El Teatro Pérez Galdós lució lleno en el concierto conmemorativo del 10º aniversario de su reapertura. Y el lleno se volcó en aplausos a las interpetaciones de Michaela Kaune, una de las grandes sopranos alemanas de la actualidad. Al igual que sus colegas Damrau, Kampe, Harteros, Dalayman o Dasch, voces de primerísima calidad e intérpretes versátiles, la Kaune está en ese punto de oro de la vocalidad joven, bella, dominadora y expresiva, que acapara los roles protagónicos en las casas de ópera.
La ductilidad del timbre y el color, lleno de encanto y lirismo en la zona media del registro, seguro y seductor a mezza y en filados, espectacular en el cuerpo spinto de las alturas, hizo modélica su lectura de cinco estilos muy diferentes en un tramo de más de dos siglos de creación musical.
Equilibrio y elegancia melancólica en una de las dos arias de la Condesa, Porgi amor, del Fígaro mozartiano; extensión y flexibilidad de las intensidades medias en el cuarto acto del Otelo verdiano ( Sauce y Ave Maria); evanescencia soñadora en la Canción a la luna plateada de la Rusalka de Dvorak; plenitud exultante en el aria de entrada de Elisabeth en el Tannhäuser de Wagner; y perfectas variantes de entonación y fraseo en la coqueta y deliciosa escena Mein Elemer, de la Arabella de Richard Strauss; estos fueron sus poderes, prolongados como bis en la alegre mundanidad de la opereta vienesa, con el aria de Giuditta, de Lehar. Una fiesta de musicalidad y estilo.
Dirigida por Sebastián Lang-Lessing, la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria acompañó admirablemente a la soprano y dio prueba de gran profesionalidad en las oberturas del Fígaro, La forza del destino, la bacanal de Sansón y Dalila, el preludio (parisino) de Tannhäuser y una tanda de valses de El caballero de la rosa. Esplendidas ejecuciones, vertiginosas en ciertos casos, con aplausos a la viola solista y sonoridad excesiva en los grandes tutti que la respuesta acústica del teatro hace confusos. En cualquier caso, un "cumpleaños feliz".