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Travesías de Lanzarote

De 'Lancelot...', de Espinosa, a 'Cuadernos...', de Saramago, la isla ha sido un secular motivo de mitología literaria, hasta erigirla en centro del Archipiélago

Travesías de Lanzarote

En la noche del sábado 2 de junio de 1979, la voz grave y aguda de Rafael Alberti y la voz aguda y grave de Nuria Espert, cambiaban el habitual repertorio de su gira por diversos puntos de la geografía del país, para empezar su recital declamando, bajo la bóveda del atestado Auditorio de los Jameos del Agua:

Vuelvo a encontrar mi azul

mi azul y el viento,

mi resplandor,

la luz indestructible

que yo siempre soñé para mi vida.

Aquí están mis rumores,

mis músicas dejadas,

mis palabras primeras mecidas de la espuma,

mi corazón naciendo antes de sus his- torias,

tranquilo mar, mar pura sin abismos. [...]

Con la presencia del artista lanzaroteño, era el poema "A César Manrique: Pastor de vientos y volcanes", que el poeta gaditano le había dedicado un par de meses antes, improvisándolo in situ, como agradecimiento, cuando estuvo alojado en su casa de Taro de Tahíche. Es sólo una pintoresca muestra de la secular imanación literaria que, como ninguna otra isla canaria, ha suscitado Lanzarote. Ha sido isla pródiga también en exportación de talentos, como los escritores y periodistas José Clavijo y Fajardo (Teguise. 1726 - Madrid, 1806) -primo de Viera y autor del emblemático El pensador -, Ángel Guerra (Teguise, 1874 - Madrid, 1950) -destacado diputado, además, y de humildísima extracción social-, o Leandro Perdomo (Arrecife, 1921 - Teguise, 1993), que, en Bruselas, alternó rocambolescamente el trabajo de la minería con la edición del periódico Volcán, por ceñirnos sólo al ámbito de las letras. Pero en el camino inverso, abundan los escritores fascinados con su paisaje lunar, que amasaron su lava para ejercer el negro sobre blanco, en un arco cronológico que iría, grosso modo, desde esa joya impagable de nuestro legado, que es Lancelot 28º 7º, (1928) de Agustín Espinos a, a Cuadernos de Lanzarote (2001), del distinguido vecino de adopción José Saramago. [Hoy hace 20 años que recibió el Nobel de Literatura].

Gracias a Espinosa, Lancelot / Lanzarote, puede erigirse -aventuramos- en la más cabal sinécdoque del Archipiélago. O para decirlo en términos tan lúdicos como nos aconseja ahí que aprendamos y aprehendamos, la isla-conejera es la mejor delegada del gobierno de la imaginación canaria. "Isla-potro a punto de saltar", la llamó con precisión por su morfología en el mapa, con un tino acaso sólo equiparable a como llama Pedro García Cabrera a su Gomera natal "Isla-tío vivo" o "Isla-tobogán"? El narrador clama recurrente: "Ay palmera con viento de Lanzarote", erigiéndola en protagonista del relato, y, por extensión, en la gran metonimia de la Isla y el Archipiélago. Esa movida palmera aglutina, en Espinosa, naturaleza y arte, con señalar: "Eres ya la primera entre todas las cosas que han aprendido el arte de la voltereta alrededor de un punto absoluto". Pero representa sobre todo el germen de la canariedad, al equiparar su metáfora con el mismísimo fundador de las letras insulares: "El viento de Lanzarote es el Cairasco aéreo. En el mar todos sus gestos se heroicidan. En tierra su heroísmo se quiebra...".

Bajo la bóveda de Los Jameos, aquel sábado en la noche, la rapsódica pareja del marinero en tierra y la diosa de inquietantes y felinos ojos rasgados, proseguían:

Yo quisiera tal vez morir, morirme,

que es vivir más, en andas de este viento,

fortificar su azul, errante, con el hálito

de mi canción no dicha todavía.

