La Provincia - Diario de Las Palmas

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poesía

Al dios de las pequeñas cosas

Fernando Gómez Aguilera reivindica una ética de comunión con la naturaleza y hedonismo epicúreo en 'Fruta para el camino', su séptimo poemario

Fernando Gómez Aguilera. LA PROVINCIA/DLP

"El poeta es el pastor del misterio, el guardián de las presencias frágiles y menudas", se afirma ya de entrada en "Hierbas sobre teorías", el poema que, a modo de una poética general, abre el libro, y donde también se explicita: "Recelo de las teorías, no sirven para brindar, empañan la luz". Contra toda teoría, y desde la encomienda al dios de las pequeñas cosas luminosas y originarias, se sitúa este poemario, escrito desde ese momento, en la madurez, en que, en vez de renovar la búsqueda hacia nuevos márgenes, procede desbrozar lo andado. "Sé cuánto me sobra pero no cuánto me falta", expresó Octavio Paz. Y desde esa necesidad de soltar lastre, ya no de lustrar más la barca, está escrito este Fruta para el camino, un título que nos habla del humilde pero nutritivo valor que se concede a la poesía misma, apta para ser mondada en ese centro de parte alguna en que ya "nada era necesario allí / para ser uno en abundancia" (poema "Agua forestal"), conforme a la comunión con la naturaleza y la ética de despojadas menudencias franciscanas, junto a un cierto hedonismo epicúreo, que se propugna.

En ningún otro poemario anterior se muestra Fernando Gómez Aguilera (San Felices de Buelna, Cantabria, 1962) tan contundente y aseverativo como en este su séptimo libro, que acaba de publicar la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, en la colección A la sombra de los días; y, sin embargo, intensifica con ello el blancor que le caracteriza: la poesía concebida como una palabra otra y un remanso de silencio no mancillado, en esa senda mallarmeana de capturar la belleza que sigue a un previo vaciado. Ciertamente, lo blanco no es ya el margen al que se apunta, con renovada metáfora, sino el repliegue al centro de un discurso ético y estético de reivindicación de la simple existencia con mentalidad ecológica. No por nada, a la entrada de las páginas figura esta indulgente y celebratoria cita del vertical alumbrado de Roberto Juarroz: "Basta sencillamente que hayas sido lo que alguna vez fuiste". Y si Dante propugnaba que en el infierno sólo arden los egos, mientras que el resto de cada quién es refractario al fuego, el extintor debe dirigirse, en vida, preventivamente, a apagar los egos. Para facilitar esa labor, necesariamente solitaria y secreta, de quien reconoce:

Con sigilo defiendo las derrotas,

velo sus armas mansamente.

Es mi trabajo. Mi gran desafío,

al poeta (o "centinela", como se titula el poema de esos versos) le es muy útil estar persuadido de que "nuestro triunfo es abrupto y escaso", y perseguirlo, un escollo que impide apreciar "el milagro de la vida inviolable", o "mi surtidor de vida ingente", todo cuanto "mitiga / la indescifrable carga de vivir". El poema "Nadie", con una inusual dosis de ironización, es determinante al respecto:

Acabado seas tú, nadie,

prosperará el reino titánico

del olvido sin ti, contigo dentro.

Oh tú, el engullido,

¿ni siquiera aquella hierbecilla,

ni siquiera de lejos?

Un inciso, una hierbecilla...: El glosador debe reconocer que si siempre le sorprendió el extraño, por inusual, desdoblamiento de Fernando Gómez Aguilera, entre el hombre épico, de proyección pública, y el lírico casi secreto (me consta que a conciencia: "Lo específico de la poesía es que es un género necesariamente póstumo", me ha explicado en varias ocasiones), más se sorprende ahora, al compartir este hatillo de fruta para el camino, ante el explícito alegato-aldabonazo contra "el mundanal ruido", a la sirga de su admirado Fray Luis de León. En efecto, llama la atención que -a dios (el de las pequeñas cosas) rogando y con el mazo reivindicativo dando, mitad monje y mitad soldado- este cántabro afincado en Lanzarote, al frente de la Fundación César Manrique, y ajetreadísimo comisario de importantes exposiciones internacionales, emprenda el desbroce y el desandar lo andado; una suerte de lírica palinodia para señalarnos no sólo que la vida está en otra parte, sino también (en el poema "Cotidiano"), exactamente, en qué otra parte:

