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entrevista

"Los canarios nos reímos más de nosotros que con nosotros"

"Cho-Juaá forma parte de la educación sentimental de los isleños", afirma el profesor de Lengua Española, Manuel Pérez Vigaray

"Los canarios nos reímos más de nosotros que con nosotros"

"Es curioso que, mientras antes se enfatizaban las eses sibilantes [propias del centro y norte peninsular] para caricaturizar a los godos, hoy se parodia de ese modo a los propios canarios cultos, a la gente fina", observa Juan Manuel Pérez Vigaray (Las Palmas de Gran Canaria, 1961), profesor de Lengua Española de la ULPGC especializado en Dialectología del español de Canarias. Español de Canarias y humor canario: amores que matan fue el título de su discurso de ingreso en la Academia Canaria de la Lengua, una exhaustiva investigación sobre varios años de emisión del programa En clave de ja -hoy metamorfoseado en En otra clave -, de la Televisión Canaria. "Representa el humor canario estandarizado, una fuente de prejuicios, especialmente sobre nuestra propia identidad", explica, para criticar también, al trasluz de ese programa televisivo, la creciente tendencia a "identificar el español de Canarias con la vulgaridad y hasta con una soez chabacanería". Según sus conclusiones, ahí "no importa en absoluto lo que se dice: es una especie de circo del vocabulario canario en el que las palabras fueran los payasos".

¿Es como si la risa antecediera al guión y estuviera prescrita de antemano? Usted explica, en su monográfico, que lo único relevante es el "cómo" monótono y machacón, aunque no se diga nada?

Exactamente. Primero te ríes y después escuchas, y hasta es posible hacerlo sin escuchar nada. Un caso paradigmático es el de Ginés, un personaje cuya canariedad no necesita ser confirmada, porque ya sale a escena con una piña de plátanos al hombro. Sus modos de expresar admiración se reducen a un "¡bah!" y a un "¡chuoh!"? No conozco mejor manera de abolir cualquier necesidad de expresión, además de que su soez arquetipo: es sucio, bruto, glotón, gandul, mal hablado, analfabeto y machista. Con su hermana Chona, que es otra loa a la ordinariez, aunque esta vez histriónica y locuaz, componen el tándem que se suele asociar a "más canario que el gofio". Y lo que sorprende, en su fraseología, es cómo se mezclan canarismos vulgares con vulgarismos del español generalizado, como si estos formaran parte de nuestro acervo. Así, por ejemplo, los "¡chacho y chacha!", "¡fuerte guineo!", etcétera, conviven con palabrotas, o términos más o menos tabuizados, acompañado de deturpaciones de toda índole, como "mierda", "joder", "cagar" o "mear", junto a términos mutilados, como "celebro", el "poblema" o el "intentino"? No soy especialista en humor, sino en dialectología canaria, y lo que me parece inquietante es esta mezcolanza: que pasen por canarismos muchos vulgarismos de cualquier parte. En el plató se van trufando algunos términos propios como "sacho", "arretranco", "jeringarse", "rebenque", "ñoño", ñame, "bufo" o "fotingo", junto a otras palabras que no son canarias en absoluto, como "comemierda", "chumino", "chocho" o "huevón". No reparo en la estupefacción que me produce que el público se parta el pompi o el culo de la risa. Me limito a esclarecer que eso no es, para nada, español de Canarias. Por lo demás, también observo una tendencia al alza, en Internet, a hacer parodias de películas con entonación y vocabulario presuntamente canarios. Hay webs como Canarionasos o los doblajes de Síxtolo, que emplean una tónica parecida a En clave de Ja: esa peligrosa banalización y ridiculización de nuestro dialecto. En cualquier caso, ese humor canario estandarizado y sincopado fomenta los prejuicios contra nosotros mismos, sobre nuestra propia identidad.

¿Opina lo mismo del humor gráfico en los medios escritos y en la literatura? Conmemoramos ahora al célebre Cho Juaá, de Eduardo Millares.

