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Cine

El último clown

La muerte de Jerry Lewis, a los 91 años, salva del olvido a una de las figuras más originales y demoledoras de la comedia

Jerry Lewis, en una imagen de 1979, en Las Vegas. SAM MORRIS / EFE

Jerry Lewis (New Jersey, EE UU, 1926/ Las Vegas, ibídem, 2017), actor, director, showman y cantante de enorme prestigio dentro y fuera de su país desde los años 50, no solo firmó la enésima versión cinematográfica del clásico de Robert Louis Stevenson Doctor Jekyll y Mr. Hyde para satisfacer su conocida propensión al desdoblamiento, como muchos aseguran, sino por arriesgarse, con todas las consecuencias, a adaptar, en clave bufonesca, una de las novelas más desasosegantes, oscuras y malsanas de la historia de la literatura fantástica a resultas de la cual filmó El profesor chiflado ( The Nutty Professor, 1963), una comedia demoledora sobre cuya explosiva puesta en escena se han vertido los más encendidos elogios desde su aclamado estreno en la primavera de 1964. Naturalmente, la película, inspirada en un guion propio, se transformaría muy pronto en una de las cult movie más admiradas de la década de los sesenta y en el punto de inflexión de una carrera profesional sembrada de éxitos incontestables.

En casi todos sus trabajos restantes, Lewis no haría otra cosa que reproducir sus propios esquemas, intercambiar constantemente sus roles, transformarse en otros personajes, vivir otras vidas, encarnar nuevas y diversas identidades personales en una misma película. Ahí es donde su cine encontraba su verdadero punto de ebullición, su nota más alta y clara con la que se introduce en la piel de los héroes más inverosímiles y extrae de ellos su vena más libre, delirante y transgresora.

Vitriólicos alegatos

El suyo era un humor expansivo, dinámico, abierto, surrealista, sin dobleces ni rebuscamientos, un humor que buscaba a menudo a la sociedad de su tiempo como objeto de sus vitriólicos alegatos contra asuntos tan mundanos como el consumismo desorbitado, la publicidad, el matrimonio, la televisión, el Ejército, las grandes superficies, al confort electrónico y las ventas a plazos, el mundo del espectáculo o la industria de Hollywood. Pocos asuntos más engrosarían su catálogo personal de preferencias temáticas pues su mirada sobre la realidad de su entorno, aunque paródica, estuvo siempre marcada por una extraordinaria capacidad de observación crítica que no le permitía desviarse un solo centímetro de su objetivo. "Lewis -resaltaba Nöel Simsolo en Cahiers du cinéma- es el último clown que se expresa por el cine ( non Tati y Etaix), e igualmente uno de los últimos islotes en el interior de la industria cinematográfica que sigue realizando un cine popular y profundo. Estos últimos años han conocido el cambio del cine de emoción en cine de contestación. Lewis, auténtico artista, sabe emocionar contestando. De alguna forma, constituye una conciencia frente a otras conciencias".

Como motor tradicional del género, la destrucción es un elemento decisivo en la estructura narrativa de su cine, por eso, y a diferencia de otros cómicos coetáneos, como Danny Kaye o Bob Hope, sus películas, especialmente en las que estampó su firma como director y como protagonista, han soportado muy bien el paso del tiempo y muchos de sus viejos y originales gags siguen produciendo tanta hilaridad como en los lejanos años sesenta, prueba irrefutable de que nos encontramos ante uno de los cómicos más incisivos, influyentes y comprometidos que ha parido el siglo XX y ante la figura que mejor ha sabido conectar con la herencia artística de los maestros más representativos de la comedia cinematográfica, como Chaplin, Keaton, Turpin, Tati, Etaix, Laurel y Hardy o los hermanos Marx.

