Auno y otro lado de la cámara, el realizador Fernando Merinero (Madrid, 1958) desdibuja las fronteras entre la realidad y la ficción para retratar su biografía sentimental en la trilogía experimental Las 1001 novias. El primer largometraje, Capturar, al que suceden Alumbrar y Cortar, se estrena hoy en Multicines Monopol después de proyectarse en varios festivales internacionales y recoger premios en Dehli o Bradford.

El humor negro, el desenfado y la improvisación vertebran este falso documental protagonizado por el propio Merinero y por un plantel de actrices que juega a interpretar a sus ex parejas amorosas, entre las que hay distintos grados de verdad detrás de su actuación. El motor de esta aventura cinematográfica fue su reencuentro con la actriz cubana Magaly Santana, afincada en Gran Canaria, antiguo amor y protagonista del primer filme de Merinero, Los hijos del viento (1994), que despertó su deseo de plasmar "su azarosa vida" en un documental a partir de aquel intenso rodaje en la Isla.

Pero esta idea inicial, por la volatilidad de las circunstancias derivó en un experimento distinto, en el que Merinero reescribe su propia historia emocional en un "ensayo fílmico" donde se funden los lenguajes del cine y la vida. "El proyecto desembocó de forma natural en una especie de selfie cinematográfico sobre el amor, el desamor y el paso del tiempo", apunta Merinero, "pero también se establece un juego de identidades y de metalenguaje cinematográfico en torno al proceso creativo".

En este sentido, el realizador firma una apuesta por "películas vivas, construidas sin guión, en las que la creatividad y la vida discurren en líneas paralelas hacia territorios ignotos, incluso para el director". " Las 1001 novias parte de una idea de rodaje-aventura, en el que sabes de dónde partes pero no hacia dónde vas. Y eso te exige una creatividad instantánea, no tener límites, ni censuras y estar abierto a lo que pueda suceder", revela. "Por eso, mi equipo y yo convinimos en rodarlas del tirón según fueran fluyendo todas esas ideas y relaciones hasta llegar al punto culminante en el tercer largometraje".

Merinero señala que Capturar es la entrega "más gamberra", a la que sucede Alumbrar, con un tono "más serio", y que culmina en Cortar, "la más poética", que enmarca su reencuentro con Magaly Santana en el presente. "Los tres títulos son un guiño al lenguaje sentimental, pero también al cinematográfico", subraya. Desde una perspectiva de estilo, "son películas intimistas y domésticas, que no requieren de gran infrastructura de producción, pero que sí son ambiciosas artística y espiritualmente". El cineasta se siente identificado "con la perspectiva documental de Michael Moore, pero en un terreno emocional; y con el personaje de Woody Allen, un seductor patético, entrañable y manipulador".

Con todo, el alma de la trilogía, junto a su mirada particular, son las actrices -y las no actrices-. "Ellas se tiraron a la piscina sin saber si había agua o no", agradece. "Siempre digo que el mundo afectivo de las mujeres es mucho más rico. Y que las cosas más sublimes de la vida son patrimonio de las mujeres".