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Nada más que nadar

Con cierta propensión a la narratividad, Miguel Ángel Curiel vuelve a explorar en 'El nadador' los límites entre poesía y vacuidad de la existencia y la identidad entre vida y muerte

Nada más que nadar

Lo que agrava hoy día el viejo aserto de Heráclito de que "nadie puede bañarse en el mismo río", es la constatación de que "no hay más lugares que no sean ya de baño". Una suerte de nihilismo líquido, como si el dilema fuese nadar sin tregua o toparse con la nada -o ambas cosas a la vez: "Al salir del agua, frío, al entrar frío"-, orienta este nuevo poemario de Miguel Ángel Curiel (Korbach Valdeck, Alemania, 1968), El nadador, que acaba de publicar Editorial Regional de Extremadura. La cáustica adversativa formulada por José Ángel Valente "sed, pero no de agua", o, más aún, la de Octavio Paz "sé cuanto me sobra, pero no cuánto me falta", podrían encauzar la senda nadadora del libro de no ser porque -nacido en Alemania, hijo de inmigrantes, aunque residente en Lugo- el autor bebe directamente de la fuente de la poesía europea, con una sempiterna devoción por la poesía de Paul Celan, que vez más, figura en el introito de libro, como acostumbra: "Pon en la tumba para el muerto las palabras que dijo para vivir, / Pon sobre los párpados del muerto la palabra que ha negado a aquel que le decía tú".

Tras su trilogía El agua (2002 - 2012), Curiel vuelve a sus temas recurrentes: los límites correlativos entre sentido de la poesía y vacuidad de la existencia ("Lo que encierra la poesía es un puñado de moscas", asevera) y, sobre todo, la continuidad -por no decir, la identidad- entre vida y muerte ("El nombre de la muerte es Vitae"). En "Habitación de hospital", un poema sobrecogedor, Curiel simbolizaba, en aquella entrega anterior, el instante del difunto como un copo de nieve que, a través del techo agujereado de un hospital de campaña, cae al ojo del paciente emblanqueciéndolo para siempre... Y en aquella misma antología, cincelaba: "La muerte / tira así de nosotros. / No quiere que rompa / el sedal de la vida". En El nadador el tema reaparece prolífico y contundente, con una extrañeza que cabe sintetizar en este verso: "Las palabras que hablan de la muerte están vivas". Curiel vuelve a conjugar aquí una factura a la vez metafísica y matérica, invocadora y convocante, minimalista y densa, blanca y confesional, sintética y discursiva, ingrávida y aseverativa, esencial y concreta, impersonal y autobiográfica... Sólo que ahora, con el poemario ofrecido, justamente, como una nadada (también, por asociación, como una nada en movimiento), su habitual esencialismo deriva hacia una mayor narratividad; disminuye la carga dramática, y se acentúa la voluntad de concreción y fisicidad, aseverando por ejemplo: "Habría que chupar esto, y no leerlo".

Como advierte el crítico Rafel Escobar, se produce, en este nuevo libro de Miguel Ángel Curiel, "un redescubrimiento del lenguaje que, frente a poemarios anteriores, no parece contribuir tanto a la ruina como a la regeneración del ciclo vital. Recorre todo el libro una lucidísima irracionalidad de corte celaniano, pero donde la imaginería trágica cobra otra dimensión más honda en el filtrado, más vocacional que casual, de una deliberada esperanza que a menudo sirve para reconducir textos que se habían enquistado en una deriva hacia la negatividad cuasi apocalíptica". Para el intérprete, muchos de estos versos bosquejan admirablemente la calidad casi fantasmagórica de toda belleza, una materia que es levedad o transparencia y difumina los límites del observador aparte de los de su misma realidad". Paradójicamente, aumenta la potencialidad comunicativa de la palabra -explica- sin que disminuya por ello una irónica "incisiva mordacidad" en torno a la naturaleza de la poesía.

A partir de que "En el agua el ojo es un camino", la lectura avanza hacia una confusión semejante a la imaginería de un nadador a la intemperie, con referencias a un río, bajo un sol que se vislumbra y desaparece según los movimientos de la nadada. A mi juicio, del mismo que las arpilleras blancas de Manolo Millares, por ejemplo, simbolizan más y mejor la muerte que las negras, el sol que reina y se divisa mientras se nada resulta peculiarmente tenebroso, el más singular símbolo de la continuidad entre el nihilismo y la muerte. "El sol es siniestro", definió Sartre, y con mayor precisión, lo definió Georges Bataille como el "ano solar". Al principio, al vislumbrarlo mientras se atraviesa río arriba y contracorriente, se nos dice que, para el nadador ufano; "El sol es tonto"; pero, enseguida, lo que se ve es, por ejemplo, "El sol corriendo delante de perros negros con alas de papel"; o que "Canto en la yema negra del sol a mi hermana muerta que desoyó el mundo y escribió este poema para abrir la puerta"; y que "El sol por detrás es negro", o, al seguir nadando -muchas veces en estilo braza hacia atrás, que "Si cierro los ojos veo cucarachas blancas en una cabeza de sol"? Esa persistencia solar no hace sino acentuar y perpetuar la sombra del nihilismo, que es el centro de gravedad de 'El nadador'. Así, se nos dice: "Nadé entre hojas negras con el ojo lleno de extinciones". Y se asevera: "Mi vida era un fuelle / de sueños hacia la nada"?

A través del río del poema, la escritura supone una especie de catarsis por exclusión; toda vez que "nadar es olvidar", y que, finalmente, "el cansancio es vegetal -tiene raíces en la boca, en los ojos y sube desde el yo; si lo cortas, cortas la vida que va del sol a la muerte-". Oscila entre "La posibilidad virginal de la poesía" y la realización de "Un poema para ti, / nadie. / Para ti / que no pisas el suelo". Vivir / escribir es en este poemario "Llenar de agua el vacío: nadar por las estancias", y se advierte, por último, que "En la oscuridad brilla todavía el poema, lo hace en voz baja para quemarme"? El sujeto poemático -el nadador- sabe de las limitaciones de su travesía, pero también que dejar de nadar y salir del agua, sería reencontrarse con la nada. Al tiempo que nos habla de esa potencialidad "virginal" de la poesía, también pronostica que "Como el mundo la poesía será cada día más pobre".

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