Su nombre siempre estuvo indisolublemente unido al de las estrellas más sobresalientes de la gran comedia hollywoodiense y, pese a sus sonoros fracasos, que los tuvo, fue el responsable de media docena de obras maestras que engrosan hoy la nómina de películas imprescindibles en la historia del cine estadounidense, a pesar de la escasa atención que en el plano intelectual le dispensaron -salvo casos excepcionales- la crítica estadounidense durante décadas y de no haber obtenido ningún Oscar en sus más de cincuenta años de trayectoria profesional, haciendo la salvedad del que le otorgaron, en 2008, de carácter estrictamente humanitario, por su labor al frente de la ONG Muscular Distrophy Association. No obstante, y al igual que con Woody Allen, su obra como cineasta ha encontrado siempre mejor acomodo en los cines europeos que en los norteamericanos, como lo atestigua la larga nómina de adhesiones inquebrantables que generaban sus películas en el viejo continente.

Antes de convertirse en el reputado autor y protagonista de comedias tan corrosivas como El botones ( The Bellboy, 1960), El profesor chiflado ( The Nutty Profesor, 1963), El terror de las chicas ( The Ladies Man, 1961), Un espía en Hollywood ( The Errand Boy, 1961), Jerry Calamidad ( The Patsy, 1964), Las joyas de la familia ( The Family Jewels, 1965) o Dónde está el frente ( Which Way to the Front?, 1970), Lewis se midió, durante más de una década, con el también actor y cantante Dean Martin en dieciséis largometrajes de la Paramount que, con más o menos enjundia, cumplían con los cánones más estereotipados de las sitcom del momento, convirtiéndose en una de las parejas cómicas más populares y taquilleras de la historia de Hollywood.

Aquella prolongada y enrarecida liaison profesional de la que salieron títulos tan comerciales como My Friend Irma (1949), de George Marshall; ¡Vaya par de marinos! ( Sailor Beware, 1951), de Hall Walker; El jinete loco ( Money from Home, 1953), de George Marshall; Viviendo su vida ( Living It Up, 1953), de Norman Taurog; Artistas y modelos ( Artist and Models, 1955), Loco por Anita ( Hollywood or Bust, 1956), de Frank Tashlin o Juntos ante el peligro ( Pardners, 1956), de Taurog, dio paso a la etapa más jugosa y creativa de la carrera del cómico, ya fuera a las órdenes de Tashlin, con quien actuó en nueve películas, como bajo su propia batuta. Tras romper todo tipo de lazos con Martin por un cruce inevitable de egos que perduró durante décadas, a Lewis se le abrieron de par en par las puertas de Hollywood para poner en funcionamiento sus proyectos más ambiciosos como director.

Martin Scorsese

Aunque llevaba algunos años alejado de los platós cinematográficos, la presencia de Jerry Lewis en el mundo del espectáculo quedó reforzada en los últimos años gracias a sus aclamados late shows televisivos y a sus controvertidas actuaciones estelares en algunas de las salas de fiesta más icónicas de Las Vegas, ciudad-refugio para numerosas estrellas del music hall entre cuyas luminosas y abigarradas fachadas encuentran el combustible necesario para afrontar airosamente los contratiempos que genera una profesión tan imprevisible, volátil y contradictoria como la el cine. Lewis, cuya obra fue elevada a los altares de la cinefilia en los años 60 por los críticos de Cahiers du cinéma convencidos de que su humor enlazaba con las mejores tradiciones de la gran comedia americana, tuvo siempre las ideas muy claras: en los años 70, con cuarenta y tantos años de carrera, se retiraría del cine consciente de que el público ya empezaba a sentir un cierto agotamiento ante sus películas. Pero en 1982, Martin Scorsese, amigo y admirador de Lewis, le reclama para coprotagonizar junto a Robert de Niro El rey de la comedia ( The King of Comedy), una comedia amarga y radical sobre el mundo del espectáculo que deviene en homenaje a la figura del cineasta. Broche dorado para una carrera cinematográfica que hoy, tras el deceso del director, invita a iniciar urgentemente su revisión.

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