Esto es todo aquí, el centro

en la bóveda de los ojos

y nada más, nada detrás,

nada más allá, nunca,

fuera de los párpados del aire:

con aplomo podría derrotar

el material más resistente".

Alguna sutura debe de haber entre los dos Gómez Aguilera. Me consta que, amante de la estricta privacidad, en cuanto logra descorbatarse, se convierte en solitario merodeador incansable, tanto por los lunares recovecos de Lanzarote como (también en la memoria de su origen rural) por los verdes parajes y las nieves septentrionales, un contraste clave, por cierto, en el paisaje del presente poemario. En cierta ocasión, hace unos años, cuando, invitados por Damián Peña -al frente de la Sociedad de Promoción de Canarias en Europa-, compartimos una lectura poética en Berlín, me llamó la atención su interés por los puestos de fruta y los detalles menos comunes. Nos adentramos por mercadillos del extrarradio, allá donde la Merkel perdió el chal? y, a la caída de la tarde, me sorprendió su plan estoico: "Te invito a un 'martini' en el hotel, y después me aguarda el folio en blanco". "Pero, Fernando, si un 'martini' invita a vivir? ¡¿Y la noche berlinesa?!". "Te la regalo"? He recordado esta anécdota al leer el poema "Nueces", central en este libro y diría que en el conjunto de su poética. Sin ruidos ni presumidas alharacas de gran cosmopolita, en él se reconoce:

Esta ocasión sería, de nuevo,

como tantas veces, un tránsito

insípido, marchito naufragio

en la habitación de París. (?)

De repente, un soplo inesperado,

la raíz de un lugar puro,

encuentra sitio en Pigalle:

un puñado de nueces frescas,

aún húmedas, proa del otoño.

Las lámparas del bosque lucen

en un supermercado de París. (?)

Sin necesidad de mañana, hoy mismo,

un simple puñado de nueces

fuera de su lugar aquieta

la desdicha, redime la indigencia

del viajero que piensa en otra vida.

¿Qué espacio más propicio que una habitación de un hotel de París para simbolizar el hastío por el automatismo urbano y el ansia de una vida renovada, orientado por "las lámparas del bosque"; y hacia "húmedas nueces frescas", además, con su forma de diminutos embriones de esa renovación, a la llegada del otoño?? Cuanto más lujosa la habitación del hotel, peor: más "insípido el tránsito" y "marchito el naufragio". Pues, para la voz solitaria (que no sola) del poemario, y especialmente en este poema, ya no hay atisbo dionisíaco en el ajetreo urbano, y frente al 'mundanal ruido', están esas nueces, de súbito aparecidas en el pequeño bosque de una estantería de un supermercado de Pigalle? Ellas redimen del cansancio del "Oh noches en hoteles de una noche", que proclamara el poeta, aquí no lúdicas ya, sino monacalmente ordenadas por el abstracto Apolo laboral?

