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Libros o nazis

Françoise Frenkel vio nacer el monstruo del antisemitismo en su librería de Berlín

isitantes en el museo del Holocausto en Berlín.

Qué poco sabemos de Françoise Frenkel (Polonia, 1889) y, sin embargo, cuánto sabemos de ella. Tan extraordinaria mujer fundó en Berlín La Maison du livre, a pesar del pésimo ambiente político reinante en Alemania para todo lo que oliese a Francia, al tratado de Versalles, en los años 20 que ya preludiaban la explosión de la atrocidad bárbara nazi. Como nos explica el Nobel Patrick Modiano en su prefacio, este libro se escribió entre 1943-1944 "a orillas de los Cuatro Cantones" y se imprimió en Suiza en 1945, bajo el título Rien où poser sa tête ( Ningún sitio donde descansar la cabeza o donde detenerse a descansar). Redescubierto en un mercadillo hace un par de años, se convirtió en un éxito enorme de ventas, que ahora podemos leer en español con la traducción más generalista o acaso cinematográfica de Una librería en Berlín, completado con un dossier final estremecedor. Celebra Modiano los pocos datos biográficos de Frenkel, pues le permiten leer estas memorias como la carta de una desconocida durante la Ocupación, con lo que ello significa de la vida y la historia contadas a ras de tierra: de testimonio anónimo, digámoslo así. Sabemos que la autora hubo de exiliarse a la "zona libre" de Francia en 1939, que su marido pereció en Auschwitz, que sufrió mil penalidades para pasar a Suiza, que murió en Niza en 1975. Qué pocos datos y cuánto la conocemos: he ahí el poder de lo escrito, de estos recuerdos de un peregrinaje forzado narrados "con decencia y contención", como señalan las reseñas.

Porque Frenkel elige no entregarse al lamento y opta por narrar el horror con tanta frialdad espantada (esa que solo un espíritu firme y completo y civilizado atesora) que sobrecoge. Prescinde de casi cualquier juego de estilo. Apenas una anécdota aquí o allá: "Un cliente alemán, muy buen gramático, cuando se despedía después de una compra, oyó que mi empleada le dijo: '¡Que lo disfrute, señor!' Volvió sobre sus pasos y pidió que le explicara exactamente esa expresión. Quería saber si se trataba simplemente de una cortesía comercial o si podría utilizarse también en sociedad, en qué casos concretos, etcétera, etcétera". Pero ve nacer al monstruo: "En el patio de mi edificio, como sucedía también en otros lugares de la ciudad, empezaba a haber reuniones nocturnas de SA [organización paramilitar nazi] y de camisas pardas. Aquellos hombres discutían, abucheaban a los gobiernos extranjeros, pero culpabilizaban sobre todo a los judíos. A continuación, entonaban himnos que magnificaban la fuerza, la guerra, el odio, la venganza..." Anota la conspiración del silencio: "Había por todos lados gente con aire embarazoso, casi avergonzado, pero nadie protestaba abiertamente". Se hace notaria del crecimiento de la bestia: "La rápida transformación de los niños alemanes en larvas excitadas de las Juventudes Hitlerianas; el aspecto masculino de las chicas rubias de ojos azules que desfilaban con zancadas tan bruscas que hacían vibrar los escaparates y temblar los libros que había en los expositores como un sombrío presentimiento; la influencia de los jefes de edificio que se metían en la vida de los inquilinos, los delataban ante los tribunales de comportamiento, dislocaban los lazos del matrimonio, de la amistad, del cariño, del amor; las personas desposeídas primero de sus trabajos y de sus funciones, luego de sus fortunas y finalmente de sus derechos cívicos y humanos; los entierros de los desesperados que se habían arrojado a las vías del tren..." Y "las mentes finas y lúcidas que se habían convertido en unos viejos en tan pocos meses".

Vivimos una época en que las nuevas modas y los nuevos modos obligan a libreros y libreras a cerrar sus puertas. Qué forma más sutil tiene ahora el Poder para ahogar la lectura, es decir, la libertad: ha aprendido. ¿Vivimos el preludio, otra vez, de la barbarie? Lean este libro, por favor.

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