"Escribir, escribir, como si camináramos / por un hilo invisible", se dice como único resquicio de realidad, a modo de asidero, en "La pasión y la forma", un poema-poética que sintetiza, hacia el final, la recurrente duplicidad de planos, entre el afán de trascendencia ("ávidos de sorpresas estelares") y lo zarrapastroso del "oficio de vivir" ("como una anciana peinándose para el último baile"). Esa dualidad, entre el afán de trascendencia y su revelado como quimera que se esfuma en las meras contingencias terminales ("Nuestra mirada vaga por la acera / como una bolsa de supermercado"; "?como si cada noche cayéramos al mar, y uno por uno fueran apagándose para siempre los astros", etcétera), marcan el recorrido del poemario, donde, finalmente, se nos convida con un punto de melancólico zarrapastro: "Seres fecundos en contradicciones, abramos la ventana y arrojemos toda razón por ella, como esos viejos que en la madrugada de la ciudad sonámbula sacan a sus mujeres a bailar".
Fuera de ese "hilo invisible" de la escritura / lectura no hay nada. Todo es pura "fábula", como reza el título de este bien pertrechado poemario, de gran enjundia minimalista, donde se aprecia el dominio de Javier Vela (Madrid, 1981) para la transversalidad y pluralidad de registros, con tal de narrar analógicamente el modo veloz e infalible que tiene la vida de dar el cambiazo por un fémur cada vez que nos anuncia un glúteo. Avalado por el premio Adonais por La hora del crepúsculo (2003) y por el Loewe a la joven creación por Imaginario (2009), Vela comprime y unifica aquí su noticia sobre la ausencia de asideros y la incredulidad hacia el entorno que le/nos ha tocado en suerte. Tampoco la memoria, seriamente tocada, es ya un aliado. "La memoria es un puente derruido / bajo el que fluye un tiempo sin orillas", se concentran en imagen definitiva los recurrentes apuntes al respecto: "Apagar las luces del pasado"; "los falsos abismos del recuerdo"; "cerramos los postigos de una casa a la que no regresaremos"? de tal manera que "ahí tenéis el pasado como un caballo indómito, / ahí lo tenéis piafando suntuoso, al pie de la escalera, / con los estribos huecos", y al punto de que la Historia se ha reciclado en "una burda nana edulcorada a través de las épocas, una fábula oída entre ruinas".
En imagen de detritus, lo que sí se ve son pléyades de "ánimas solitarias cuerpos solos / con tedio se masturban y a menudo / piensan en el pasado // lejos de ser felices se conforman // con la mención de la felicidad". Y no es difícil comprobar, como se expresa en el poema "Retrato de familia", que "somos entre la niebla nuestro propio enemigo". Y también adquiere concreción la muerte, que se muestra cada vez más "en lo altares de lo cotidiano". Se dice de ella que es "como un gato que lame sus espinas" y que, "como un canto de cigarras, se aposentó en mi oído". Pero, polimorfa y ubicua como ella sola, se dice también que "sus pezones huelen a pubertad", y que, en cambio, la idea de la irrupción de la muerte es ya tan burda "como cuando tapamos la boca de un gerente que, temeroso, intenta delatarnos". Lo relevante es que "fabulo la presencia concreta de la muerte"; y, acto seguido, "vuelvo a mis afanes / derrotado"?
La división en seis apartados de un poemario de por sí breve, junto a la combinación de versos muy medidos, versículos y prosa poética, facilitan la reincidencia de imágenes fragmentarias desde distintos ángulos, para, luego, como por aspersión, ofrecer el engranaje de un veredicto concluyente. "Hay pasos, no hay camino", proclama, a sabiendas, quizás, de que relatar la agonía es un modo de preservarse de ella. Con espanto curado de espanto, se nos muestra, pues, esa total ausencia de asidero, bajo "el aullido cínico del siglo". Toda identidad es falsaria, cuando el recuerdo es una quimera, al punto de que "detrás, queda el presente", y mientras vivimos arrumbados "como enfermos sin cama en el fangal de las ideologías", se expresa; y cuando la única "patria" (para el "nadador que se ahoga") es "el aire", y nos disuaden por igual "la escoria original" y "la levadura del progreso", mientras la belleza es refractaria, y el amor, desmesurado -"... dos océanos bajo una misma sábana"... Entonces, la única rendija oreada es ese "hilo invisible" de la escritura. Junto a él, "vive el poeta, herido, trasterrado, luego de ser proscrito // y allí espera, sencillamente espera". Como único sucedáneo de redención dirá también: "Seguir perdido quiero un poco más, mientras la vida pasa y, en la isla, un dios herido inventa mi destino". Al cabo mostrar que todo es fábula es también una fábula.