La Provincia - Diario de Las Palmas

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Encuentro con Marx

Tuvimos la gran suerte de tener a Sampedro, Tierno Galván o Aranguren para conocer el materialismo dialéctico

"Un artículo me manda hacer ?"

Y me pide que intente explicar el encuentro [adelanto que para mí fue un hallazgo], de los jóvenes de mi generación, bueno de una parte de mi generación, con la obra y el pensamiento de Carlos Marx, en este su aniversario.

Nacimos recién acabada la Guerra Civil y nos "educaron" en medio de lo que tan bien explicó Aranguren y que definió como el Nacionalcatolicismo. La juventud de los 50 del siglo pasado, especialmente la que se educó en colegios religiosos, era aleccionada más que enseñada. El sistema consistía en darnos las respuestas, las necesarias para entendernos a nosotros mismos y al mundo en su conjunto, mucho antes que nosotros tuviéramos tiempo de formular las preguntas. Todo tenía que estar bajo control para evitar cualquier duda o desconfianza. Y se nos aseguraba que, si las cosas nos iban mal en este mundo, y si teníamos la capacidad de aceptar esa desgracia, se ganaba la vida de verdad, la verdadera, eso sí en el otro mundo no en éste. A cambio, se nos daría la felicidad eterna. Y si en esta vida no prosperábamos y vivíamos en peores condiciones, era por nuestra culpa. Pero, después de la muerte y en la otra vida, todos seríamos iguales y nos sentaríamos a la diestra de Dios Padre.

El mundo se entendía como una lucha, permitida por Dios para probarnos, entre el Bien que representaba el catolicismo, mientras que todo lo otro, era el Mal, integrado por infieles y paganos.

Era un mundo marcado por el Pecado Original desde todos sus inicios. Y sin explicarnos el por qué nos informaban que, desde el momento de nacer, ya veníamos malditos y contaminados por el pecado. Y nuestro comportamiento debía centrarse en pedir que nos perdonasen. Al final, si te portabas bien, si eras humilde y hacías buenas obras, te podrías redimir. Porque "bienaventurados serán los pobres de espíritu".

Vivíamos atemorizados. Porque, aunque tuvieras un comportamiento inmaculado, si una noche tenías un mal pensamiento (por supuesto, erótico) y te morías, lo que te esperaba era el Infierno por toda la Eternidad.

Nos contaban que muy muy lejos, en Corea, había una guerra, donde los americanos (blancos y buenos) luchaban contra el "peligro amarillo". Y la valoración que hacíamos de esa guerra era la que nos proporcionaban los tebeos de Hazañas Bélicas.

La formación que nos dieron de Canarias fue nula. Apenas que Cristóbal Colón pasó por aquí, porque ni siquiera hubo "Conquista"?

Es cierto que tuvimos que estudiar y valorar algún autor. Me tocó Donoso Cortés. Y resultó que este buen hombre resumía la historia y el mundo en la confrontación: catolicismo-socialismo.

[Obsérvese todo lo que ha cambiado la Iglesia católica hasta el papa Francisco]

La Universidad

Con este rico bagaje, tuve la suerte y mi familia los posibles, para ir a estudiar Derecho a la Complutense. Viví un tiempo en un colegio mayor. Y todo lo que yo era hasta aquel entonces se derrumbó en el primer trimestre. Del "todo está dicho y descubierto, tienes las respuestas, y tienes que aprenderlas" a "lo único que tengo son preguntas, confusión y vértigo".

Así, en pleno auge del existencialismo en Europa, lo primero que apareció fue una vigorosa "angustia vital". Y tuvo que pasar algún tiempo y un largo viaje por Europa en autoestop, para ir serenando las aguas.

Y, en medio de toda esa vorágine intelectual y existencial, van a asomarse a nuestra vida dos inigualables y formidables personajes, Charles Darwin y Carlos Marx. Que van a ser decisivos en la conformación intelectual de todos aquellos de mi generación que estábamos en parecidas circunstancias.

