La Provincia - Diario de Las Palmas

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Dentro y fuera del remolino mayero

Testimonio del Premio Canarias de Literatura 2018 sobre cómo vivió los efectos de la convulsión estudiantil parisina, tanto desde España como desde su trabajo de lector en Vincennes

Protesta de Mayo del 68 con enfrentamientos con la policía en las calles de París. LA PROVINCIA/DLP

Mi vena sesentayochista surge cuando, en los días de la revuelta estudiantil y las algaradas por el Quartier Latin, leo en un ejemplar de Le Monde comprado en una librería de la Rua Mayor de Salamanca el curso de los acontecimientos. Solía comprar allí ese periódico parisino los viernes, cuando salía el suplemento Le Monde des livres, para estar al tanto de las novedades editoriales y de las críticas, puesto que yo era alumno de Filología Moderna en la Facultad de Filosofía y Letras y ese era el medio de disponer de información literaria contemporánea al alcance de mi bolsillo. Al percibir desde enero - cuando tiene lugar el desplante que le hizo el estudiante de sociología Daniel Cohn - Bendit en la Facultad de Nanterre al ministro de Juventud y Deportes - de que se trataba de algo serio que me interesaba porque surgía a diario durante mayo y junio una marejada de noticias y artículos que trataban de la fenomenología de la revuelta desde la objetividad que se le suponía a ese medio, les dije que me lo guardaran diariamente y aun los conservo en mi archivo. Ni por nada compraría Le Figaro, derechista hasta las cachas y con una crítica acerva hacia aquellos revoltosos que pretendían echar por tierra el orden gaullista establecido, cuestionando y criticando la sociedad de consumo y el modelo capitalista de la posguerra.

El tema era excitante, porque tanto en la Universidad de Salamanca como en otras del país se vivía, siquiera fuese en un nivel minoritario, ideas compartibles con las propuestas de los alzados mayeros: cambiar el mundo desde la posición privilegiada de nivel cultural y la conciencia crítica que nos habían dado los estudios. Conocedores de que vivíamos en una dictadura que secuestró libertades y derechos básicos establecidos en la Carta de los Derechos Humanos, en un estado policial y represivo, con la Iglesia y el Ejército aliados y garantes de la servidumbre establecida a mano alzada y prietas las filas, y vista la depuración que se había hecho años atrás de los profesores Tierno Galván, Aranguren y García Calvo de sus respectivas cátedras universitarias, saltó la chispa y siguió sobre el reguero de pólvora de un descontento generalizado en las aulas. Había por entonces revistas semanales que luchaban dentro de sus posibilidades con la censura contra el franquismo: Triunfo, Cuadernos para el diálogo, Destino, y ellas nutrieron mi conciencia de insumiso, de "desafecto al Régimen", como ponía el sello que se estampaba en los documentos oficiales. El que me llevó al Cuartel de Cabrerizas cuando me tocó hacer la mili en la Playa del Aaiún en 1970, el que me impidió tener pasaporte hasta que el Gobierno Francés me concedió en 1967 una beca para ir a estudiar a Grenoble y se vieron obligados a darme prórroga de estudios, porque no deseaba perder los veranos en la Milicia Universitaria.

En mi Facultad, que estaba en el palacio de Anaya, frente a la preciosa catedral gótica, la revuelta la movía la FUDE en asambleas y ciertas manifestaciones que acababan en la Plaza Mayor con la policía nacional dando porrazos a quienes alcanzaban. No recuerdo haber corrido delante de los grises, porque no estaba ideologizado en el activismo hasta ese punto, sino más bien situado en la deglución de cuanto se me iba informando. Y los libros que sacaba la editorial Ciencia Nueva, como el Anti-Dühring de F. Engels, los de Marcuse, Wilhelm Reich y Louis Althusser, además de los que recibía de un intercambio con la Biblioteca José Martí de La Habana y los que José Miguel Ullán me mandaba desde París, hacia donde había huido salvando el pellejo a tiempo, y ello mediante amigos comunes como García Calvo y comunistas salmantinos en la clandestinidad. Fui entrando en el pensamiento troskista, inclinándome por las lecturas de este materialista dialéctico ortodoxo e internacionalista apartado por el estalinismo y huido a México, donde sucumbió a la piqueta de Ramón Mercader; los de Antonio Gramsci y los del filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, también exiliado en México, sobre todo L a filosofía de la praxis (1967).Trataba a amigos que estaban en la FUDE, pero nunca me afilié a ningún partido, si bien era republicano por conciencia, y - hay que añadirlo -por herencia. Y es que lo había heredado de mi padre, maestro de escuela en la Graduada de Gáldar, donde ejerció a su regreso de Fuerteventura, pues allí estuvo desterrado cuatro años por republicano, dando clase a un grupo de niños en el Tostón (El Cotillo), al lado de Corralejo, entre ellos a los hijos de Mariquita Hierro, famosa por sus viejas sancochadas, subsistiendo con leche de cabra y gofio, pescado fresco o jareado, papas y porretas (tunos secos). Cuando nací en Gáldar en 1943 él no estaba en casa (¡casi como en el chiste de Gila!), pero le dieron permiso para venir a conocer a su tercer hijo.

