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La ballena de Shakespeare

Ver Moby Dick sobre un escenario me ha traído a la memoria la ardua labor que los balleneros tenían que llevar a cabo una vez que capturaban al cetáceo para conseguir extraer su aceite. El símil puede parecer exagerado, pero Juan Cavestany ha conseguido extraer la esencia de la mastodóntica novela de Herman Melville en esta excelente adaptación que a pesar de haber prescindido de la mayor parte del texto conserva el fondo, la sustancia de la obra.

Pero esta labor es aún más meritoria teniendo en cuenta que Cavestany ha conseguido condensar en casi una hora y veinte minutos más de ochocientas páginas a través de una sucesión de monólogos, porque los apartes narrativos y los diálogos suponen una pequeña parte de la función.

En escena, la pesadilla del novelista norteamericano cobra forma como si de la alucinación de un náufrago se tratase, porque como el espectador descubre al finalizar, la historia será contada por el único superviviente del ballenero Pequod, poniendo como colofón de la representación la frase inicial del narrador de la novela: "Llamadme Ismael".

En cuanto a José María Pou, ha sido más que acertado que un actor que ha interpretado al rey Lear encarne al enloquecido capitán del Pequod, porque para crearlo, Melville se inspiró en el rey loco de Shakespeare, y también porque la dirección de Andrés Lima ha logrado que esta obra sea aún más shakesperiana que el original. Al fin y al cabo Ray Bradbury llegó a decir que Shakespeare escribió Moby Dick usando a Melville como si fuera un tablero de ouija. De este modo José María Pou compone un Ahab que a pesar de estar a la altura del original, le añade unos toques shakesperianos recordándonos en muchas ocasiones al Próspero de La tempestad en su enloquecida búsqueda de venganza.

En cuanto a Óscar Kapoya, uno de los personajes que interpreta, Pip, conserva incluso sus andares simiescos, y junto a Jacob Torres compone un dúo que se erige como eficaz contrapunto del malvado capitán.

El ataúd flotante en el que la tripulación surca el océano en busca de la ballena blanca ha sido reconstruido de manera sencilla por Beatriz San Juan, pero su escenografía se convierte en un escenario dantesco por obra y gracia de la iluminación de Valentín Álvarez y las videocreaciones de Miquel Àngel Raió que añaden una atmósfera sombría a los ya de por si siniestros monólogos de la obra.

Al final, la ballena más famosa de la literatura irrumpe sobre el escenario convertida en la puerta del averno al que se dirige Ahab, gracias a la magia de la imaginación, que consigue convertir veinticinco metros de seda blanca en las fauces del cetáceo asesino gracias a la única ayuda de dos ventiladores.

Ahab, convertido en Jonás, desaparece tras el ojo de su némesis, que como un espectador contempla al público invirtiendo la representación.

A pesar de lo mucho que me ha gustado este Moby Dick me habría encantado que la representación hubiera contado, por qué no, con estas líneas de la novela: "un estúpido marinero de Tenerife, que acarreaba agua de la noria, gritó de repente: "¡Allá, allá!" ¡Jesús, qué ballena! Era Moby Dick"

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