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arte

Una reflexión trascendente: "sobreimpresión y frottage"

En las pintas de la queseras en general y en la canarias en particular, los sellos geométricos son exclusivos de familias que conservan el modelo a lo largo de generaciones

Una reflexión trascendente: "sobreimpresión y frottage"

La identificación entre pintadera y pinta de queseras es cualquier cosa menos gratuita. La vio Antonio Padrón, cercano a ambos objetos. La hemos percibido quienes seguimos las líneas de fuerza que adopta la forma simbólica para proyectar en tanto representación una realidad que nos escapa del entendimiento. A la vista está que ambos organismos se estructuran en el orden geométrico, siguiendo una de las vías expresivas del esquematismo. Es el caso de cuantos sellos de terracota han aparecido en las culturas de la Cuenca Mediterránea y Mesoamérica: el geometrismo es su marca distintiva, tanto en las culturas neolíticas como en las más evolucionadas del México precolombino.

Sucede que ambas organizaciones - pintaderas y pintas - coinciden en el proceso de simbolización que adopta la conciencia de percibir lo concreto y cercano que se desea fijar, comunicar y conservar. Lo dice Ernst Cassirer cuando habla de la preñez simbólica de ciertas formas artísticas: "El proceso simbólico es como una corriente unitaria de vida y pensamiento que surca la conciencia, produciendo en ese móvil flujo la multiplicidad y cohesión, riqueza, continuidad y constancia de la conciencia." (1). Vida y pensamiento primitivos buscan manifestarse preferentemente por la representación naturalista (animales, personas, escenas de caza, escenas mágicas), o la geométrica, ésta de difícil heurística en cuanto nuestra mente no conoce la cifra, el código contenedor de un imaginario sin límites. O si los tienen, dependen de la habilidad representativa del motivo. Apunta Gombrich, tratando de la historia del gusto representativo en Occidente, la evaluación paulatina de tal habilidad representativa "(?) porque nos recuerda que esta habilidad depende de la función que vaya a tener la imagen."(2).

Siendo la función del geometrismo neolítico un enigma difícil de columbrar, y prácticamente imposible trasladarse a la remota mentalidad de sus autores, la deducción científica se inclina por las soluciones que las señalan como 'marca de clan', 'enseña tribal', 'emblema de jerarquía o individualización', sin descartar en la volumetría de los recipientes incisos cierta dinámica serial a la que inclinarían los materiales usados en la factura de ese orden geométrico.

Funcionalidad pues, está claro que la hay: no se obra por instinto, sino con pautas heredadas de la amplia evolución representativa de ambos caracteres. La convencionalidad funcional es el pensamiento utilitarista de que el signo surtirá sus efectos: funcionará. Ello sucede en las pintas de las queseras en general, y en las canarias en particular. Son sellos exclusivos de familias queseras, que conservan el modelo a lo largo de las generaciones, acaso hasta perderse en los tiempos de la conquista y colonización española.

La clave de esta bóveda en el imaginario colectivo la da una pintadera que reproduce exactamente un modelo de pinta bastante convencional: es esa cruz que se instala sobre el círculo y, a partir de sus vértices centrales despliega una radialidad que alinea ángulos paralelos y equidistantes que van a morir en los límites del círculo. La diferencia estriba en que la pintadera es cuadrada y la pinta circular: un corte en el remoto dibujo neolítico que el aro secciona sobre la arcilla cruda y la traslada a la madera. Pero la contaminación icónica introducida por nuestros diseñadores ha llegado al mismo resultado: detectamos más de un logotipo parasitando la organicidad de ambos modelos. Se pierde la preñez simbólica, ingresando en la mera funcionalidad decorativa , si bien ateniéndose referencialmente a los modelos dados.

La vía funcional / expresiva seguida por Paco López - como hizo tiempo atrás con las traperas -explora prioritariamente este modelo para conmemorar el Día Mundial de la Mujer Rural, sirviéndose de la sobreimpresión y el frottage. López deconstruye el nivel testimonial, la huella identitaria , y se adentra en una versión - que es subversión y seducción visual - con queseras seleccionadas por su radialidad. Hay un plano vítreo que protege su sacralidad ideográfica. Se califican como espejos/ palimpsestos que incluyen al visitante. Una innovación expositiva, una propuesta original que muestra una vez más la complejidad procesual de su trabajo trascendiendo el espectáculo e ingresando en la reflexión ontológica. Pues somos finalmente esa trama cóncava-convexa que refleja el aro. Queseros de nuestra genealogía rural, habremos de volver la vista atrás y vernos tal como éramos: pasto, lluvia, ubres, manos que ayudan a parir a los animales, dedos que ordeñan, reservan el cuajo, prensan el blanco manjar, inseparable ya del gofio como compañeros de ruta en nuestra vivencia cultural.

La transfiguración operada por López sobre un objeto desapercibido hasta ahora de la reflexión trascendente nos interioriza. Ese es uno de sus mayores méritos: así somos si así nos ve, decidimos al dejar atrás su exposición en la Casa- Museo Antonio Padrón de Gáldar: signos cifrados en lo indescifrable. Memoria conceptualmente trascendida al arte y al pensamiento por un galdense perdido hasta ahora en el anonimato y felizmente visualizado como un talento a seguir.

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