A veces uno cae en el desánimo y se pregunta, en consonancia con quienes -erróneamente- solo perciben saturación y falta de ideas en la cultura actual, si no se habrán contado ya todas las historias posibles, si no estamos condenados a quedarnos con los clásicos o con copias de segunda mano que no hacen más que remedarlos.

Lo cierto es que en la Sección Oficial de este año en el Festival de Cine encontramos dos títulos sobre los que pesa la sombra de Alfred Hitchcock: The Green Fog, de Guy Maddin, es un collage de imágenes inspirado en VértigoVértigo, mientras que Ash toma prestada la premisa argumental de Extraños en un trenExtraños en un tren, aunque su director, el chino Li Xiaofeng, no lo quiera admitir.

Ahora bien, no menospreciemos la capacidad de estos creadores para dar un giro a una vieja historia y entablar un diálogo fructífero con los maestros del pasado, replanteando sus enseñanzas y lo que significan para nosotros en el momento presente: Li Xiaofeng no lo logra del todo, Maddin, sí.

Luego tenemos el filme ruso The Bottomless Bag (El saco sin fondo), de Rustam Khamdamov, que se pudo ver este jueves y supone una nueva adaptación del cuento En el bosque, de Ryunosuke Akutagawa. Famoso por su innovadora estructura de versiones contrapuestas y contradictorias sobre un crimen, ese mismo relato sirvió de inspiración para Rashomon, uno de los dos o tres títulos más importantes de la filmografía de Akira Kurosawa. Y después de Rashomon se han hecho ya, al menos, otras cinco versiones cinematográficas de En el bosque; la primera de ellas, de 1964, fue un western llamado Cuatro confesiones y dirigido por Martin Ritt.

La pregunta pertinente, entonces, es: ¿qué puede aportar Khamdamov a una historia tantas veces contada? Pues mucho. El cambio de escenario del Japón feudal a la Rusia zarista no importa tanto como el tono que se da a la narración, cercana en esta ocasión a los cuentos de hadas. Porque En el bosque es una historia de gente que cuenta historias. Akutagawa indagaba sobre la dificultad para hallar una verdad objetiva de ciertos hechos, y por extensión cuestionaba la propia noción de lo que es real. En Rashomon, el humanismo se presenta como único asidero frente a tan grave duda, y por eso la película acababa con un acto de bondad.

En The Bottomless Bag, en cambio, el acto de narrar es un mero pasatiempo cortesano. A nadie le va la vida en saber qué ocurrió con el príncipe, su mujer y el ladrón. Esos tres no son los protagonistas de un caso de asesinato reciente, como en Rashomon, sino de un cuentito que transcurrió siglos atrás. Dicho distanciamiento temporal justifica la incorporación de elementos pintorescos y pseudofantásticos, muy llamativos aunque no encajen del todo, pero suprime el drama. Y sin drama al espectador lo que le queda es maravillarse, que no es poco, con las sobresalientes cualidades técnicas y de producción de la película: decorados, vestuario, y ante todo, una exquisita fotografía en blanco y negro.

No quiere esto decir que The Bottomless Bag carezca de contenido. Khamdamov incluye en el guion otras referencias literarias, a la obra de Borges y a Las mil y una noches. Sin embargo, su logro con este impresionante artificio de película no es otro que sumarse con voz propia a la conversación que empezó Kurosawa en 1950 con Rashomon, una charla entre directores de cine que hablan a través de sus adaptaciones del relato de Akutagawa, aportando cada uno de ellos su punto de vista, acercándose y alejándose de la esencia de la fuente original, sin agotarla nunca. Igual que los diferentes personajes que cuentan la historia del príncipe, su mujer y el ladrón.