Al igual que Jonás, el profeta rebelde expulsado del vientre de la ballena y devuelto a la costa, el poeta grancanario Miguel Pérez Alvarado retorna a este lado de la orilla de su isla, donde "hecho el corazón esfera / arde el mar dentro". Devuelto a la orilla, contra la orilla, ola en ola / siga orilla, darle sentido y como quien pone el pie en la orilla constituyen algunos de los versos que cristalizan su estadio poético y vital en sus dos nuevos poemarios, Ala y sal (El sartre de Apollinaire, 2018) y Abra (Mercurio Editorial, 2018), planteados como una "apertura de nuevo a los vaivenes inciertos de la vida propia".

Pergeñados antes y después de su regreso a Gran Canaria, después de 15 años afincado en Madrid, ambos libros trazan dos lecturas sucesivas, "pero se da un solapamiento entre el estilo y el ambiente en el que escribí Ala y sal y Abra", indica el poeta. Ambos poemarios están atravesados por los mismos paisajes e interrogantes, que se miran en las aguas sedimentarias de poemas pretéritos y se proyectan hacia nuevos horizontes. "Al final, uno vuelve sobre los paisajes, los lenguajes o las ideas que trae desde atrás y los plantea de otra forma", reflexiona el poeta. "Los temas de la corporalidad, la memoria, el paisaje insular, el diálogo con la tradición literaria y cultural de Canarias o la reflexión sobre la poesía dentro de la poesía vuelven a plantearse en mi poesía, pero con otra estructura o inquietud principal".

En esta línea, Pérez Alvarado explora las direcciones del regreso en Abra, en la estela de Los caminos dispersos de Alonso Quesada, pero horada, a su vez, la senda abierta en su poemario anterior Levantado templo (Cíclope Editores, 2011), que gravita sobre la noción de viaje. "Los dos libros pertenecen a momentos distintos y cuestionan la idea de si es posible regresar, pero, a lo mejor, Abra es también una manera diferente de responder a aquello que estaba en Levantado templo", apunta el autor.

Esta nueva perspectiva es tan amplia y polisémica como el título que da nombre a este viaje de regreso. "Reconozco que hay varias tensiones y contradicciones dentro de la sugerencia de Abra", revela el poeta. "La primera nos lleva quizás a leer un imperativo, cuando lo que yo he querido colocar de fondo es un subjuntivo. Y la segunda coincide con que 'abra' es también una acepción, poco utilizada en español, que designa una bahía de acogida en la costa, lo cual alude, una vez más, al tema del regreso a la orilla".

Y para retorcer aún más las posibilidades del lenguaje, como los buenos poetas, el primer verso que inaugura el poemario comienza con su palabra homófona: "Habrá allá cielo / como aquí cielo". "En el fondo, este juego lingüístico encierra una pregunta sobre el lugar hacia el que voy y que, una vez llegado a ese destino, hay que abrir", reflexiona, "por lo que es un tránsito entre aquello que uno piensa que es el regreso -que es volver a lo que uno dejó atrás y darse cuenta de que a eso nunca se vuelve- y la consiguiente operación de reinvención del sentido y del origen".

En esos viajes de ida y vuelta, el símbolo de la isla, en sus múltiples representaciones y metáforas, "margulla todos sus rincones", como reza uno de sus poemas. "El mar / dentro del mar la infancia, quizás". Su afán por habitarla, circundarla, auscultarla, ponerle rostro y rimarla con la imposibilidad de nadar dos veces en las mismas aguas es también una expedición por sus playas, sus barrancos y su atmósfera terrosa, así como un espejo de las propias obsesiones y licencias poéticas del autor.

Isla

"Lo que te da la isla y su experiencia son elementos para seguir pensando desde esa perspectiva, como la idea de la orilla o del espacio que uno habita, que no está claramente delimitado por un adentro y un afuera", reflexiona. "Obviamente, mi experiencia personal forma parte de esos poemas, no para confirmar esa experiencia personal y fijarla en el recuerdo, sino para generar, a partir de ella, una reflexión sobre cuestiones de orden filosófico, como el regreso", explica Pérez Alvarado. "Ahí radica la tensión principal entre lo personal biográfico, que va jalonando los poemas, y el hecho de que lo personal no puede quedarse en esa facticidad, sino que tiene que dar pie a seguir reflexionando. Y yo creo que la poesía nos impulsa a seguir reflexionando de una forma consciente a través del lenguaje".

Al respecto de este diálogo poético, Pérez Alvarado señala que "me gusta la palabra diálogo porque es una palabra que remite a la filosofía, que empieza como tradición con los diálogos platónicos". El propio poeta reconoce el halo filosófico o idealista trascendental que emana de sus poemas. "Pero creo que se trata de una trascendencia inmanente; no es una pretensión de que haya algo más allá de lo que estamos viviendo, sino de que las cosas que vivimos importan más que el mero hecho de que hayan pasado. Es decir, que hay que estar permanentemente interpretándolas para seguir avanzando", aclara el poeta, quien reflexiona sobre el propio ejercicio de construcción poética y descubre sus costuras en la línea que define el poeta Ángel Sánchez sobre la poesía como "creación de la nada, de la forma inexistente".

"Uno no escribe por el mero impulso de decir lo primero que se le viene, porque la poesía es un acto propio y ajeno; por lo tanto, la poesía es consciente de sí misma y es mejor explicitar las preguntas que uno se hace sobre la naturaleza del lenguaje cuando escribe. No todo el mundo escribe de ese modo, pero, en mi caso, esa tensión de preguntarme por la naturaleza de la palabra es lo que me hace escribir y, si no la tuviese, probablemente no escribiría", apunta, tal como recoge en su verso "desenlazar el poema / a partir de la insostenibilidad del ruido alrededor". "Además, la poesía es darse cuenta muy intensamente de que el lenguaje no se transmite para fijar el sentido, sino para transmitir que el sentido no está dado para siempre, sino que siempre se puede reabrir".

Una vez más, la poesía como diálogo y apertura recorre la trayectoria de Pérez Alvarado, que atesora conversaciones poéticas con figuras como Jorge Rodríguez Padrón o Iker Martínez bajo la premisa de que, como dice el primero, "somos a través del lenguaje". "Tenemos una existencia mucho más intensa que la que tendríamos si no experimentásemos el lenguaje como algo problemático o que nos da nuevos sentidos. Y por mi forma de ser, tengo una visión de diálogo -incluso, polémico- con la tradición y la cultura canaria", revela. A este respecto, coincide en que la poesía en Canarias atesora hoy una tradición "a la sombra del mar", parafraseando a Manuel Padorno. "Creo que la hay y habría que polemizar con quien dice que no. Pero yo parto del presupuesto de que existe un imaginario común, aunque lo interesante es cómo proyectamos todo ese imaginario poético hacia delante y que, más allá de reconocerlo y clasificarlo, tomemos esos elementos del pasado y los lancemos hacia el futuro", afirma.