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Golpes certeros

Una novela de culto, inédita hasta ahora en castellano, permite conocer la palabra combativa de Jean Meckert

Golpes certeros

En los ultimos años de su vida a Jean Meckert (París,1910-1995) se le había olvidado hasta cómo olvidar. Sufría amnesia, se deprimía constantemente. Abandonado por su mujer, con ganas de follarse al mismísimo aire de la habitación donde permanecía como un león enjaulado, no dejaba de escribir. Era un hombre sin pasado que, sin embargo, se atrevía como terapia de su enfermedad a destripar la existencia igual que a lo largo de su carrera literaria se había dedicado a indagar obsesivamente en el poder del lenguaje.

Las sinceras y crudas descripciones que brotan de Los golpes, su gran novela, publicada por primera vez por Gallimard en 1941, son el ejemplo de esa búsqueda de la mot juste de Flaubert en manos de un artesano de la escritura decidido a utilizar la palabra como un puñal afilado de las relaciones cotidianas. En la portada de la primera traducción al castellano de esta obra de culto que ve la luz gracias a una nueva editorial, Las afueras, y que obtuvo el reconocimiento de André Gide y de Raymond Queneau, entre otros grandes autores del siglo pasado, se encuentra impresa su humilde verdad literaria: "Tengo miedo de que se quede coja esta historia mía, de la que no me enorgullezco. Las palabras necesitan tanta lógica que más de veinte veces me ha asqueado seguir escribiendo. Tienes que estallar tallándolo y rascándolo todo, poniendo constantemente la historia en una báscula para ver cuánto pesa. ¿Se reconocerá algo de todo esto en las palabras que he ido pegando como bien he podido?".

Pero aquel invierno de 1985, ayudado por el fenobarbital, Meckert escribe para tratar de recordar en un último impulso todo lo que ha olvidado. Cada frase es un combate cuerpo a cuerpo contra la amnesia. Ha salido de un coma prolongado tras recibir una fuerte paliza, y llora. No le funcionan siquiera los polar a que se lleva dedicando desde hace años bajo el seudónimo de Jean o John Amila, el hombre que ha escrito más de veinte novelas de ficción criminal desde 1950. Nada fluye como antes después de que aquella noche le golpeasen de manera salvaje en una calle de Belleville. Lo encontraron inanimado, se ahogó en su sangre y despertó aturdido en una cama de la Salpétriére. No sabía su nombre ni su dirección, tenía la extraña sensación de haber aterrizado en la Tierra desde un lejano planeta pero cuando el médico le preguntó a qué se dedicaba tuvo un momento de lucidez y respondió que escribía polares. Sus agresores no lo habían dejado en el estado lamentable que lo condujo al coma por sus novelas de la serie negra, sino como represalia por sus escritos contra el colonialismo francés, las pruebas nucleares en la Polinesia y demás.

Meckert era un libertario con ganas de ejercer, un escritor de la ira que se rebelaba contra el establishment, familiarizado con Dashiell Hammet, su estilo, y el de algunos directores de cine comprometidos, como Yves Allégret y André Cayatte. Un tipo con conciencia de clase, un obrero que empezó a odiar a los capataces a los trece años, la edad en que se vio obligado a tener que currar. Igual que Félix, el protagonista de Los golpes, trabajador de un taller mecánico, pronto se encontraría intentando explicarse el mundo injusto y arbitrario que le rodeaba sin ser consciente de encontrar las palabras con que hacerlo. Luchando con ellas, revolviéndose contra la violencia de la vida, y propinando puñetazos por medio del lenguaje.

Lean a Jean Meckert ahora que tienen la posibilidad de hacerlo, no se arrepentirán. Es Hammet. A veces tienes cosas de Chandler. "Al bajar le temblaban las piernas. Se podían cascar nueces entre sus rodillas, la pobre". (pag.38) O, por ejemplo, "Gedeón, el primo era un tipo alto, sin un pelo en la azotea. Una bellísima pareja. Besitos por todas partes". (pag.63). Un buen estreno editorial, al que siguen otro par de inéditos de interés literario: Un romance de provincias, del polaco Kornel Filipowicz, y El nudo, las memorias de la escritora estadounidense Jane Lazarre.

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