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Sagrada obscenidad

La fiesta es comunidad, presentación y re-presentación de la colectividad en su forma más completa, y por qué no, más compleja

Sagrada obscenidad

No encuentro ocasión más acertada que la gala Drag Queen de este año para comenzar a destapar el primer concepto y posiblemente el más preocupante, el cual alumbra las grietas mediante las que se filtran infinidad de opiniones que tratan de hacer camino hacia una absurda y única verdad: la humanidad, siempre desmintiéndose.

A menudo tenemos en boca el mundo creyendo que existe alguna unidad, cuando el auténtico valor se basa en la coexistencia de varios mundos, próximos en apariencia aunque extraños entre sí, en ocasiones separados por distancias inconmensurables. Aunque dichos mundos se repelen, la pasada noche del lunes 27 de febrero nos mostró que la incompatibilidad puede estar presente en un mismo ser. Drag Sethlas, en un más que obvio salto provocador, llevó a cabo su show saliendo a escena personificada como figura virginal que posteriormente muta a crucifixión, donde la fiesta y la gestación grotesca más enraizada al carnaval abducen la transformación y la hacen funcionar más allá de lo subjetivo abriendo el provocador debate.

Esta obviedad que tanto revuelo está generando puede estar asociada a la reivindicación de asuntos aún pendientes por resolver, dejando de lado la militancia transgénero y a través de la experiencia estética desde el montaje físico acompañado por la sátira. Quizá deberíamos generar un debate más útil para despojarnos de un letargo impregnado, el gesto político implícito en este travestismo que incluye un cambio de actitud, aún desconocido socialmente y por lo tanto discriminado, algo más que comprensible en una sociedad gestada bajo la imposición heteropatriarcal, donde las presentes fiestas son el caldo idóneo y más que propicio para ser caricaturizado.

Si hay algo que asociamos siempre a la experiencia festiva, es que se rechaza el aislamiento de unos hacia otros. La fiesta es comunidad, presentación y re-presentación de la colectividad en su forma más completa, y por qué no, más compleja, ya que se contradice cuando la celebración no siempre lo es para todos. Más allá de las contradicciones, diría que la principal transgresión presente, apartando las propias imágenes, se da en no saber celebrar. Una costumbre que bien ejecutada es un arte, debido a su similitud en la experiencia tanto de contemplar como de crear una obra.

Desde tiempos arcanos, lo carnavalesco, que representa una de las más poderosas expresiones de lo grotesco, se adueñó del imaginario popular. Esto provocó la risa estridente e "indecente" por su burla y subversión de las convenciones sociales y las jerarquías sociales. El discurso entre alta y baja cultura es uno de los principales pilares que lo sustentan, lo carnavalesco es mofa, y en ello esta la raíz de su vitalidad. Además de sus estrechos lazos con la protesta pública que históricamente confronta históricos conflictos éticos y sociales, se sirve de una estética que queda en ocasiones des-canonizada.

Es en artistas como Brueghel el Viejo o El Bosco entre otros, donde emerge la larga tradición del género grotesco-festivo en la que queda atrás el sentimiento de culpa que conduce de lo divino al infierno como trauma. El Carnaval es una festividad que precede a la estación de expiación de la Cuaresma, justo antes de Pascua. Por lo tanto, cada vez me encaja más la representación llevada a cabo en el escenario del Parque Santa Catalina por la Drag ganadora ya que el Carnaval es una variante festiva peculiar de la Cristiandad. Es cierto que aunque muchas de sus costumbres tienen su origen referencia a tradiciones festivas más antiguas relacionadas con viejas prácticas agrícolas o pastoriles. Pero todas ellas se integraron en las doctrinas cristianas desde hace siglos, quizás demasiado como para asumir mayor publicidad. Si tenemos en cuenta que la etimología de Carnaval es carne vale, en alusión a la prohibición a los apetitos de la misma durante la Cuaresma, sabemos de sobra que estos tabúes se han transgredido con éxito en una festividad que presume de ello.

El obispo de Canarias usaba en su carta anatemizante, de manera cuanto menos singular, una de tantas frases que funcionaba como intervención en el espacio público, y que componía -mejor o peor- el paisaje urbano de la entrada a la capital, por la zona norte, que decía "sin Dios, nada es verdad. Todo es verdad". Esta invocación a la pintada funcionaba como estandarte, bastante acertado, por cierto, en el contexto de la polémica. Aunque contradictorio, por la propia naturaleza en la que se gesta el mensaje al ahondar en la relación entre el universo underground (siendo tiempo atrás el Carnaval puro teatro errabundo), que estrecha lazos con la fiesta, el mundo trans propio de la subcultura y la teoría Queer es la esencia de dicho festejo y ha sido engendrada en el mismo caldo de cultivo callejero y de naturaleza marginal.

Drag Sethlas, más que representar, encarnó personajes divinos mediante los cuales consiguió sembrar la fácil, aunque gratificante, discordia haciendo afirmar al mismísimo monseñor Cases, obispo de Canarias, que la gala Drag y la actuación de los ciudadanos blasfemos, ha ocupado el top 1 en cuanto a sus días tristes vividos desde que se sentó en su trono episcopal canario, quitándole este primer puesto al trágico accidente aéreo de Barajas con destino Gran Canaria, algo por lo que posteriormente se disculpó. Buen momento para predicar con el ejemplo.

Entonces, el principal motivo de escándalo radica en la propia transgresión de la imagen. Una aventura compleja, e incluso contradictoria, donde la tensión se mantiene eterna entre el placer de la separación y el gozo de la fusión. Cuando el bando sacro es representado durante unos instantes por el contexto, la polémica, y la figura renegada, la propia Drag. El pueblo es juzgado bajo un mismo mazo, cuando obviamente no todo él venera a un mismo icono. Debe existir respeto mutuo y una tolerancia -por llamarla de alguna forma- a semejante provocación de gatillo fácil, sobre todo si obviamos la controversia más que digerida que brota entre la Iglesia y este tipo de espectáculos de carácter transgresor que en esta ocasión apenas rozó ligeramente lo abyecto, que aunque muchos den por sentado, no siempre son llevados a cabo únicamente por personas pertenecientes al colectivo LGBT. Una de tantas polémicas febriles que sigue funcionando como casposa y aburrida distracción mediática.

La vieja historia sobre el icono y el ídolo; la retransmisión de la gala Drag ha tenido gran poder como imagen mediática a nivel insular, nacional y hasta internacional, un poder que por definición posee su propia estructura crítica, es decir, una estructura de crisis. Procede de una energía ansiosa que vuelve a poner en juego la pulsión de un retorno a las tinieblas fusionales o el vivo impulso de un riesgo que corre con las visibilidades que podemos compartir con el resto de las personas. En otras palabras, la procedencia de la imagen cuando es producida es de carácter pulsional, entendida como energía intencionada. A nosotros como individuos corresponde hacernos cargo del destino político de las acciones en su movimiento de desligarse de la controversia, entendiendo desligar como todo aquello que se resiste a algo que lo determine.

Esto es parte del precio hacia la utópica libertad individual, algo cada vez más lejano debido a la creciente insatisfacción comunitaria dada por la contradictoria capacidad de nuestra sociedad para satisfacer nuestras necesidades. Cito a Odo Marquard: "Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye". Concluyo con la negación y el valor que adquiere la nueva implicación sobre lo negado. Recordemos que así surgió algo desconocido y desconcertante para el ser humano. Algo que ya no era simple naturaleza, sino una naturaleza transfigurada, lo sagrado.

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