En general, el humor literario, y el gráfico de los medios impresos, han estado y siguen estando a años luz, en calidad e inteligencia, del que prevalece en programas audiovisuales. También pueden detectarse algunos arquetipos cuajados de prejuicios y resignación, pero, esta vez, con un mayor sentido crítico. Es, desde luego, sintomático que la mayoría de los humoristas de las Islas emplean nuestra variedad de habla como una de sus estrategias para hacer reír, antes y ahora. Cabría preguntarse si ese mismo humor tendría gracia si no estuviese hablado en "canario" o en una caricatura más o menos fantochesca del español de Canarias. Es verdad que funcionan tópicos como el "humor inglés", la "gracia andaluza", pero no conviene confundir los humores-tipo con la reducción del humor al tipismo. Resulta irrelevante, por demás, si un chiste está contado o no en un español de Canarias para considerarlo o no humor canario; es simplemente un chiste, bueno o malo, que pudiera estar contado en esa caricatura de español canario de la que hablamos. Por ejemplo, algunas crónicas de Alonso Quesada que me hacen reír o sonreír, como "La Alameda está vacía", "¿Quién ha saludado, niñas?", "Robaina está molido", "Habrá más calor"?, ¿no son humor canario? Por supuesto que sí: hay una retranca, una socarronería, una modulación de sintaxis, cierta amargura, también, que se sienten muy próximas. Recuerdo que al leer "La Alameda está vacía", me reí muchísimo con la anécdota de esas muchachas que se quedaron sin salir al baile porque no había gente, sin darse cuenta de "que la gente eran ellas mismas"? La literatura y buena parte del humor gráfico nos enseñan que el humor canario no está hecho de trompadas ni de chascarrillos ni de gritos, ni tiene por qué ser un humor necesariamente chabacano.

Con respecto a Eduardo Millares, qué duda cabe, es el gran maestro del género. Y no sólo por su célebre Cho Juaá. Como muchos niños de mi generación, crecí con El Conduto de los sábados en el Diario de Las Palmas a finales de los años 60 y primeros 70; en todas las casas estaba aquella lámina icónica del Estudio anatómico de Cho Juaá. Además, aún conservo un precioso libro infantil, Lecturas canarias para niños, escrito por Juan del Río Ayala e ilustrado por Eduardo Millares, con aquellos dibujos que me hacían soñar de niño. Con él adquirí mis primeros conocimientos sobre la historia de Canarias: el desafío de Doramas a Pedro de Vera, el Atis Tirma de Tasarte y Bentejuí o "la noble raza" y sus ritos y costumbres?; también aprendí mis primeros guanchismos en aquel libro. Además, y no creo que solo me pasara a mí, durante mucho tiempo pensé que Cho Juaá y Pepe Monagas eran la misma persona? La edición del Cabildo de Gran Canaria de las obras completas de Pancho Guerra, de 1977, estaban también ilustradas con unas preciosas láminas de Cho Juaá, lo cual contribuía más todavía a fomentar mi confusión infantil. El personaje forma parte de nuestra educación sentimental, y creo, en definitiva, que la contribución de Millares Sall a la difusión y conocimiento del español de Canarias ha sido determinante. Pensemos, por ejemplo, en la sección "Piense con el meollo" y su "Crucigrama canario": mucho de ese material del Conduto debería ser utilizado en las escuelas. Eduardo Millares Sall era un verdadero artista gráfico, con una altura intelectual y una sensibilidad artística que son, justamente, un antídoto contra la banalidad al uso. Trasciende el humor gráfico, y creo que su genio es equiparable al del Alonso Quesada de la Crónicas.

¿Hay alguna relación de 'parentesco' entre Cho Juaá y Pepe Monagas, de Pancho Guerra?

