Duele despedir a los Maestros, aunque éstos te hayan enseñado que lo mejor que podemos saber es que nacemos única y exclusivamente para morir. Sin llantos, sin duelos, con la tranquilidad de saber que el camino de la vida es como un cuento, como ese "recorrido japonés" que durante tántos años Juan llevó a cabo junto a Esther Ferrer y Walter Marchetti con el grupo zaj.

Vanguardia dentro de la vanguardia, la incomprensión de su trabajo - con su elaborada simplicidad, su duchampiana desnudez y su humor- fué palíandose con los años y las nuevas generaciones: para los ochenta, se convirtió en el mito mismo de la vanguardia conceptual y experimental durante el franquismo, con su presencia en los festivales de Darmstad, sus trabajos pioneros en la música electrónica, sus contactos con Cage y Fluxus y sus etcéteras, cercanos a la poesía experimental. Para los noventa, el pionero del arte de género en nuestro país, antes incluso de que se llamara queer, con sus fotorafías eróticas y biozaj. Para los millenials, el Maestro zen que desde su casita morada de Ayacata, junto al querido Carlos Astiarraga, seguía repartiendo perfumes en pequeñas dosis. Perfumes cuyas fragancias, estoy seguro, jamás se agotarán en el ciclo infinito de las estaciones, el "recorrido zaj" para el que la vida, como las obras de arte o la música, no son sino las "cosas que pasan en el tiempo".

El tiempo, a menudo nos parece un traidor. Y no sólo por su velocidad o sus inexpugnables quehaceres. Duele, sobre todo, que para alguien como tú aún esté pendiente ese reconocimiento que, poco a poco, pareces ir alcanzando (desde el Premio Canarias de Bellas Artes de 1987 a las Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes del Ministerio de Cultura de 1989 o del Círculo de Bellas Artes de Madrid en 2001). Duele que hace un par de años, con el Premio Nacional de Artes Plásticas que tenía que haberte llegado tres décadas atrás, todavía hubiese que recordarte como el "gran incomprendido" de la vanguardia en España. Aunque no dejó de haber quien reconociese tu valor. Sólo puedo mencionar (y perdonen las ausencias) a amigos como Jose Antonio Sarmiento, Llorenç Barber, Fernando Huici, Clara Muñoz, Ángel González, Rubén Figaredo, José Díaz Cuyás, David Pérez, Fernando Castro o Estrella de Diego (a la que siempre agradeceré que guiara mis pasos hacia ti), que supieron ver que tus creaciones no sólo transformaban el "arte" mismo, sino a todos aquellos que nos acercábamos a él. No es momento de recordar las injusticias históricas, las censuras a zaj - ¡qué poco hemos aprendido!-, la incomprensión o la necesidad de seguir, y seguir y seguir recordándote, porque como tú mismo decías despidiéndote de tu maestro John Cage, "sangre con sangre no se lava".

Hoy sus cuatro minutos de silencio se nos hacen eternos, aunque para hablar de ellos, y de tí, hay que hacerlo siempre en presente, con alegría, y celebrando esta vida que se nos va yendo. Tú mismo nos dejaste escrito en ese "etcétera que nunca falla" que en tu despedida querías una celebración de la vida - que es lo que siempre fue tu material de trabajo, y tu obra- pero nunca una elegía. Celebremos, por tanto, tu existencia, tu sabiduría y tus poesías raras, y todo aquello que nos has dejado, para recordarte también - y siempre- con una sonrisa zen dibujándose en los labios. Ya sabemos, gracias a ti, que el recorrido zaj no acaba nunca, aunque hoy nos lo parezca, y las "lágrimas de esperma" caigan con fuerza sobre siete pianos vacantes.

Toca

la melodía del no ser.

Nueve cumbres se derrumban,

ocho océanos se secan.

(Zosan Junku,1308)