Yo fui, yo fui el cantor de tanta transpa- rencia,

y puedo serlo aún, aunque sangrando,

profundamente, vivamente herido,

lleno de tantos muertos que quisieran

revivir en mi voz, acompañándome [?]

Otro hito de la erección de Lanzarote en centro archipielágico son los sendos poemarios que escribiera en la Isla Manuel Padorno: A la sombra del mar y Conejera -ambos de 1963-. Esta vez el icono será Gaviota remontando mayo sola, como se lee en el poema de apertura del primero; y es que, sólo en movimiento -palmera con viento, gaviota remontando?- es factible darle sutura unitaria y central a un territorio excéntrico y fragmentario. Por eso "gaviota" -que no 'la' gaviota- está también en el centro del almanaque. En Lanzarote nuestro poeta fijará los cimientos de su devoción luminaria, que luego desarrollará en su madurez en Punta Brava, en Las Canteras. Desde fecha tan pronta, observa que no hay personalismo alguno (Lanzarote le enseña que no puede haberlo), ningún rostro que prevalezca, para el universal 'panteísmo' marítimo-solar que propugna. Así, en Conejera, el poeta advierte, con significativa combinación de rebumbio y mansedumbre: "Sólo en la luz, sobre las aguas bulle, / se da... se posa junta,... se vuelve quieta / a todas partes... el pan ardiendo, la encendida gavia, / el horno en las rocas olorosas..."-, y concluye: "...esta es la luz, aquí reside sola".

Soledad de la luz, de las aguas, de la gaviota remontando, de la gavia mañanera, de la palmera con viento, del azul marino en tierra? Cualquier elemento puede erigirse en centro del relato, conforme al lúcido diagnóstico que formulara Severo Sarduy en Pájaros de la playa (1994), inspirada, asimismo, en Lanzarote. Es su novela testamentaria, escrita ya a punto de fallecer de si- da, y en ella homenajea el autor cubano no sólo a la Isla, sino también a su anfitrión y amigo, César Manrique, oculto tras el personaje del Arquitecto.

Su pasaje sobre la específica luz isleña frente a la continental es ya una obligada referencia en cualquier tratado insular-atlántico. Así como la luz continental está presidida por el continuismo -explica- ("abre lo que se percibe hacia lo que no se ve" y "devela la continuidad de la tierra y nos conduce hacia su sinfín"), "la luz insular, al contrario, clausura: cae a plomo aquí, recorta más allá una superficie precisa, una roca que se erige sola en medio del mar, encierra en un doble trazo el aislamiento. // Luz doble: sobre el mar, vapor difuso en que la claridad se borra, atravesada por el agua antes de haberla tocado; a veces, al contrario, su brillo es insoportable, de espejo". Y tras la detallada confrontación, concluye el autor cubano: "Aquí en las islas, en el corazón de las variaciones oceánicas, no hay lugar para la impresión: todo es neto, implacablemente preciso; cada cosa es ante todo la isla en sí misma y, de modo perentorio, lo que la isla es"; es decir, cada cosa -y hasta cada insular mismo- es la totalidad de la isla?

De Josefina Plá a 'Mararía'

Se trata, pues, de otro aldabonazo de universalidad lanzado desde la isla-conejera, en cuya chistera se incubó también Mararía (1973), la célebre novela de Rafael Arozarena; si va despeinada y con las greñas desmadejadas, homónima protagonista, ¿no es la versión andante y giróvaga de la palmera con viento de Lanzarote, de Espinosa?? Y nada más propio, al parecer, que una falsa bruja legendaria para delimitar la telúrica y pedregosa textura del suelo insular. Esta vez, el escenario se concreta en Femés, donde el autor tinerfeño recaló como técnico de telefónica; una localidad que, mucho antes de su anexión al municipio de Yaiza, fue el escenario de otro legendario y poco divulgado episodio vinculado a las letras canarias.

