acierto de la iniciativa privada en la gestión de los valores intangibles que enaltecen a la sociedad civil, a cubierto de los vaivenes políticos y económicos de medio siglo de cambios profundos. El significado paradigmático de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas de Gran Canaria, con más de 160 años de existencia y actividad ininterrumpida que la hacen única en España, se reproduce felizmente en la voluntad y el propósito de ACO. Sus dirigentes sufrieron avatares hostiles a la supervivencia. Pero ha sobrevivido y nos sentimos orgullosos de la generosidad y la valentía aplicadas a ello.

Integradora y asequible

Es cierto que los organismos públicos cooperan en mayor o menor medida con el presupuesto de las temporadas, y lo es también la esponsorización o colaboración de algunas empresas privadas. Sin necesidad de estimaciones porcentuales, muy cambiantes según las circunstancias del momento, los recursos seguros fueron siempre -y son- el abono y la taquilla. Las directivas han hecho de la ópera y sus programas, sus elencos artísticos y sus cuadros técnicos un polo de atracción social en el que fragua la conciencia de reciprocidad indispensable para durar. Si bien incentivan la audiencia con precios asequibles, que varían muy poco de año en año y siempre están por debajo de la media europea con oferta comparable, el pago es preceptivo. Puede fragmentarse en plazos mensuales sin sobreprecio, pero excluye el insano hábito de gratuidad que con frecuencia fomentan los organismos públicos en detrimento de la excelencia y de la valoración cualitativa por parte de los ciudadanos.

La mejor localidad de ópera en Las Palmas no llega a 100 euros por función, y desciende hasta precios casi simbólicos en otras zonas. Los frecuentadores de festivales europeos saben que esas tarifas han desaparecido hace mucho tiempo, incluso en teatros fuertemente subvencionados. Además, los precios de abono son fijos, mientras que en otros países suben o bajan en relación con el coste de las producciones y los cachés de los artistas contratados. Los directivas han vivido angustiosos déficits sin alterar precios, en clara prueba del propósito de facilitar el disfrute artístico a quienes lo deseen, muy lejos de la injusta etiqueta de elitismo que esgrimen ciertos sectores.

Conviene recordar estas realidades, porque la ópera es la más costosa de las manifestaciones musicales y exige una administración al céntimo para ser viable. Es digno de gratitud el empeño de sus administradores isleños en hacerla asequible y pechar con los problemas y los déficits, incluso con riesgo del patrimonio personal, cuando es bien sabido que todos trabajan de manera completamente desinteresada y pagan sus abonos.

En este sentido, tiene calidad de ejemplar la actitud de Alejandro del Castillo Bravo de Laguna, presidente fundador y efectivo durante los primeros veinte años del acontecimiento. Su generosa entrega ha modelizado una conducta y un estilo integrador que siguió vigente en todos sus sucesores y juntas directivas.

Repertorio abierto

Tiempos hubo en que la programación de las temporadas fue excesivamente conservadora. Un presidente de ACO -de muy grata memoria, por cierto- exclamaba "¡Verdi y Puccini, Puccini y Verdi!" cada vez que algún compañero de junta proponía abrir el repertorio. Eran los autores más amados del público, pero la diversidad constituía para otros el reto necesario, la asignatura pendiente. En el fondo del reflejo conservador quedaban las zozobras económicas de los dos festivales dirigidos por Tito Capobianco en los años setentas, impresionantes y memorables pero carísimos. No hubo en ellos más apertura que la de un espléndido Don Giovanni mozartiano, pero el sistema de producción, con todos los decorados creados ex-novo y figuras de primo cartello mundial, rebasaba el techo posible. No hemos olvidado aquel esplendor que, pasados los años y enjugado el déficit, cuajaron en la voluntad de recuperación sobre la base estable de un taller de producción propio, la vinculación de la Orquesta Filarmónica y la consolidación del Coro de la Ópera.