Era por consiguiente la mía una rebelión pasiva, libresca, aunque ilustrada por la vivencia. En cada curso había siempre policías secretos infiltrados para enterarse de la movida y delatar a los insurrectos más destacados, los que hablaban en las asambleas del Aula Magna, hasta que el Rectorado la cerró a cal y canto. Fue así como un día fue a buscarme a mi pensión la Guardia Civil y me llevaron a interrogarme al cuartel que estaba junto a la Torre del Clavero durante varias horas, porque mi dirección estaba en una agenda de un amigo de la FUDE ya encarcelado. Me preguntaba el sargento que por qué tenía aquellos libros y panfletos a multicopista en mi maleta, donde requisaron todo lo que les olía a subversivo. Por ejemplo las cartas cruzadas con Helene Weigel, la viuda de Bertold Brecht, a quien había pedido carteles de sus obras representadas en el Berliner Ensemble y permiso para traducir la Ascención y Caída de Arturo Ui, cartas inocentes que tuve que traducirle del alemán. No había pruebas mayores contra mí y me dejaron marcharme a clase, aunque se quedaron con todo lo que quisieron. Lo peor de todo fue el disgusto que recibió mi madre cuando la telefonearon para informarle de las correrías de su hijo. Me reprendió la pobre sobre los sacrificios que hacían en casa para pagar mis estudios en Salamanca, y que les pagara metiéndome en follones.

Pasé aquel verano del 68 en Las Palmas, frecuentando ya la amistad con mi amigo el inmenso poeta Juan Jiménez, bañándome en la Playa Chica de Las Canteras o residiendo en nuestra casa veraniega de la Higuera Canaria (Telde), encargándole al Kiosco Ritana del Parque Santa Catalina que me guardara el periódico Le Monde, que pasaba a recoger semanalmente, interesado como estaba en seguir los remous ('estela', 'remolino') del Mayo Francés. Sobre todo porque en setiembre debía incorporarme a un puesto de assistant (lector de español) en el Lycée Hector Berlioz de Vincennes, recompensa de mi profesora Mme. Paulette Gavaudan de Cortés daba a mis altas calificaciones de matrícula de honor en las asignaturas de la espècialidad francesa. Estratégica elección de destino a más no poder (y siempre se lo agradeceré como un empujón decisivo en mi carrera) porque en ese pueblito, continuación del gran París de los distritos, donde acababa la Línea 1 del Metro, se estrenaba el Centro Universitario Experimental de Vincennes (CUEV), una reacción del gobierno de Charles De Gaulle mediante su ministro de Enseñanza Edgar Faure a las demandas de cambio surgidas en el mayo revolucionario en materia de enseñanza. A finales de agosto embarqué hacia Cádiz porque tenía que examinarme de Hochmitteldeutsch, una asignatura que se me atravesó porque yo me entregaba mucho más al francés que al alemán. También presenté la tesina de Licenciatura sobre Marcel Proust, que luego ampliaría en París como tesis Doctoral.

