Cuando se habla de Cabaret hay que distinguir entre Adiós a Berlín, novela corta de Christopher Isherwood, y su celebérrima adaptación cinematográfica. Pero lo que la mayoría no sabe es que entre ambos hubo, a mediados de los sesenta, un exitoso musical de Broadway que no se basó en la novela sino en la obra teatral Soy una cámara que se creó a partir del original literario.

Con tantas adaptaciones es muy difícil que quienes asistan a la representación de este CabaretCabaret dirigido por Jaime Azpilicueta no conozcan la historia que están viendo, pero a pesar de ello algo sorprendente tiene lugar en la oscuridad de la sala, porque aunque este espectáculo ponga en escena una historia demasiado trillada posee tanta personalidad que si bien todo el argumento suena demasiado familiar tenemos la extraña sensación de que estamos viéndolo por vez primera.

Si bien es cierto que durante toda la obra no pude evitar establecer paralelismos entre lo que se estaba desarrollando ante mis ojos y lo que había visto en la pequeña pantalla en ningún momento realicé comparaciones entre ambas porque este cabaret tiene tanta personalidad que constituye un espectáculo independiente de todo lo que hasta ahora se ha realizado bajo el mismo título.

Sin embargo por varios detalles es fácil averiguar que en parte este musical está basado en el revival que Sam Mendes dirigió en 1993 para la Donmar Warehouse de Londres. Uno de los elementos clave para llegar a esta conclusión es su aterrador final, que prefiero no desvelar pero que deja al espectador temblando en el asiento, literalmente, porque la música es tan alta que hasta las butacas vibran.

¿Qué es lo que tiene Cabaret para resultar atemporal? La respuesta es muy simple, la acción está situada en un país liberal y desarrollado pero que sufre una crisis de tales proporciones que su población termina llevando a un político racista y xenófobo al poder a través unas elecciones democráticas. No, no me estoy refiriendo a Donald Trump sino a Hitler, pero la historia de un pueblo que se dirige confiadamente a un desfiladero siguiendo a su líder es tan universal que es difícil no conmoverse viendo un musical en el que el humor más descarnado se combina con la tragedia.

A parte de la historia y la música la otra gran baza de Cabaret es su reparto, en el que destacan una irreconocible Cristina Castaño y un convincente Alejandro Tous. La actriz se pone en la piel de Sally Bowles haciéndonos olvidar lo que hasta ahora sabíamos de ella y demostrando tener una voz que destaca especialmente en el tema que da título a la obra.

Entre el resto del elenco brillan con luz propia Víctor Díaz en su papel de advenedizo nazi y el grancanario José Carlos Campos, que consigue lo imposible: hacernos olvidar los inconfundibles rasgos de Joel Grey en su papel de maestro de ceremonias del Kit Kat Klub de la versión cinematográfica, otra prueba de que este viejo cabaret tiene vida para rato.

(Cabaret se representa en el Teatro Cuyás hasta el 9 de julio).