La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Comportamiento eusocial

Comportamiento eusocial

Por empezar con la anécdota ilustrativa, tengo en aciago recuerdo lo que, todavía en los primeros años setenta, tenía que hacer un hombre de esta cultura mesoatlántica, de origen humilde, para poder cumplir con la tarea reproductiva, imperativo de la especie. Cumplida físicamente la entrada en la edad de gañán, con la adquisición de modos masculinos prestos a hacer lo que el instinto ordena, era lo propio acudir al lugar en el que las damiselas elegían, a su vez, para cumplir con lo que establecía el orden social, también en términos culturales y reproductivos. Como, dicho con cuidado antropológico, un rito de paso. Es así que, desde donde yo salía, un barrio casi del extrarradio, Guanarteme, había en esas fechas dos lugares para ir a probar con la felicidad biológica del ayuntamiento: el Club Polonia y el Teatro de un pueblo cuyo nombre me reservo para poder extenderme libremente en el relato de los hechos.

El Club Polonia, recientemente rescatado por el Antropólogo Urbano Mariano de Santa Ana, con magistral precisión, me rechazó, en el sentido de que los gañanes del lugar, al ser un centro de boxeo, lucían musculatura bastante difícil de neutralizar a fin de poder intentar ganar alguna de las doncellas presentes en el baile de salón. Descartado el lugar, pues, por puro cálculo táctico, la cabra tiraba para el monte y llegamos al pueblo del que hablé, algo lejos en aquella época -la guagua tardaba hora y media en llegar-. Voy a contar el primer día, para no aburrir sobremanera. Desembarcados con ilusión del autobús, nos encontrábamos antes que nada con una cuesta. Yo llevaba, porque en la época se llevaban, unos zapatos de plataforma como los de la banda de rock satánico "Black Sabbath", y de cuando en cuando la cuesta, empedrada, me hacía tropezar; a medio camino del Teatro había un lugar apropiado para tomar unas copas de vino de garrafón, con la intención de llegar alegres al lugar de encuentro con las mozas. Tras apurar tres vasos cada uno, cubrimos el trayecto final y entramos en el Teatro. El espectáculo era aplastante, una orquesta de pueblo que descompensaba el instinto heroico atribuido al macho que va en busca de complemento, y más si la comparaba con las melodías de rock que ya empezaban a extenderse por el mundo. Enfrente y sentadas en varias sillas en fila, como si fueran ganado expuesto, casi todas las mozas libres del pueblo, siendo que a su lado se sentaban las madres de las mismas. En medio, los individuos ya emparejados bailando al son de la charanga, que ensordecía con aquel ruido odioso. Y del lado por el que entramos, el gentío en busca del complemento femenino. Las damiselas eran horribles, se vestían horrible, hablaban horrible, miraban horrible, se peinaban horrible, y yacían sentadas con facción horrible, al lado de sus madres.

El protocolo era el siguiente: el interesado oteaba aquel horizonte de muchachas y elegía una que, a lo lejos, le pudiera más o menos gustar, y cuando la comparsa hacía una pausa, se dirigía a la presa atravesando el lugar por el centro, con pie firme y rudo, justamente de gañán; mis compañeros salieron, casi la mitad de ellos volvieron con el objetivo cumplido, y la otra mitad con calabazas. Y aquí viene lo que quiero contar como mi propia aportación a la cada vez más desarrollada teoría del comportamiento eusocial. Atravesé el lugar como impelido por una fuerza cultural, distinta a mí, superadora de mi individualidad, puesto que yo no encontraba gusto en ninguna de aquellas chavalas que, por su fealdad intrínseca y extrínseca, me generaban más bien la sensación de ser un Robinson Crusoe perdido en una tierra triste. Esa fuerza que me impelía es la que quiero rescatar y explicar. Atravesé el lugar y me dirigí a una de las jóvenes. A pesar de mi agudeza visual, por entonces, a medida en que me acercaba la muchacha se me mostraba menos agraciada de lo que yo había percibido, su rostro se volvía más hosco, y en ese momento, al ver hacia lo que me dirigía, y ayudado por las tres copas de vino rancio además de por los zapatos de plataforma recién estrenados, tropecé y me fui al suelo. En un acto veloz, acrobático casi, pero igual de ridículo, volví al equilibrio y seguí avanzando, hasta que llegué al objetivo. La chica era un horror, y la madre más, pero esa madre -bendita sea- me salvó de mi ya casi triste destino, pegándole un golpe con su brazo al costado de la joven en firme ademán de que no saliera a bailar conmigo, pues su sabiduría de madre indicaba que yo no era buen partido para ella. Pues calabazas, di las gracias, enderecé mi cuerpo, me volteé, y volví perturbado al lugar donde la masa de amigos y mozalbetes revoloteaba para conseguir su objetivo reproductivo. Lo más importante, repito, era que a medida en que avanzaba, ya fuera adelante, ya fuera atrás, me veía como impelido, como si no fuera mi yo, del todo, el que tomaba la decisión de caminar, como si todas las miradas, de los pretendientes y de las pretendidas, estuvieran clavadas en mí oprimiéndome con una especie de fuerza invisible que era la que me obligaba a caminar, a levantarme si tropezaba, a agacharme ante la joven a la espera de un sí, a levantarme para volver una vez el acto resultaba fallido.

En fin, esa fuerza es la que demuestra en uno mismo, como ser social, que los humanos somos eusociales. Todo viene de la investigación biológica de los comportamientos altruistas entre las distintas especies. La evolución natural tiene varios detalles a estudiar: "De todas las diferencias entre los humanos y los demás animales, el sentido moral es con mucho el más importante", decía Darwin en Descent of Man, 1871. A partir de ahí se ha tardado unos años en biologizar la ética como un producto no de un comportamiento genuinamente humano, sino como herramienta evolutiva, naturalista. Edward O. Wilson llamaba la atención para considerar "la posibilidad de que haya llegado el momento de que la ética sea arrebatada temporalmente de las manos de los filósofos para biologizarla" ( Sociobiology: The New Synthesis, 1975). No puedo reparar aquí en lo que es la selección de grupos, la selección de parentesco y la selección de los individuos, que se interrelacionan entre sí, pero esos estudios van determinando que en un clado determinado puede haber varias especies en las que surge el altruismo (y por tanto todas sus correlaciones, como la del protocolo cultural reproductivo) como principio eusocial, por ejemplo: la hormigas, las gambas, las ratas insectívoras y los humanos, son todas especies en las que se han detectado comportamientos altruistas, eusociales, como determinantes para la supervivencia de cada una de esas especies. El tema es altamente complejo, pero tengan por seguro que soy testigo de que esa fuerza extra-yoica existe, y la he sentido, como una corriente extraña a mi propio yo, que me domina y me arrastra hacia un objetivo, sea el cual deseado o no por mí. Es la fuerza biológico-social del grupo, la fuerza eusocial.

Compartir el artículo

stats