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Contemplación de la Tierra

La fijación de los astronautas por el planeta revela una necesidad de comprensión humanística, y desde el espacio, debería llamarse 'Agua' antes que 'Tierra'

Contemplación de la Tierra

"Contemplación de la Tierra". Con esta frase sencilla y escueta identifican los astronautas las horas de descanso asomados a la ventanilla de sus naves. Contemplar, es decir: "ver con entendimiento", como defendía Octavio Paz. No analizar ni estudiar. Un instante de ocio en el que las tripulaciones aprovechan para entablar conversación, señala el astronauta ruso Oleg Makarov.

No obstante, aquella primitiva ventanilla nació con polémica en las primeras misiones espaciales. Allá por los años 50 se debatía su fragilidad y su pertinencia, ya que podía distraer al astronauta. Una discusión que acabó por diluirse, argumentándose no solo el uso 'recreativo' sino también su utilidad geográfica, militar, e incluso arqueológica. Gracias a ella, hoy en día ciertos aspectos se han ido actualizando, como la evolución en el estudio de los cultivos y las cartas arqueológicas de algunos yacimientos.

Desde el espacio, los mapas que aprendimos en la escuela también claudicaron. En órbita se aprecia la Tierra invadida por fenómenos atmosféricos; las nubes dibujan un paisaje cambiante, como una decalcomanía que disfrazara el planeta de múltiples colores. Esta transformación visual se complementa con un cuestionamiento léxico, sostiene Makarov. Resulta equivocado nombrar a la Tierra como tal, puesto que su mayor contenido es agua. "Tan solo desde el espacio puede saberse que nuestro planeta debería llamarse Agua antes que Tierra".

Curiosamente, el deseo de vivir un viaje interestelar de muchos de los astronautas, por el cual se embarcan en misiones arriesgadas, queda neutralizado ante el valor hipnótico de la Tierra. El planeta, el origen. Lo contemplan sin descanso -o paradójicamente como descanso. Asumiendo así la esencia de cualquier desplazamiento: toda lejanía nos dirige a la reflexión sobre nuestras propias raíces, tal como advertía el poeta argentino Joaquín O. Gianuzzi en "Mensaje del astronauta", allá por los años 70:

Entre mis ojos y el cosmos se fractura

la idea. El infinito, recuerdo,

era asunto y promesa de mi mente

pero ahora su causa y la mía no coinciden.

Quiero volver a casa. Me extraño y siento ajeno,

Pierdo el piso y la identidad.

Desde aquí la Tierra es hermosa y fiel.

Esta mirada cubierta de magnetismo posee diferentes lecturas. En el caso de mujeres y hombres con una sólida formación científica, como relata Edgar Mitchell, tripulante de la misión Apolo 14, se produce una inesperada transformación. El mundo que han aprendido, que en ese momento se muestra bajo sus pies, da un vuelco: "Fuimos a la Luna como técnicos; volvimos de ella como humanistas".

Una frase que comparte de forma indirecta con el astronauta español Pedro Duque, quien en una reciente discusión sobre los alunizajes realizados en la década de los 60, recordó que "la foto que despertó el sentimiento de conservación de la Tierra sigue existiendo". Una imagen mítica captada por la tripulación del Apolo 8 en 1968, donde, como describe Jim Lovell, piloto de dicha nave, "la gran soledad es imponente y te hace darte cuenta de lo que tienes allá en la Tierra."

La utilidad de lo inútil

Visto desde un plano más terrenal, la "contemplación de la Tierra" amplía el horizonte y la perspectiva de la realidad a partir de elementos de reconocido valor humanista. Por un lado, asume y cultiva la "utilidad de lo inútil", parafraseando a Nuccio Ordine. El instante de ocio trasciende el mero entretenimiento y se convierte en rememoración y cuestionamiento en el interior de cada astronauta, quienes interrogan sus lugares de infancia, sus viajes o los cambios producidos en las ciudades que habitaron.

Nosotros, junto a ellos, acudimos a una ventana desde la que observar mientras nos estamos observando. Somos conscientes del logro de estar ahí. Una mirada que humaniza el placer sin utilidad ni beneficio económico. Tal vez el desarrollo de una forma no animalizada de afrontar nuestro paso por el mundo.

Por otro, incentiva el elemento fundamental para el conocimiento, sea científico o humanístico: la curiosidad. Como explica el pedagogo Abraham Flexner, "no se trata de algo nuevo. Se remonta a Galileo, Bacon, y sir Isaac Newton, y hay que darle total libertad. Las instituciones científicas deberían entregarse al cultivo de la curiosidad. Cuanto menos se desvíen por consideraciones de utilidad inmediata, tanto más probable será que contribuyan al bienestar humano y a otra cosa asimismo importante: a la satisfacción del interés intelectual".

El reflejo

En ese acto de voyeurismo, como niños pegados a la ventanilla de los aviones viendo las nubes, los astronautas nos sitúan ante una poética universal: toda mirada al afuera se vincula con nuestra propia existencia. Ellos no miran únicamente al planeta, sino que interrogan nuestro ayer, nuestro hoy y nuestro siempre.

La "contemplación de la Tierra" no responde entonces a una mera distracción. Cuando el astronauta mira a la Tierra desde las estrellas o cuando el ser humano mira a las estrellas desde la Tierra, contemplar se convierte en el síntoma humanístico más conciliador. Un instante donde el valor de todo lo científico se ve supeditado a la sensibilidad humana y a la evocación de nuestra propia realidad. Donde la exploración del afuera enigmático nos empuja a ser conscientes de nuestro adentro desconocido.

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