Corría el año 1997 cuando Juan y Carlos construyeron un hogar violeta y luminoso en medio de las abruptas rocas de las montañas de Gran Canaria. Los lazos de amistad entre Juan y Clara Muñoz, mi mujer, se estrecharon a partir de entonces y llegaron a fraguar en tertulias, textos y exposiciones que me permitieron conocer aspectos geniales del fascinante poeta de la materia que siempre fue. Tres oportunidades tuve de verle generar alguna de sus obras. En los tres casos las piezas surgieron fundamentalmente de las palabras. Juan era muy preciso a la hora de utilizarlas. "Las cosas tienen que estar claras", me decía, "y las relaciones entre las personas, más claras todavía".

No se dejaba enredar con pensamientos confusos ni con relaciones ambiguas. "Demasiadas notas", comentaba sobre algunas piezas contemporáneas de música. Es por eso que al trasladar al papel la pieza Ideograma que se encuentra en el Parque Juan Pablo II (no sé quién cambió el nombre original: Hoya del enamorado), apenas me dio instrucciones telefónicamente. Supe de inmediato lo que quería. Algo tan sencillo como una serie de esbeltos pórticos de acero inoxidable distribuidos en cruz sobre una lámina de agua.

Para la exposición Pieles -La Regenta (2002), comisariada por Clara Muñoz- invitamos a Juan y a Carlos a comer uno de esos platos que le gustaba tanto que Clara le cocinara. Hablamos en la sobremesa de la importancia del color en la obra musical de Scriabin. Juan relató la pieza mientras yo mismo la dibujaba en un trozo de papel. Cuatro sombrillas de rafia, una verde, otra amarilla, una roja y otra azul, cuyas hebras eran movidas por ventiladores elevados sobre escaleras. El resultado fue espectacular y ocupó el patio central de la sala de exposiciones.

La siguiente pieza de la que fui testigo, Juan se la dedicó a Clara a los pocos meses de su fallecimiento. Eligió su propio piano, el instrumento que le había acompañado durante tantos años, un magnífico Kawai trasladado a la Galería de Saro León para realizar los que él mismo definió como su "última obra". Formaría parte de una exposición que pondría por título Dos amigos (2016). Había enviado a Saro a comprar una serie de cintas de determinados colores. Mi entrañable José Ruiz estaba presente. Ordenó colocar las cintas sobre la caja del piano en sentido perpendicular a las cuerdas. Las cintas formaban la bandera de Gran Canaria y la bandera republicana ¡Claro, dos amigos también que se encuentran en el corazón de cada uno de esos dos amigos que han dejado de verse! Esa tarde ante los numerosos asistentes a la inauguración Juan interpretó en ese mismo instrumento la obra de John Cage, Cuatro treinta y tres. Julio Pérez Manzanares que había obtenido el doctorado recientemente con su tesis sobre Juan Hidalgo se desplazó a Gran Canaria solo para documentarla.

Es un privilegio haber conocido a un creador tan lúcido y a un hombre tan generoso. Recuerdo aquel día en el que Clara ya enferma y tú bromeaban sobre cuál se iría primero. Al final se han ido casi juntos con un largo etcétera por recordar.