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Lenin y octubre de 1917: el comunismo se hace realidad

Se cumple un siglo de la Revolución rusa, que empezó como un impulso de la igualdad y acabó en dictadura

Lenin y octubre de 1917: el comunismo se hace realidad

El léxico político europeo se enriqueció en el primer tercio del siglo XIX con un nuevo vocablo llamado a tener amplia difusión internacional: "comunismo". La primera mención surgió en Francia hacia 1830 para definir a los seguidores de François Babeuf, político jacobino radicalizado que lideró la fracasada "Conspiración de los Iguales" y fue ejecutado poco antes de que Napoleón asumiera el poder en Francia. Como reflejo de la enorme influencia del pensamiento revolucionario francés por entonces, el término se difundió por todo el continente con rapidez (John Barmby lo introdujo en el inglés en 1841 al fundar la London Communist Propaganda Society).

Desde su aparición, el vocablo "comunismo" registró tres grandes sentidos consecutivos y que, en gran medida, siguen vigentes. En primer lugar, denotaba un ideal moral: la búsqueda de la pacífica comunidad de vidas y haciendas supuestamente perdida por un progreso histórico repleto de injusticias. Poco después, en 1848, con el pensador alemán Karl Marx, pasó a definir una doctrina filosófica basaba en el análisis de la economía capitalista y generadora de un programa de acción socio-política revolucionaria. Y, finalmente, a partir de 1917 y con el político ruso Vladimir Illich Ulianov, alias Lenin, identificó una práctica de gobierno del Estado de estructura monopartidista, sesgo dictatorial y orientado a la supresión de la propiedad privada y las clases sociales.

La primera acepción del vocablo estaba vinculada a un ideal antiguo y apenas se diferenciaba de los "socialismos", "anarquismos" y demás movimientos análogos que surgieron al compás de las grandes revoluciones liberales y de los procesos industrializadores de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Por su parte, la segunda acepción como doctrina está ligada a la vida y obra de Marx y a su famoso folleto El Manifiesto Comunista, publicado en Londres en febrero de 1948 en plena efervescencia revolucionaria europea. Serviría para formular un programa de redención social a cargo del proletariado industrial mediante la anulación de la propiedad privada y la implantación del mercado planificado por el Estado (fase socialista), antes de lograr el objetivo final de la eliminación del Estado (fase comunista).

Todavía faltaba convertir en realidad práctica lo que seguía siendo sólo un ideal moral y una doctrina programática meramente teórica.

El paso lo dio Lenin, el líder marxista ruso del Partido Bolchevique que dirigió la toma insurreccional del poder en octubre de 1917, en medio del caos socio-político generado por la inter- vención del imperio de los zares en la Primera Guerra Mundial. Fue Lenin quien asumió el vocablo para diferenciarse de los socialistas europeos que habían secundado los llamamientos bélicos de sus gobiernos. Y fue él quien hizo del "marxismo-leninismo" la ideología inspiradora de una práctica política de poder estatal duradera (74 años hasta su disolución en 1991).

La lectura marxista de Lenin inició su curso a principios del siglo XX, cuando planteó la necesidad de organizar un partido clandestino para combatir la tiranía zarista y tomar el poder en el vasto imperio ruso. A diferencia de los partidos socialistas occidentales, partícipes en luchas electorales legales, el partido leninista sería una fuerza de combate de selectos militantes/soldados que asumirían el papel de vanguardia directora de las masas, como un Estado Mayor que comanda tropas disciplinadas en lucha mortal contra el enemigo capitalista y burgués. Era pues una organización jerárquica paramilitar destinada al asalto del poder político para aplicar un programa fundado en "una concepción visionaria de la sociedad moderna que ofrecía a los condenados de la tierra la posibilidad de crear una sociedad basada en la armonía y la igualdad" (David Priestland).

Las tesis de Lenin, marginales en el socialismo europeo, encontraron su ocasión después de que la Gran Guerra socavara la estabilidad del zarismo y de la sociedad rusa. El colapso imperial en febrero de 1917 generó una situación de "doble poder": el gobierno provisional de partidos burgueses disputaba la autoridad efectiva con nuevos organismos de representación municipal (los sóviets o juntas abiertas de obreros, campesinos y soldados).

En esa coyuntura crítica, ante la perspectiva de un nuevo invierno de guerra y hambre, Lenin impulsó una insurrección militar para sustituir al vacilante gobierno de Kerensky e instaurar "la dictadura del proletariado". Aunque los bolcheviques eran pocos en Petrogrado (unos 15.000 militantes) y menos en toda Rusia (80.000 para 175 millones de habitantes), articularon un programa que aunaba los deseos de amplios grupos sociales: Paz (finalizar la lucha con Alemania), Pan (remediar la crisis de abastecimientos) y Tierra (dar a los campesinos las propiedades del zar, la nobleza y la Iglesia). Y mediante la consigna "¡Todo el poder a los sóviets!" ofreció una alternativa institucional que sustituyera a la desplomada administración imperial.