Aunque a tramos pudiera parecerlo, no hay en Fruta? una brizna de ascetismo ni tampoco de pesimismo ontológico. Al contrario: la alegría se duplica por el real hallazgo de la entrada a un bosque por un puñado de nueces "fuera de lugar". Si es cierto que los árboles no dejan ver el bosque, el poeta parece persuadido de que un autónomo fragmento bello -una hoja, una fruta, un camino, un haz de luz?- nos devuelve el claror del bosque al completo: a ese "fulgor oculto de sus raíces". Gómez Aguilera hace brotar aquí esa "flor azul de los contrarios", tan cara a Novalis; y ante una natural miniatura -quiere indicarnos- carecen de sentido los maniqueísmos arancelarios que imponen las teorías. A partir de la premisa, eso sí, de que "nada es posible sin hierba ni tierra", una vez que éstas se dan no tiene sentido oponer lo empírico a lo platónico, ni, mucho menos, a Parménides con Heráclito. "El bosque aquí de nuevo -subraya-. Dentro está / toda mi vida: lo que he sido / y el porvenir". Pero aún queda más explícita, esa comunión entre devenir y totalidad, en el poema "Aguacero":

Escucho la lluvia imprevista.

Estoy dentro de su canción,

al mismo tiempo en cada gota

y en la cortina que descorre el cielo.

Pero a diferencia de un programa místico, el sujeto de los poemas no se funde ni extingue. La desnudez franciscano, o hasta zen, que aquí se vindica, convive con un atento hedonismo en la senda de Epicuro o, más preciso aún, de Albert Camus. El goce del jugo del albaricoque deslizándose por las comisuras de los labios con que éste se representaba los rayos de un sol domeñable, hecho a escala humana, podría señalar un camino de Fruta?' En consonancia, también, con el aserto de Óscar Wilde de que "la piel es lo más profundo que tenemos", aunque en un sentido esta vez más casto, Gómez Aguilera define, en el poema "Ganglios":

Y así sería la expresión

más feliz de estar vivo:

deslizar la mano sobre la piel

del brazo, libre de conciencia,

demorada, ingrávida

mano sobre tu levedad.

Y lo reitera en otro de los poemas cruciales de 'Frutas?', legible asimismo como una poética, bajo el significativo título de 'Poco':

Una mano encima de la otra

y nuestros ojos de nuevo sin mancha,

la mano que ya nada espera

y se entrega sin pretensiones,

sin apetito, el semillero

de la calma que te defiende.

Ponte a su lado. Ya verás.

Desde un definitivo optimismo existencial y ontológico, nuestro poeta nos conmina a "vivir en el entorno de un misterio / sencillo que renace cada aurora", como se inicia ese poema. Y, como prosigue, la ofrenda que nos exige el dios de las pequeñas cosas es, como su nombre indica,

Poca cosa, un abrazo espontáneo,

paciente, infatigable trenza,

cerca del follaje o en las olas

dulces que se extinguen junto a los pies

y nos dejan el fulgor vaporoso

de los primeros copos vírgenes?

De modo que lo determinante es lo primigenio, que, para Fernando Gómez Aguilera, no expresa ningún desiderátum por alcanzar -ese egocéntrico "afán" explícitamente deplorado-, a partir del desconsuelo por un paraíso perdido. El arrobado contacto con los elementos naturales, y sólo él -"nada es posible sin hierba ni tierra", reiteramos-, es ya el retorno al origen. Éste se despliega como un mantra a lo largo del poemario: pues "En toda circunstancia era posible / regresar. ¡Qué misterioso esplendor" (?) "Este cielo separa los caminos / y en su cúpula nace la belleza / de un origen sin límite ni tregua" (?) "? de que todo vuelve al principio, / a remontar con su levedad"...

A través de la comunión con los fragmentos y menudencias naturales, la voz del sujeto poemático se hace enérgicamente capaz de proclamar: "Lejos del verdugo y del bien común / abrazo las sustancias de un gran reino"; y se adueña, aquí y ahora, "de una fogata incombustible / que descubre otro mundo dormido". Sin embargo, en contraste con esa sonora contundencia, el sujeto del poema, a tiempo, se retira; no se funde ni se extingue, pero abre paso al poema componiéndose y deslizándose a sí mismo. Su autoría es, quizás, del 'otro' Fernando Gómez Aguilera, o, en rigor, de nadie, toda vez que, con absoluta autonomía, "Este pequeño poema camina / por las veredas de un bosque"?

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