Ya en París, mediado setiembre, ocupé la típica mansarde ('buhardilla') con derecho a cuarto de baño junto al Lycée, que era el cuarto destinado anualmente a los sucesivos lectores de español. Ganaba mensualmente 2.000 nuevos francos, mi primer sueldo de enseñante. Tenía tres frentes que atender: enseñante en el liceo, estudiante en el CUEV, y explorador de París; un sueño al fin vuelto realidad después de veinte años de perseguirlo desde que estaba en L'Alliance Française y concursé en un premio de dos semanas de estancia como alumno en L'Alliance de París. Lo ganó una chica llamada Olimpia y me quedé con las ganas, y un segundo premio, el Tartarin de Tarascon de Alphonse Daudet. Conocer París, para un afrancesado, es ya la gloria: ver todo aquello que se veía en libros y películas: Montmartre, Montparnasse, Pigalle, el Sena, el Louvre, la Cinemateca, El Museo del Hombre, la Torre Eiffel, la Comedie Française, con 3000 obras en su repertorio; ver actuar a Jean-Louis Barrault, Madeleine Renaud, Maria Casares, Jeanne Moreau, etc. Ver obras de Racine, Molière, Corneille, Marivaux, pero también del nuevo teatro del absurdo: Samuel Beckett, Eugène Ionesco, Jacques Audiberti, Georges Schéhadé. Arthur Adamov, Antonin Artaud, Jean Genet, Harold Pinter, y las de Fernando Arrabal prohibidas en España. Escuchar a Jacques Brel, a Léo Ferré, a Serge Reggiani en el Olympia, a Mahalia Jackson en la Salle Pleyel; cine, teatro, exposiciones, sexo libre al fin: la locura de la libertad, viniendo de donde venía, españolito reprimido en la conservadora llanura castellana. Había tardes en que me echaba la fugona y asistía a tres películas seguidas en la Cinemateca, para ver todo lo desconocido o prohibido en España: Tierra sin pan, Viridiana, El gran dictador, descubrir a Dreyer, Eisenstein, Losey, Pabst, Lang, Glauber Rocha, etc. Tenía que salir pitando de aquel templo del cine a medianoche, como Cenicienta, para alcanzar el último metro de la Línea 1 ( Le dernier métro, título de película, por cierto) que partiendo de la Porte Dauphine me dejaba en la puerta de casa, en la estación Bérault, porque era mi medio de transporte usual, desconociendo la red de autobuses más que nada por pereza.

Y seguía la revolución en marcha, sobre todo en las reformas a las que el gaullismo cedió por la fuerza de los hechos; y la avalancha de libros que salían sobre el tema: Daniel Cohn - Bendit, Rudi Dutschke, Alain Krivine, Louis Althusser, Foucault, etc. Todos ellos frecuentaban el CUEV, verdadero laboratorio matriz del estructuralismo; aunque para escuchar a Jean Paul Sartre, a Claude Lévy-Strauss, Roland Barthes, J. P. Richard, Jacques Lacan, Derrida, Kristeva o Jean Starobinski había que ir a sus clases en Sorbonne, o a sus lecciones magistrales en Nanterre-la-folie, como se la llamó, porque de allí salió la semilla de la locura. Se imponía la interdisciplinariedad, abordar los acontecimientos desde diversas disciplinas. La que le montaron a Jacques Lacan cuando nos visitó el 3 de diciembre de 1969 fue sonada, concluyendo que la operación revolucionaria no puede llevar más que al discurso del maestro: "A lo que aspiran ustedes como revolucionarios en un Maestro. Lo tienen. Ustedes hacen la función de los ilotas de este régimen. ¿No saben lo que quiere decir esto? El régimen os señala. Dice: "Miradlos disfrutar"?Bien. Vale. Adiós por hoy. Bye. Se acabó". (1) También en Nanterre había una movida considerable: era la verdadera cuna de la revolución, donde había nacido el Movimiento 22 de marzo, germen de las movilizaciones de mayo y junio. El 10 de mayo fue la "noche de las barricadas" en el Barrio Latino, los estudiantes se defienden ante la tropa de los CRS a golpes de los adoquines que arrancan de las calles. Se produce la toma de la Sorbona y el día 13 nueve millones de trabajadores de toda Francia secundan la huelga general. Los disturbios se generalizan en muchos centros de enseñanza del país y en las principales industrias. Después de la Revolución Francesa de 1789 no se había vivido semejante nivel de conflictividad en el país, puesto patas arriba por estudiantes, obreros, sindicatos y las capas progresistas de la sociedad mano con mano.