Hoy toca Marx

Como se ha visto, mi generación (permítaseme la generalización) andaba totalmente confusa. Entre el Nacionalcatolicismo y la realidad, estábamos como los cochitos de choque de las verbenas. Dando tumbos y sin entender nada.

Leíamos como posesos.

En Madrid, el ambiente universitario de finales de los 50 comenzaba a bullir, haciéndose eco de la necesidad de "salir a la superficie".

Ante el encefalograma plano y rutinario de la realidad española, nuestra atención se veía atraída por lo que pasaba en el mundo. Todo estaba cambiando, en especial en lo que entonces se llamaba Tercer Mundo. Y allí estaban Fidel, el Che, Mao, Allende, Lumumba, Ben Bella, Ho Chi Min?

Quiero reseñar que nuestra percepción de la Guerra de Vietnam, ampliada a escala mundial por los movimientos pacifistas, contrasta radicalmente con lo que se dijo, más arriba, sobre la Guerra de Corea.

La Guerra Fría estaba dando paso a la Coexistencia pacífica, mientras el mundo seguía dividido en dos bloques: el capitalista y el socialista, que se disputaban la hegemonía política, cultural y económica.

Así, nos encontramos metidos en la vorágine de dos mundos contrapuestos. Y nosotros ¡con Donoso Cortés! no estábamos preparados para tamaña prueba. Pero tuvimos la enorme suerte de encontrarnos (sobre todo en la Facultad de Económicas de San Bernardo y en los Cursos de Sociología [que apenas duraron tres años]) a formidables profesores como José Luis Sampedro, Enrique Tierno Galván, Faustino Cordón, José Luis López Aranguren, Eloy Terrón? Y nos explicaron desde un montón de vertientes y perspectivas el Materialismo dialéctico.

Y fue en esa época cuando, como hacen las culebras al cambiar de piel y dejarla atrás casi intacta, nosotros cambiamos la manera de entendernos y de entender el mundo. Y el marxismo nos sirvió para poner orden en el terrible puzle de nuestras cabezas. Y empezamos a poder explicarnos algunas cosas importantes.

Hasta el momento, nuestra forma de ver y entender la realidad era, sobre todo, lineal y, a veces, mecanicista. Nuestra principal herramienta para descifrar las cosas era el principio de causalidad. De tal forma que, si éramos capaces de encontrar la causa, ya se podían explicar los efectos, ¡seguro! Y ahí se acababa el asunto.

El marxismo, para decirlo de forma vulgar, nos exigía más. La causalidad era insuficiente. El principio fundamental pasaba a ser la interdependencia, la correlación, los contextos. Y lo decisivo no son los momentos, sino los procesos por los que la vida transcurre y se transforma. Los principios de la dialéctica que en Hegel habían quedado, para muchos, allá arriba en las nubes, ahora aterrizaban en la realidad a través del materialismo histórico. Y la tensión entre contrarios va a demandar síntesis a niveles superiores.

Intelectualmente, el vacío, la angustia vital, el tener que arrastrarnos llevando la vieja piel, dejó paso a la deslumbrante posibilidad que, con estudio, trabajo y con información veraz, podíamos comenzar a entender la realidad personal y social.

Hasta tal punto era poderoso este método intelectual que, a veces, teníamos que frenarnos porque nos precipitábamos a concluir una investigación a partir de meras intuiciones. Y vimos que el marxismo vulgar puede sustituir con facilidad al verdadero análisis marxista y desvirtuarlo. Sobre todo, cuando se deja de tener en cuenta "el análisis concreto de la situación concreta".

Marx concluye con su famosa afirmación: "El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia".

A esta afirmación, filosóficamente crucial, le dimos muchas vueltas. Y nos fue decisiva.

Transformar el mundo

Era esencial tener una filosofía que nos permitiera entender el mundo. Pero vivíamos una época en la que a mi generación, cuando joven y en esa fase de mayor generosidad y capacidad para hacerse solidario, eso nos parecía insuficiente.