El 25 de octubre de 1917 (según el calendario ruso: 7 de noviembre en el occidental) las milicias armadas bolcheviques tomaron el vulnerable Palacio de Invierno de Petrogrado. El golpe triunfó en la capital con facilidad y mínimas bajas: apenas nueve defensores del gobierno y seis atacantes bolcheviques. Ya en el poder, Lenin disolvió la recién elegida Asamblea Constituyente (donde los bolcheviques eran menos de una cuarta parte) y optó por la represión inclemente de los opositores. De hecho, careciendo de bases suficientes en las que apoyar su mandato para gobernar Rusia, sólo cabía ejercer la dictadura monopartidista disfrazándola de "dictadura del proletariado". Así, sobre la base de un partido político de estructura jerárquica paramilitar y fanática disciplina ideológica, la toma del poder en octubre de 1917 inauguró una nueva fase en la historia de Rusia.

Desde entonces, Lenin y el rebautizado Partido Comunista sentaron las bases institucionales de una dictadura revolucionaria ("El primer Estado de partido único de la historia", Richard Pipes) que tuvo en los militantes bolcheviques su cantera de personal de combate y de gestión administrativa. Y lo hizo en un contexto de guerra civil contra los rusos blancos hasta la victoria de 1920. En consonancia con su ideología, el régimen soviético nacionalizó la industria, el comercio e incluso inicialmente la propiedad de la tierra.

Con el funcionariado estatal (cooptado entre la militancia partidista) reemplazando a los antiguos propietarios, se procedió a construir una sociedad supuestamente gobernada por obreros y campesinos a través de "su" partido-vanguardia y en contra de los sectores burgueses, aristócratas y contrarrevolucionarios. Pero Lenin apreció pronto la burocratización provocada por la fusión entre partido único jerarquizado, instituciones del Estado subordinadas y organizaciones sociales instrumentalizadas. Tal como había profetizado León Trotsky, su correligionario y estrecho colaborador: "En primer lugar, la organización del Partido sustituye al Partido considerado como un todo; a continuación, el Comité Central sustituye a la organización para que, por fin, un dictador sustituya al Comité Central".

El ascenso de los apparatchik (hombres del aparato partidista) fue consagrado por el nombramiento de Iósif Stalin como secretario general del partido en abril de 1922, cuando empezaba a fallar la frágil salud de Lenin. Falleció en enero de 1924, con el edificio de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) ya en vigor. La lucha por la sucesión entre Trotsky y Stalin acabó con el triunfo del segundo en 1927. Ese encumbramiento, acompañado de un culto semi-religioso a Lenin (cuyo cadáver fue embalsamado en un mausoleo junto al Kremlin), evidenciaba el peso de la vieja Rusia en el nuevo régimen, que tenía en Stalin a su nuevo "zar rojo". Así lo reconoció éste en privado a su anciana madre, una campesina georgiana semi-analfabeta que preguntaba por su oficio: "¿Te acuerdas del zar? Pues bien, soy una especie de zar" (Simón Sebag Montefiori).

El modelo comunista soviético duraría hasta su desplome en el bienio 1989-1991, víctima de su fracaso económico, deslegitimación social y estancamiento cultural. Pero vivió su edad de oro con la victoria en la Segunda Guerra Mundial y los procesos de descolonización. No en vano, la primera permitió la imposición de su hegemonía sobre la Europa oriental liberada por el Ejército Rojo, mientras que lo segundo propició el surgimiento de nuevos regímenes hermanos en China (1949) y otros países asiáticos (Vietnam, Corea), africanos (Angola) o incluso americanos (Cuba). Allí siguen los últimos reductos comunistas, con sus variantes inesperadas (capitalismo de Estado en China y dinastía revolucionaria en Corea).

En resolución, el ciclo histórico del comunismo empezó como uno más de los nobles impulsos humanos a favor de la igualdad, cristalizó en una doctrina socio-política de tintes cientifistas salvíficos y culminó en una práctica política estatal crudamente dictatorial. Hace ya años Jacob L. Talmon había llamado la atención sobre este devenir paradójico con perspicacia: "Hay una ley irónica que hace que los esquemas salvíficos revolucionarios evolucionen hacia regímenes de terror y que su promesa de una democracia perfecta y directa asuma en la práctica la forma de una dictadura totalitaria".

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