Un artista legendario, el cantante jamaicano Horace Andy, y un grupo de forajidos de Tucson, Arizona, que han encontrado en la cumbia y el mambo una percha sonora festiva que arrebata a quien se acerca a ella. La Orkesta Mendoza trajo la fiesta, y Horace Andy y su banda condujeron al festival hacia el contagioso reggae y dub con un repertorio de pasajes históricos que ha firmado el cantante a lo largo de una producción discográfica de vértigo, con más de 40 discos, además de las colaboraciones que ha frecuentado con Massive Attack. Esto es lo que deja, a grandes rasgos, la primera jornada de conciertos del Womad 2017 como notas destacadas en una sucesión de propuestas de distinto signo y procedencia, y que en su conjunto contribuyeron a armar la banda sonora del reencuentro del festival tras seis años fuera de la capital grancanaria.

Había hambre de Womad. Eso quedó bien claro con el numeroso público que se fue acercando desde media tarde al parque de Santa Catalina. Más ganas de encontrarse unos con otros que celebrar el espectáculo de la música en directo, aunque como en cualquier evento, unos van por lo que se ofrece, y otros por el ambiente y el ruido que se genera. De todo hubo. Y el calor humano que necesita cualquier festival, la predisposición a dejarse a llevar entre escenarios, el descubrir artistas y reverenciar a quien se conoce, también. Otra cosa es el cartel que brinda la 18º edición de este encuentro de las músicas del mundo, y su distribución en el formato de dos días de conciertos, la rígida disciplina horaria británica, de hora por concierto, y de apertura y cierre de 18.00 a 1.00 de la madrugada, ni antes ni después, y un sonido, que pese a los 70.000 vatios dispuestos en el escenario principal, según la organización, no tenía pegada más allá de las primeras diez filas. Eso fue notorio con Horace Andy, y deslució a ratos lo que podía haber sido un concierto antológico. Las propuestas de Papaya, Tu Otra Bonita, 101 Brass Band, el caboverdiano Miroca Paris y el set de Beating Heart permitieron que el público fuera entrando en materia y que igualmente brindara en colectividad por haber recuperado el festival para la ciudad. A Papaya le tocó abrir el bucle musical entre escenarios cuyo tono se fue elevando sin grandes estridencias hasta que el reloj marcaba las 22.00 horas. Correctos todos ellos en su terreno y en la defensa en directo de su repertorio. Pero hubo que esperar hasta que saliera a escena Orkesta Mendoza para que el ambiente festivo que necesitaba el Womad en su regreso, se manifestara. La banda de Sergio Mendoza y Salvador Durán demostró su músculo en ese relato sonoro que se balancea sobre la cumbia, el mambo y también la ranchera. El espíritu de Pérez Prado sobrevoló el parque de la mano de Orkesta Mendoza, que despachó buena parte del repertorio de su tercer disco ¡Vamos a Guarachar! (2016) -que evoca el tema homónimo de Celia Cruz y la Sonora Matancera-, y varias piezas más antiguas pero igual de calientes. La Orkesta arrancó con Cumbia Volcadora, Redoble y Mario también come, terciando géneros, cumbia y mambo siempre presente y con el público arriba. C umbia amor de lejos, Nada te debo, Shadows of the Wind, la celebrada lectura al clásico Caramelos, No volveré, y punto y final con Traicionera. En verdad, se hizo corto, una hora justa, el concierto de los Mendoza. Lo mismo que ocurriría a medianoche cuando era el turno de Horace Andy. Antes de eso, hubo tiempo para asomarse por el escenario Boulevard con el proyecto Beating Heart. Una propuesta fiestera que a partir de bases que basculaban entre lo tribal, el etno tecno y el house vocal, aderezadas con instrumentación y las enérgicas coreografías de la cantante, convirtieron la trasera de Miller en una gran discoteca. Más por las ganas de fiesta del público que por lo impactante de las costuras de Beating Heart, que hubiera sido más acertado programarlos como cierre de la primera jornada. En la medianoche, el león que preside Womad metía la cabeza en Jamaica, saludaba a Selassie, e invocaba a Jah rastafari mientras sonaban los acordes de The Godfather Love Theme, de Nino Rota, arreglado con gruesas líneas de bajo y serpenteantes metales. Un artista de leyenda, exclamaba la banda al presentar a uno de los grandes del género en activo, el ya veterano de 66 años que cantó y grabó con Massive Attack (el pulso del jamaicano en solitario conduce al imaginario sonoro de la banda de Bristol). Fue la segunda vez que El Padrino sonaba en el parque. Ya lo habían interpretado horas antes los tinerfeños de 101 Brass Band. Con un sonido regular que crecía y volvía a menguar, trazó Horace Andy un repertorio a la altura de su leyenda.

Escuchar en directo la añeja Man Next Door o la exquisitez de Skylarking justificaba el esfuerzo de recuperar Womad, y el concierto cubrió con creces la cuota reggae de un festival que con regularidad se ha retratado con la escena jamaicana, la de la vieja escuela y la contemporánea.

Surrender, Spying Glass, Zion Gate, Money, Elementary, Fever, la celebrada Ain't no Sunshine, Bless You o Leave Rasta, entre otras, fueron la hoja de ruta de Horace Andy y su banda, que podrían haber seguido más tiempo, porque repertorio les sobra. A la 1.00 de la madrugada cayó el telón con la mirada puesta en la segunda ronda de conciertos del sábado. Sobre el papel, mucho que ver y escuchar entre los dos escenarios, con la presencia de los grancanarios Profecía Crew en la apertura, y Kuarembó como introductores a un viaje colectivo por las geografías musicales de Marruecos y Niger, con Hindi Zahra y Bombino; a la Cuba que se impregna de ritmos del continente, tradicionales y urbanos con La Dame Blanche, el proyecto de Yaite Ramos; el cante que cabalga sobre estructuras propias de krautrock con Niño de Elche, que se va despidiendo del monumental Voces del Extremo; y la traca final de acid jazz, funk y disco con los británicos de The Brand New Heavies.