La pólvora llegó a Vincennes, y yo vivía desconcertado tal mudanza, la vuelta al calcetín de la enseñanza que había recibido en Salamanca. Lo explica muy bien el historiador François Dosse: "En pleno bosque de Vincennes, al lado de un campo de tiro, el Ministerio de Defensa cede temporalmente a la ciudad de París un terreno para construir a toda prisa una universidad experimental, abierta a comienzos del curso 1968-1969. Esta universidad nueva, París-VIII, debe ser la antisorbona, un auténtico concentrado de modernidad; su vocación es abrir perspectivas originales de investigación, salir de los caminos trillados. La Universidad de Vincennes hace de la pluridisciplinariedad su religión, rechaza de entrada las carreras tradicionales de preparación para las oposiciones nacionales para expandir sus capacidades de investigación. La lección magistral, con algunas excepciones, está proscrita, y la palabra debe circular en los pequeños grupos de las unidades de valor que trabajan en pequeñas aulas. El academicismo y la tradición sorbonense deben quedarse en la puerta de esta universidad que quiere ser decididamente contemporánea, moderna, abierta a las tecnologías más sofisticadas y a los métodos más científicos de las ciencias humanas para asegurar la renovación de las antiguas humanidades. Puesto que la modernización se identifica con el estructuralismo, Vincennes será estructuralista. Simboliza incluso el triunfo institucional de esta corriente de pensamiento hasta entonces marginal que hace aquí su entrada por la puerta grande en una universidad parisina. El equipamiento interno de la universidad es fabuloso, es una auténtica joya de la corona de un régimen gaullista desgastado que se regala un juguete, un escaparte; moqueta por todas partes, cada aula está equipada con su televisor de circuito cerrado, la decoración es de Knoll, todo ello en un marco de verdor, sin los ruidos de la ciudad, turbado solamente por los disparos lejanos de la instrucción de los reclutas. Los más contestatarios del movimiento de mayo encontraron refugio en Vincennes. Hay muchos maoístas, con la enfermedad de los guardias rojos, que tienen tendencia a considerar este microcosmos como el centro del mundo o a limitar el mundo al territorio de la universidad. Las fuerzas vivas de la protesta del 68 se dan cita allí atrapados en esta universidad cerrada, acolchada, donde la agitación puede extenderse al servicio de la sociedad, en total libertad, puesto que sus ecos llegan debilitados a sus destinatarios, muy felices por haber circunscrito el mal en un bosque que actúa como cordón sanitario. Sin embargo toda un generación pasó por allí para adquirir las armas de la crítica, y el poder acabará por exorcizar el peligro de esta hoguera arrasándolo todo a golpe de excavadora para reinstalar Paris-VIII en la llana Saint- Denis."(2)

Este fue el ambiente que viví en mi aterrizaje parisino: compartir con alumnos y alumnas de toda Francia y de la francofonía (canadienses, belgas, suizos, libaneses, tahitianos, vietnamitas, argelinos, senegaleses, congoleños, reunionenses, martiniqueses, haitianos, etc.) una disposición en el aula bastante novedosa: un círculo de pupitres y mesas donde el profesor era uno más en el corro, y no según el verticalismo imperante en España: el catedrático en su escenificación de tarima a dos palmos del suelo y los alumnos abajo, obligatoriamente emperchados y con corbata; o con pulover, como era mi caso. Soy reacio a los ternos, y las capas charras con paño de Béjar eran demasiado caras para mi economía, que se iba en pensión, ronda de vinos y libros, libros, libros?Educativamente Vincennes era la vuelta de la tortilla: el profesor daba directrices de método, indicaba la bibliografía aconsejable en la materia, distribuía el trabajo individualmente o por equipos, quienes en clases sucesivas íbamos exponiendo el resultado de sus pesquisas. La biblioteca del Centro era magnífica, no había que ir más lejos. En resumen: no había forzosamente un texto de la materia; era el alumnado quien hacía la asignatura retroalimentándose de las conclusiones de los demás. Ensamblando un corpus de conocimiento que modelaba la unidad de valor elegida. En mi caso elegí como troncales Lingüística, Antropología Cultural, Literatura Francesa de los ss. XIX y XX, laboratorio de fonética alemana, y como optativas iba rotando entre Literatura Alemana, la semiología del cine según el modelo de Christian Metz, Sociología, Iconografía, teatro, Literatura Norteamericana y talleres de poesía visual. Mas todo lo se ofertaba en el Auditorio: Iannis Xenakis exponiendo su teoría y praxis de la música, Mikis Theodorakis en lo propio, Paco Ibáñez cantándonos su repertorio, Wolf Biermann incendiando el ambiente con sus canciones políticas, alumnas chilenas que cantaban el de Violeta Parra, Alain Robbe-Grillet, Claude Simon y Natalie Sarraute hablándonos de sus narrativas, Jean-Luc Godard respondiendo a nuestras preguntas sobre sus películas, piezas teatrales que montaba el propio alumnado, debates interminables sobre el ideario de cada grupúsculo político, información de los comités de fábricas, recitales de poesía, etc. Los estructuralistas se vieron pillados de improviso por esta irrupción inesperada de los acontecimientos históricos, los maoístas de la Izquierda Proletaria la emprendieron contra Althusser: "Althusser para nada", "Althusser no es el pueblo". Efervescencia política en las aulas, debates de los situacionistas, etc. En resumen: un lujo a mi alcance, un baño de modernidad, un aprendizaje inimaginable hasta entonces. Una enseñanza revolucionaria, científica, despojada de dogmatismos, dialéctica. Difícil, por supuesto, porque el alumnado que nació francófono me aventajaba al haber recibido una educación republicana y yo venía de una subcultura franquista, adoctrinado cuando niño en aquella asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional, y dos piedras?