En Pancho Guerra es muy interesante destacar que no solo son los personajes, con Pepe Monagas a la cabeza, claro, los que hablan canario, más o menos caricaturizado, sino el propio narrador. En él se produce un enorme respeto por el habla canaria. Y, en las antípodas de lo que analizábamos en el programa televisivo, el eje de su humor no está tanto en cómo hablan los personajes, sino en las cosas que les pasan. Por otra parte, el conocimiento de nuestra variedad dialectal que poseía Guerra era enorme, tal y como lo refleja en su estudio Léxico de Gran Canaria. Ahí muestra su agudeza lingüística e, incluso, su fino humor. Marcial Morera lo analiza muy bien en la reciente edición de sus obras completas.

Y en el panorama actual, ¿a qué humoristas destacaría? Me refiero a los gráficos, pero también a los 'de a pie', como Manolo Vieira o Piedrapómez? Me imagino que el hecho de que salgan por la tele no los mete en el canon televisivo que usted critica?

A los monologuistas hay que echarles de comer aparte, pura delicatessen. Manolo Vieira es, literalmente, un fuera de serie. No se produce en él esa afectación que criticamos en el humor audiovisual estandarizado. Habla un canario absolutamente natural, que es de Las Palmas y de la Isleta, sin ningún choque tópico. No lo conozco personalmente, pero casi estoy seguro de que no encontraría demasiadas diferencias entre su forma de hablar dentro y fuera del escenario. Lo considero el humorista canario más importante de las últimas décadas. Y en una línea parecida están la Fefa y la Siona de Piedrapómez; recuerdo el éxito de su Buchito de café en los primeros años 80. Dos mujeres, tal vez de Ciudad Alta, con las que nos resultaba muy fácil identificarnos; a la importancia de su forma de hablar, hay que agregarle la de su forma "de ser": esa es la clave. El humor de este dúo es inusual en Canarias; muy lingüístico, con inteligentes juegos de palabras, a través de los cuales podemos explicarnos de un modo universal, en vez de encorsetarnos y reducirnos. Ni en Vieira ni en Piedrapómez hay el menor indicio de chabacanería, vulgaridad, o, sencillamente, falta de respeto.

En cuanto a los humoristas gráficos de la prensa de Las Palmas, que es la que mejor conozco, considero que Morgan, Padylla y Montecruz, cada uno en su estilo, conforman un buen plantel. Una alumna mía hizo un sugerente trabajo sobre el tratamiento del español de Canarias en el humor gráfico de Morgan, con metodología similar a la que empleé yo con En clave de Ja, y el resultado era como de otra galaxia. En Morgan, el habla canaria es utilizada como un segundo plano; y no busca la risa solo por cómo hablan sus personajes, sino por lo que dicen. Tiene un oído muy fino, y muy empático, para captar y reflejar ciertas características del español de Canarias. El caso de Montecruz es muy atípico e interesante; en sus viñetas trata temas políticos y sociales canarios pero sin rasgo alguno de humor isleño. Y, sin embargo, hay algo inconfundiblemente canario en su mirada; ese pesimismo, amargura y resignación que veíamos en las Crónicas de Quesada; una socarronería y retranca inconfundiblemente isleñas... En su voluminoso y exhaustivo El humor gráfico en Canarias, Frank González ha hecho un estudio definitivo sobre la evolución histórica de este complejo tema.

Es significativo ese desplazamiento que observa en el uso de las eses y las zetas: que antes se empleaba para ridiculizar a los peninsulares y ahora a "la gente fina" del propio paisanaje? Ángel Sánchez afirma que el sintagma del popular aserto canario debe interpretarse como "Gente ('culturalmente') rica gente'l diablo"? ¿Hay 'cultorofobia' en el humor estandarizado? ¿Denota algún complejo de inferioridad?