El reto wagneriano, por ejemplo, sufrió altibajos pero acabó imponiéndose. Lo primero fue un Tannhäuser íntegramente importado de la Staatsoper berlinesa. Gran espectáculo de conjunto, con las coordenadas conservadoras de una entidad aún sometida al régimen comunista de Berlín Este. Lo siguiente fue el Lohengrin llegado de Francia, con un coro espantoso y un tenor que no daba la talla. Completando la etapa romántica de Wagner, El buque fantasma, de procedencia también alemana, alivió el mal sabor de boca de la anterior y dejó en pie el deseo de más Wagner. Fue una excelente producción de Tristán e Isolda diseñada, construida y dirigida en la escena por Mario Pontiggia, con elenco de primer nivel, la que definitivamente situó a Las Palmas en el contexto europeo del wagnerismo activo.

Algo parecido, aunque de mayor ambición media, sucedió con el catálogo de Richard Strauss. Comenzó por la importante producción de Salomé traída de Chemnitz, con una pletórica Eva María Bundschuh en el rol protagonista. Prosiguió, durante la etapa del Teatro Cuyás por cierre del Galdós, con una muy digna versión de Ariadna en Naxos. Y culminó -por ahora- con la sensacional Elektra de nuevo producida y dirigida por Pontiggia.

Conquista del siglo XX

Bien metidos en el siglo XX, el Rake's progress de Stravinsky, también en el Cuyás, fue un regalo de estilo con un reparto en el que Isabel Rey y Nancy Fabiola Herrera alternaban con Gregory Kunde, el tenor norteamericano, por entonces lírico, que es hoy el Otelo de Verdi más buscado por todos los teatros de gran presupuesto. Otras obras del pasado siglo -Wolf Ferrari, Poulenc, etc.- rubricaron con éxito la apertura del repertorio, dejando atrás el temor al rechazo del público y focalizando la atención cultural exterior. Y al hablar del Teatro Cuyás hay que recordar, necesariamente, el bellísimo Idomeneo de Mozart, primero de los títulos sin libreto italiano de Da Ponte -ya habituales- celebrado con entusiasmo. No olvidemos la única ópera de Beethoven, Fidelio, dirigida en escena por Giancarlo del Monaco.

Tras las experiencias con ACO y reabierto el Pérez Galdós, Juan Cambreleng programó nuevas experiencias con Fidelio, El buque fantasma wagneriano, la Salomé straussiana y, sobre todo, el Tannhäuser creado por Katharina Wagner por encargo de Rafael Nebot, quien había inaugurado memorablemente el Galdós ampliado con los cuatro dramas de El anillo del nibelungo de Wagner y planeado la Lady Macbeth de Shostakovich, todos ellos con el gran Valery Gergiev en el foso, un lujazo, como también el estreno mundial de un compositor vivo y grancanario, La hija del cielo de Juan José Falcón Sanabria, con escena de La fura dels baus y Gerd Albrecht en el foso. Como director del Festival de Música de Canarias, Rafael Nebot ya había abierto el camino con la Tetralogía dirigida por Víctor Pablo en versión concierto, una espléndida Elektra, el nuevo final de la Turandot de Puccini encargado a Luciano Berio, la mirada sobre la ópera barroca que fue Il ritorno de don Calandrino de Cuimarosa, con Riccardo Muti en el fosio, etc.

Por su parte, Amigos canarios de la Ópera había roto los vetos y los miedos, y la semilla germinó en lo que vino después. Dentro o fuera de las temporadas, el cartel operístico de Las Palmas de Gran Canaria pudo codearse con el de las más ilustres casas de ópera.

Celebrar cincuenta años de vida tiene algo de misterio y de milagro, pero sobre todo de inteligencia, tesón y respeto a la demanda cultural de la ciudad y la isla de gran Canaria.

¡Felicidades a todos!

Compartir el artículo

stats