Estuve pues dentro y fuera del movimiento mayero parisino. Dentro, porque al menos en el modelo educativo la imaginación llegó al Poder, como rezaban las pintadas en el boulevard Saint-Michel y calles aledañas. Se dio un paso gigantesco en el campus experimental de Vincennes y de él se benefició la percepción del conocimiento pluridisciplinar que me ha formado tal cual soy y produzco. Fuera, porque llegué al escenario de la revuelta cuando todo había pasado, se había consolidado ya la ideología -y la mitología - sesentaiochista, y se pasó a su digestión: evaluar su debe y su haber. Quedaron las valiosas revistas Semiotica , fundada en 1969 por Thomas A. Sebeok y donde era redactora destacada Julia Kristeva, la revista Langages, las revistas Poétique, Tel quel , La Nouvelle Critique, los apuntes que tomé de las enseñanzas de Jean Bellemin - Noël sobre el texto-análisis, los de Denis Roche sobre poéticas del desafuero, los libros de Tzvetan Todorov, Gérard Genette, Gilles Deleuze, Lucien Goldmann, Jean-Pierre Richard, Maurice Godelier, Jacques Derrida, Philippe Sollers, etc. El arbolado del bosque de Vincennes, el poste donde fue fusilada Mata-Hari, junto al Château de Vincennes, en el que estuvo recluido el Marqués de Sade, la Maison de l 'Art et de la Culture de Vincennes, que solía frecuentar, mi alumnado, mis colegas, hoy sembrados por el mundo y jubilados casi todos, algunos de los cuales me orientan sobre mis materias actualmente in-progress. Mis amigos: J.M. Ullán, Ana Mª Simo, Jacqueline Grivois, Pierrot Didier, Zizi Leduc? Y un largo etcétera lleno de momentos, de sensaciones, de olores y sabores, de éxtasis o apuros.

A quienes me preguntan qué queda hoy de todo aquello, para qué sirvió tanto alboroto buscando la playa bajo los adoquines, y certifican con variopintos argumentos su disolución, la pérdida de octanos subversivos en el conformismo y el feroz individualismo actuales de un movimiento nacido disolvente, contestatario, comunero y salvavidas en un naufragio del viejo orden napoleónico del que estaba imbuido el General De Gaulle, suelo responder que queda el recuerdo de una épica, una lírica y una dramática propuesta de vida ilusionante, una limpieza a fondo de la sentina del velero que timoneo, una catarsis desde los postulados autoritarios en los que se me educó a la conquista de la libertad, una "conciencia despierta e inquieta del saber moderno - según definía Michel Foucault al estructuralismo.(3) Una huella a conservar, un camino a seguir transitando, una propensión a la ética y a la estética rompedoras de lo trillado, consabido y aceptado de modo borreguil como la verdad absoluta codificada por los Poderes. Un modo de ser, de sentir, de disentir permanentemente, de comunicarme, de contaminar como educador , como escribiente y como dialogante de todos los lugares comunes que infectan el sistema, cada vez más coercitivo en que entremos por el aro del pensamiento único. Mayo de 1968 está entonces en mí pegado como una lapa a la roca que subo como Sísifo cada día, dudando por sistema si vale la pena volverla a subir. Porque las mitologías se quiebran al paso de los años, o son amputadas por el filoso estilete del cansancio, cuando uno ve lo que pasa en el mundo, el seguidismo patológico hacia las ya imprescindibles tecnologías de última generación, la indiferencia general ante el lento, aunque pavoroso declinar ecológico planetario que está ya aquí, y nosotros como si nada. A vivir, que son dos días. Que le den por... al mundo, yo no lo voy a vivirlo? ¡Allá ellos!

Corolario: Mayo de 1968 no es pretérito imperfecto, ni futuro perfecto, sino un modo condicional por resolver la formación personal, la conducta, la conciencia individual y comunitaria según y cómo cada cual se plantee sobrevivir a todo esto. Seguiré sesentaiochista exigiendo lo imposible. "Seamos realistas, pidamos lo imposible"- decía otra pintada mayera. Y en eso estamos, mientras el cuerpo aguante.

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