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Concierto Sociedad Filarmónica

Manuel Gómez e Ignacio Clemente, consumados liederistas

Así es el lied: intimidad, moderación vocal y expresiva, acentos y matices plurales, color, armónicos en la emisión, inteligencia de la modulación oral en las vocales y las consonantes del texto poético, correlato intencional en la ósmosis voz-piano, y estilo, sobre todo estilo en los antípodas del alarde.

El tenor Manuel Gómez Ruiz y el pianista Ignacio Clemente Estupiñán dieron lección de las singularidades del género en su recital para la Sociedad Filarmónica, un ente que, al borde de los 175 años de historia, sigue fiel a una de sus constantes programadores: apostar por jóvenes artistas canarios de probado talento. Fue una gran velada, en la atmósfera idónea para degustar el refinamiento de los intérpretes.

El insuperable tandem Schumann-Heine abrió sesión con el ciclo Op.24 del primero. Reconcentrados en el casi susurro, expansivos en la alegría y el humor, lentos o vivos, apasionados o remembrantes, los nueve lieder de ese cuaderno magistral fueron proyectados como declaración de principios: ésta es la poética de la canción alemana en la plenitud del siglo romántico, y con ella salimos al encuentro de la sensibilidad oyente en el siglo XXI.

Cambio a la lengua inglesa del Barroco para cantar a Shakespeare en la mùsica de Purcell, y vuelta a la alemana para ilustrar la agilidad clasicista de Haydn en otra inspiración shakespeariana.

El paso por cuatro temas de Beethoven sobre Goethe y otros autores fue una tesis sobre el klangideal del genio en sus piezas más libres, líricas o burlescas. Y, para cerrar un salto musical de tres siglos, las cinco canciones sobre Shakespeare op.23 de Roger Quilter, compositor del XX.

Diversidad en los standars melódicos y los registros expresivos que exigen los humores e intimidades de los inmortales sonetos del "cisne de Avon", todos lúdicos o amatorios, explícitos o secretos. Una delicia.

Aplaudidos y braveados, tenor y pianista regalaron dos bises, dedicando Manuel Gómez el primero -un divertido Mahler- a la memoria de Lothar Siemens, a quien debe la elección de Berlìn para sus estudios y, consecuentemente, la posibilidad de este recital.

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