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AMALGAMA

Frankenstein

Fotograma de la película 'Yo Robot' (2004), de Alex Proyas. LA PROVINCIA/DLP

Vamos a imaginar que construimos el siguiente biorrobot. Primero utilizamos el principio que descubrió, en 1970, Henri Laborit, con una serie de experimentos en ratas a las que, sometidas a situaciones de estrés en las cuales no podían escapar mostraban síntomas de enfermedad, frente a otras que cuando sí podían escapar, no enfermaban. Al robot también le incluiremos una red como la red neuronal, con neurotransmisores entre ellas que lleven información de una a otra, clasificada por grupos zonales encargados de distintas funciones. Al robot lo vamos a proveer de dos sistemas, uno conectado a un centro neuronal de actos razonados, a través de algoritmos, y otro que funcione automáticamente, sin razonamiento, sino sólo ad hoc, exclusivamente para mandatos recurrentes, con ciclos intradía, circadianos y ultradianos, de forma que repliquemos los biofeedback de los latidos del corazón o de los ciclos del sueño.

El sistema primero, copiado del simpático existente en los mamíferos, está preparado para luchar o huir ante una agresión externa, y para ello producirá un aumento de la frecuencia cardiaca que implique un incremento del líquido sanguíneo del que proveeremos al robot, y se incrementará también la frecuencia respiratoria, con el fin de acrecer el volumen de oxígeno en el líquido sanguíneo que bombea más rápido, y también se aumentará la presión arterial para conseguir una respuesta más rápida.

Todo este sistema añadirá adrenalina y noradrenalina al flujo sanguíneo, de forma que la respuesta de lucha o huida será todavía más visceral. También le incluiremos al biorrobot una reacción en cadena y en paralelo con un sistema nervioso, que copiaremos del que contiene el cerebro humano: el núcleo hipotalámico, el núcleo paraventricular, que libera una substancia hormonal denominada hormona liberadora de la corticotrofina, la cual llega a la glándula hipófisis, y la cual, a su vez, estimula la síntesis de otra hormona, la adrenocorticotrofina, que va directa al sistema sanguíneo y vuelve a llegar a la corteza suprarrenal, liberando el cortisol que mantiene la glucosa en la sangre, con lo que las células del biorrobot quedan nutridas, y así en este mecanismo de biofeedback se va regulando la acción automática ante la agresividad del exterior al biorrobot.

El sistema de retroalimentación se mejorará con una regulación circadiana (de ciclo diario), que tendrá un pico de cortisol a las ocho de la mañana, igual que pasa en los cuerpos humanos. Este biorrobot puede ser completado con un sistema emotivo, es decir, un sistema que regule la empatía con el medioambiente a través de comportamientos modulares que equivalgan a las emociones humanas. Para ello copiaremos el comportamiento de la amígdala cerebral (amígdala tiene su origen en la forma griega de denominar a la almendra). Existe un diálogo regulado por la amígdala, entre la corteza prefrontal, en la que están los grupos de neuronas que generan la cognitividad, y el sistema límbico (limbo en latín significa límite).

El sistema emotivo, en nuestro biorrobot, clasificará modularmente ciertas respuestas, pocas en realidad, frente a agresiones o acciones benefactoras en o del medioambiente (pena, dolor, risa, placer...). En este momento, hace falta a nuestro biorrobot un sistema regulador, también, del placer. Para ello copiaremos, asimismo, el sistema humano que contiene la sustancia nigra, que está en la base del cerebro, y que transporta dopamina hacia las estructuras del limbo (amígdala, hipocampo y núcleo accumbens), de forma que la dopamina es expandida por la zona de la corteza prefrontal, en la cual produce un incremento de la atención y el interés unido al placer (cuando en el ser humano falla este sistema, se produce la "anhedonia", una depresión del interés vital). Todo el sistema del biorrobot se recargará con los últimos descubrimientos de la psicoinmunoendocrinología humana, que estudia la alostosis, una bioregulación de los ciclos circadianos (diarios), ultracircadianos e infracircadianos, que vienen a graduar la temperatura corporal en función de la medioambiental, o la presión sanguínea, o ciertas respuestas de los sistemas simpático y parasimpático, o el sueño, o los latidos cardiacos, o peristálticos, o de otros órganos, que terminan por acompasar el funcionamiento del biorrobot frente al medio.

En fin, a estas alturas, sobre lo que queremos llamar la atención es acerca de que el ser humano es un mamífero que funciona de forma automática, a través de una maquinaria mecánica y química que se asemeja mucho a un constructo material muy cercano a un robot diseñado por una inteligencia que, extrañamente, reconocemos en nuestras capacidades creativas humanas. Los biorrobots que somos no parecen tener un origen natural, sino, más bien, su germen está en el desarrollo de una inteligencia cognitiva universal, a la que los antiguos deificaban, pero que estamos a un paso de reconocer como substancia básica, ontológica, de todo el Cosmos que nos rodea, envuelve y nutre. Somos Frankenstein. Siglo XXI.

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