Yo no lo llamaría complejo de inferioridad porque algunos andan muy subidos (risas). Pero sí se da esa culturofobia que dices en el humor al uso que se emite en los medios audiovisuales. En Clave de Ja, que es el que he investigado, es clave al respecto. Recuerdo un sketch en el que el personaje de Eloísa, que funciona en la escena como el payaso listo, le pide a Carmela que traduzca al canario la acción de "asomarse en un balcón o cornisa", y ésta responde "alongarse"; me quedé estupefacto al comprobar que el público se ríe ahí a carcajadas, cuando la traslación es correcta. Además de confirmar lo de la risa prescrita de que antes hablábamos, nos señala que cualquier término más o menos culto deja de considerarse canario. Lo específicamente isleño sería lo soez, como cuando, en otro momento de la interpelación entre ambas, le dice: "¿Y cómo llamaría un canario a una mujer que descuida su aseo personal?", a lo que Carmela contesta: "¡Chacha, fuerte jedionda!". Es como si una mano te empujara a hacer zapping con la sonrisa congelada. Hay como un intento vano de hacer más canario lo canario a través del vocabulario. Pero, más allá de un programa televisivo, otro asunto que resulta preocupante es cierta afectación fonética muy generalizada; la pronunciación de ciertas eses finales, por ejemplo, en el español de Canarias estándar en registros formales. ¿Tiene prestigio la aspiración de la ese en esos contextos o debe reponerse una ese sibilante? ¿Decimos Lah Palmah o Las Palmas? Si atendemos, por ejemplo, a la publicidad de radio, que también he podido analizar con cierto rigor, proliferan las pronunciaciones sibilantes, y no solo en empresas locales, sino también en cuñas publicitarias de las instituciones públicas. Muchos de esos mensajes se locutan distinguiendo también entre eses y zetas. Esta actitud contribuye a que pensemos que lo "culto", lo "elegante" o lo "fino" es pronunciar una ese sibilante, quedando la aspiración para registros más informales o coloquiales. Como hablantes cultos, creo que debemos practicar un español de Canarias natural, con todas las características fónicas y gramaticales del español estándar de Canarias. ¿Nos podemos imaginar a un argentino pronunciando eses y zetas o renunciando a su característico rehilamiento o al pronombre "vos"? ¿Por qué entonces nos puede resultar "poco elegante" o "inapropiada" la aspiración de la ese en posición final de palabra o sílaba? ¿Por qué, también, esa incipiente tendencia entre los más jóvenes, y no sólo ellos, a emplear vosotros en lugar de ustedes?... Resulta muy reveladora la esquizofrenia de no pocos locutores de radio y televisión, y hasta conferenciantes presumiblemente cultos, que alternan las eses sibilantes y aspiradas en una misma intervención? Emplear con naturalidad nuestro dialecto, tal y como lo hacemos cotidianamente, es ajustarse a la "norma culta" del español de Canarias, y alejarse de eso es ya cultorofobia? Creo que los canarios acostumbramos en exceso a reírnos de nosotros en vez de con nosotros.

En conclusión, el humor canario estandarizado que echan por la tele -o por la radio, o en alguna sobremesa- juega en contra del patrimonio verbal de los canarios, ¿no es eso?

Más aún; yo me pregunto: ¿Qué gracia tienen expresiones como estar en la tea, ser malamañado, estar bobiando, no tener fundamento o arrayarse un millo -¡sin comillas, por favor!-?, ¿Por qué expresiones de este cariz, que son patrimonio de todos los canarios, se anuncian como "humor"? Corremos el riesgo de dejar al español canario como una suerte de español "de dentro de casa", con el que se está muy cómodo con las cholas puestas, pero que minusvaloramos en según qué contextos y situaciones. Por esa vía, el español de Canarias y su norma prestigiosa puede ir camino de quedar reducido a la norma estándar peninsular, con seseo, en una insegura alternancia entre la natural aspiración y la forzada reposición de la 'ese' implosiva, o del vosotros-ustedes, a lo que cabría sumar la guagua, un pizco de gofio y sancocho el Viernes Santo. Hablar canario se va convirtiendo en otro traje de mago, en un disfraz reivindicativo de supuestas actitudes identitarias para ocasiones muy puntuales. En la clave sin Ja de Alonso Quesada, hay "un molino negro y silencioso que mueve el diablo y que muele el espíritu del canario".

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