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Arte

El bigote enhiesto de Dalí

La demanda de paternidad solicitada por una vidente contra el pintor ha dado forma a un caso que mantiene un precario equilibrio entre el surrealismo y el esperpento

Salvador Dalí, con su característico bigote. LP / DLP

El faro del fin del mundo estaba en Cadaqués. Al menos, así lo entendieron Kirk Douglas y Kevin Billington cuando, recién amanecida la década de 1970, fueron a la localidad catalana a rodar la adaptación de la novela de Julio Verne. Durante un largo y cálido verano, Douglas fue vecino del figuerense universal, Salvador Dalí, que una noche les invitó a él y a un joven actor francés, Jean-Claude Drouot, a una surrealista velada en la que participaba además una joven desconocida.

Según relata Douglas en su libro de memorias, El hijo del trapero, tras la cena Dalí puso una película erótica a sus invitados, protagonizada por una chica y un plátano, antes de llevarles a una sala en la que guardaba reproducciones en escayola de diversas partes del cuerpo humano. Una vez allí, el artista cogió las piezas que reproducían una vagina y dos falos, y regaló a los presentes una gráfica descripción de cómo ambos órganos masculinos podrían encajar en el femenino. Douglas y Drouot, por usar una expresión castiza, salieron escopetados.

El reparto de aquel estelar ménage à trois planteado por Dalí estaba claro, aunque no su participación personal. ¿Director, guionista o simple voyeur? Cuesta imaginar que aquella posición pasiva (aunque intrigada) sobre el acto sexual podría enmascarar una práctica activa que, de confirmarse mediante las pruebas de ADN que actualmente le practican a los restos del genio, habría dado como fruto una hija, Pilar Abel, cuya madre fue empleada del hogar de unos vecinos del pintor.

La historia podría parecer demasiado convencional de no incluir los episodios más recientes. Abel, vidente de profesión, ha presentado una demanda de paternidad a consecuencia de la cual los tribunales han obligado a desenterrar el cadáver de Dalí para practicarle la pertinente prueba de paternidad. Una exhumación que ha dejado un titular: el célebre bigote de Dalí se mantiene enhiesto, aun 28 años después del óbito, en su célebre posición de las diez y diez (o dos menos diez, según se mire). Llegados a este punto, el caso mantiene un precario equilibrio entre el surrealismo y el esperpento.

Mas, aplicando cierta perspectiva, todo el proceso resulta profundamente daliniano, como si el propio artista dirigiera desde el Olimpo de los pintores toda la representación, del mismo modo que pretendía orientar a Kirk Douglas en aquella partida de tute a tres en la costa catalana. La exhumación del cuerpo casi parece replicar la performance que Jack Bond filmó en Nueva York en 1965, en la que el artista español, sepultado en billetes y monedas, emergía como un vampiro banquero.

Más aún: la extracción de dos huesos y uñas a la que ha sido sometido su cadáver parece remitir a una de las obras más destacadas de Dalí: El escritorio antropomórfico (1936). Una obra muy influenciada por la obra de Sigmund Freud, que representa los cajones del inconsciente teorizados por el padre del psicoanálisis. Pero el gesto de ese hombre vaciado y la presencia, al fondo, de una mujer que le da la espalda y penetra en la ciudad invitan a perseguir la conexión con un proceso daliniano hasta en sus motivaciones.

Porque lo que está en juego no es tanto el legado intelectual de Dalí, o su mismo apellido, como la jugosa herencia que dejó el artista. En concreto, Pilar Abel tendría derecho, de confirmarse que el pintor era efectivamente su padre, a una cuarta parte de todo lo que legó el creador catalán, incluidas obras de arte y derechos de autor. Una auténtica fortuna y algo, también, muy propio de Salvador Dalí, cuya proverbial sed de dinero llevó a André Breton a rebautizarle con el anagrama Avida Dollars.

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