Y descubrimos que el marxismo tenía esa misma valoración. Era muy reticente y criticaba todas aquellas propuestas filosóficas que se quedaran en donde nosotros no queríamos quedarnos. Para asombro y satisfacción nuestra, el marxismo, después de analizar y valorar este mundo ¡quería cambiarlo!

La primera lectura del incendiario Manifiesto comunista, para quienes vivíamos en la Dictadura fue un relámpago de luz. Allí descubrimos que lo que de verdad mueve el mundo, en una sociedad capitalista, son los intereses materiales y estos se definen en función de la clase a la que uno pertenece y en la que uno decide permanecer.

Mientras, nuestro mundo seguía estando lleno de injusticias. Y, sobre todas ellas, la ominosa y lúgubre presencia de la Dictadura, que nos negaba los derechos más elementales que la Civilización iba conquistando y que en 1948 cristalizaban en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU.

Y sucedió lo que era previsible que sucediera. Porque hacía falta abatir y tumbar al franquismo y para eso era necesario cambiar nuestro mundo. Y éramos los marxistas, los comunistas, los que estábamos convocados ideológicamente para ello. La superioridad moral, incuestionable, de las posiciones antifranquistas, la rotundidad y claridad de las políticas del Partido Comunista (la Reconciliación nacional desde 1960) y el sacrificio y la combatividad de sus militantes, hicieron que el PC fuera considerado y sobre todo sentido, por una inmensa mayoría de ciudadanos como el verdadero partido de todos los antifranquistas. Era "el Partido". Y durante un montón de años, cuando se hablaba del Partido, todo el mundo sabía y asentía con complicidad.

Y es que sus políticas más generales eran lo que hoy se llamarían "trasversales". Consistían primero, unidad de acción de todas las fuerzas antifranquistas y, segundo, acudir, cada vez que se encrespaban conflictos sociales, a las movilizaciones de masas en las calles. Y esas políticas fueron las que consiguieron tirar abajo al franquismo.

De ahí, la hegemonía indiscutible del PC en la lucha contra la Dictadura. De ahí que todos los intentos y las tremendas presiones para que la Dictadura se transformara a sí misma en una especie de seudodemocracia, pasaban por mantener al PC en la ilegalidad, clandestino.

Así hay que entender, en mi opinión, las formidables luchas antifranquistas, las obreras en primer término, durante el gobierno de Arias Navarro que pretendía justamente esta solución. Y la "transición" tuvo las características que todos recordamos. Por eso, intentar analizarla y valorarla, como a cualquier otra etapa histórica, de acuerdo con lo que se pueda percibir de ella medio siglo después, constituye un error.

El marxismo hoy

Es cierto que, sobre todo después de la Caída del Muro de Berlín y el colapso de "socialismo realmente existente", el Partido y muchos comunistas nos encontramos perfectamente reflejados en aquella magistral valoración de Manolo Vázquez Montalbán: "Cuando ya nos sabíamos las respuestas nos cambiaron las preguntas".

Aún así, en la sociedad reaccionaria y sin valores del neoliberalismo global que hoy nos toca vivir, las propuestas marxistas, en mi opinión, siguen siendo válidas y necesarias. Y es que el progreso de la humanidad, como siempre y mientras exista la explotación, la exclusión, la desigualdad o como se quiera llamar a lo que hoy campa a sus anchas, necesita y exige la lucha emancipatoria. Y hoy en día, la primera obligación de quienes pretendan transformar y mejorar este mundo es cierto que pasa por respetar las diferencias, pero sobre todo, pasa por abolir las desigualdades. Todas, de la clase que sean y donde quiera que estén. Incluyendo la desigualdad en la que se encuentra el planeta Tierra, ante las agresiones de quienes lo siguen explotando y maltratando.

El segundo centenario de un hombre que ha marcado la historia de la humanidad en los dos últimos siglos, merece que le rindamos reconocimiento, respeto y verdad.

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