Se veía venir que el canadiense Guy Maddin acabaría antes o después haciendo cine de apropiación. Que, para entendernos, es cine creado a partir de materiales ya existentes, incluyendo otras películas. Maddin llevaba toda su carrera bordeando dicho subgénero de lo experimental, con una inconfundible manera de reconstruir en sus películas un tipo de cine mudo que nunca existió del todo.

Ahora, ha dado el salto a la apropiación con The Green Fog ( La niebla verde), surgida como un encargo del Festival de Cine de San Francisco. La idea era crear un collage con imágenes de películas ambientadas en esa ciudad de la Coste Oeste de Estados Unidos. Mientras iban seleccionando el material, Maddin y sus codirectores (Evan y Galen Johnson) decidieron plantear el proyecto como una suerte de remake muy libre de Vértigo, Vértigoel clásico de Hitchcock, siempre con esa estructura de collage de imágenes ajenas. No es la primera vez que se hace algo parecido: ahí está por ejemplo el caso de Doggiewoggiez! Poochiewoochiez! del colectivo Everything is Terrible!, una reinvención disparatada de La montaña sagrada de Jodorowsky protagonizada por perros.

De modo que en The Green Fog nos topamos con un rompecabezas de trozos de series de televisión y otras películas, desde clásicos de Hollywood a La Roca de Michael Bay. Trozos unidos mediante una continuidad imposible que requiere de la complicidad del espectador: un coche transita por una calle, recreando una escena de Vértigo en que Scottie espía a Madeleine. Cambiamos de plano, de escenario, de iluminación y puede que hasta de blanco y negro al color, porque, al fin y al cabo, cada plano pertenece a películas distintas. Vemos otro coche, pero comprendemos que, a efectos narrativos, es el mismo de antes. Porque si se conserva un mínimo de concordancia de movimiento y acción entre esos dos planos, el engaño funciona y el espectador que entre en el juego asumirá la continuidad. Como tantas cosas que uno asume cuando ve una película.

Junto a dicha técnica de collage, y muchas otras comunes al cine de apropiación desde hace décadas, Maddin y sus colaboradores se deleitan con saltos de edición (los conocidos como jump cuts) cómicamente forzados, haciendo que la expresión facial de un actor cambie a trompicones al eliminar el momento en que pronuncia una palabra o una frase, dejando solo los silencios. No hacen falta apenas los diálogos, considerados un elemento más que se sobreentiende, un vacío que se fía a la cultura audiovisual del espectador.

La mejor muestra de esto es una escena al principio de The Green Fog donde aparece el bueno de Joseph Cotten, y que fue la que arrancó más risas entre el público en el pase de este sábado por la mañana en el Monopol, dentro de la sección oficial del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.

También desfilaron por la pantalla los fantasmas de Joan Crawford y Rock Hudson, por no mencionar la presencia de... Chuck Norris, nada más y nada menos, quien durante unos cuantos minutos muestra su rango de expresiones faciales (qué risa), a modo de representación de la parálisis emocional que invade a Scottie tras la primera muerte de su amada.

Hasta ahí lo que uno puede decir de The Green Fog para dar una idea aproximada de su contenido. Ahora toca juzgar su valía como película independiente, más allá del encargo que la motivó y de su vinculación con Vértigo.

Y, como maddiniano de pro, tengo sentimientos encontrados. La evolución que dibujan los últimos trabajos de este director da a entender, sea cierto o no, que Maddin se cansó de hacer un cine pseudoautobiográfico después de la tibia acogida de su película de 2011 Keyhole (que el paso del tiempo revalorizará, creo).

Sin tirar de sus propias vivencias, todo lo camufladas que se quiera, sin sacar a pasear a sus demonios, a Maddin como creador le queda estilo de sobra, sentido del humor y un talento que transmite pasión por el cine y un conocimiento enciclopédico. No diré que cualquier director familiarizado con los mecanismos del cine de apropiación podría haber hecho The Green Room, porque no es cierto. Pero preocupa que sea una película tan impersonal.

Por segunda vez consecutiva, además, la clave para interpretar una película de Maddin hay que buscarla fuera, en la sinopsis del catálogo del festival o en una entrevista con el director: uno tenía que investigar un poco para enterarse de que la mayoría de minihistorias entrelazadas en su largo anterior, The Forbidden RoomThe Forbidden Room, eran variaciones sobre argumentos -o lo que se sabe de ellos- de películas perdidas antiguas. Y del mismo modo, un espectador desprevenido podría no pillar, en medio del desbordamiento visual al que nos tiene acostumbrados el canadiense, las alusiones a Vértigo que contiene The Green Fog, por muy obvias que resulten.

Ni siquiera sé ahora mismo qué significa la niebla verde del título y que aparece en varias escenas superpuesta con efectos especiales. Tampoco quiero averiguarlo, aunque entiendo que se trata de un toque de ambigüedad que no queda fuera de lugar. Si me preguntan, yo diría que la niebla verde simboliza el rastro que dejan Guy Maddin y los Johnson en su proceso de manipulación de viejos fotogramas.

The Green Fog sigue siendo una delicia pese a todo, y la banda sonora compuesta por Jacob Garchik e interpretada por el Kronos Quartet tiene su parte de culpa de ello. Así que acabaré ya con esta lista de reproches sin demasiado peso: en comparación con My Winnipeg, magnífica "docufantasía" maddiniana, o con un ejercicio similar de reciclaje de imágenes de una ciudad como Los Angeles Plays Itself de Thom Andersen, lo nuevo de Maddin dice bien poco sobre San Francisco. Y Chris Marker hizo una reflexión mucho más profunda sobre Vértigo en su ensayo fílmico Sans Soleil.

Eso sí, Chuck Norris ha salido en una buena película, algo que le ha debido ocurrir muy pocas veces en su vida. Debería estar agradecido.