Allí, en la parroquia de San Marcial del Rubicón de Femés, el 27 de diciembre de 1903, fue bautizada la escritora canario-paraguaya Josefina Plá, nacida un mes antes en la Isla de Lobos, donde su padre ejercía de farero, y fallecida en Asunción noventa y seis años depués. Como ha investigado Pedro González Sosa, ciertos aires de realismo mágico envuelven los orígenes de la futura dramaturga y poeta. Su padre, el alicantino Leopoldo Plá (que sería también farero de Pechiguera, hasta 1907), fue luego trasladado a Alegranza, donde nacería Leopoldo, su segundo hijo? Pero no menos rocambolesca y con cierto mimbres de Mararía, resultó la jornada del bautizo mismo de Josefina en la ermita de Femés. Según ha recordado la propia autora de La nave del olvido, su padre le contaba que desde la playa a la Iglesia, a unos seis kilómetros de distancia, la transportaron en camello, y que los numerosos invitados, congregados desde diversos puntos de la Isla, llegaron a la ceremonia "en unos cuarenta camellos"?

Vaya. "Camello con arado de Lanzarote" es otra de las definiciones álgidas de Lancelot? Agustín Espinosa se trajo mentalmente su pintoresco ejemplar desde Puerto Cabras al Charco de San Ginés. Pues, sin duda, fue don Miguel de Unamuno, en su destierro majorero de un lustro antes, quien pone al camello en literaria circulación como un sinuoso y metafísico símil del suelo insular -Fuerteventura: "desnuda cual camello"-, con el mar y las sebas en el rumiaje de las aulagas y la saliva? Y, a partir de ahí, será el vanguardista Espinosa quien le meterá 'marcha' al camello; lo equipara, en su nuevo destino lanzaroteño, ya no a la isla, sino al difícil arte del ser insular?

A su nuevo camello conejero humanizado (tras el camello caprino territorializado de Unamuno) le espetará el autor de Lancelot? : "(Eres) camello con arado, de Lanzarote, camello para minorías, maestro de los actores del devenir". Habla de la soledad absoluta del artista o creador isleño incomprendido. Pero el sabio Espinosa está dotadísimo de humorísticos recursos defensivos -otro de sus grandes legados desde Lanzarote?-, y en álgida imagen de su tiempo lo llama también Charlot, el "camello-Charlot"? ¿No hay algo de Charlot en todo isleño que emerge en las artes y la literatura, e incluso, en la sociedad y en la política? ¿No será, en el buen sentido, por ejemplo, el propio Manrique el Charlot impagable de Lanzarote?

Vendrá décadas después Pedro Perdomo Acedo, con sus Recitados lanzaroteños (1998) -tras su emblemática Oda a Lanzarote (1966)-, para establecer la síntesis dialéctica entre tierra insular y actor isleño; es decir, entre "la camella nupciante" del paisaje y el bramante "camello" del ser insulario. En el poema "El camello del amor" coloca el fluido lecho de onomatopeyas ("Zumba la bramadera? Rebrama en cada trinque relámpagos orales", etcétera), para emular un sonoro e incendiado coito de la pareja camellar, al caer la noche, bajo las faldas de la Montaña del Fuego? Son bramidos que compensan -y hasta suplen- el secular silencio de los volcanes apagados. El camello y la camella (el nativo y la isla) se vengan ahora, en la desnudez de la noche, de haber estado esclavizados acarreando guiris durante toda la jornada. Y sorprende, desde luego, el visionario apunte de Espinosa, que en los años veinte del siglo pasado, deslizaba: "[Las] "Montañas del Fuego -hoy casi apagadas- apenas sirven ya para asador paradígmico de los turistas sin aspiraciones".

En su Lanzarote en color (1975), Manuel González Sosa trascendía los límites de una guía didáctica con la especulación poética que la convierte, en fin, en la meta-isla'. Y en 'Lanzarote, rituales de fuego y agua. (1990), Ángel Sánchez aborda un enigmático episodio que figura, sin duda, entre los más destacados mitos e hitos de la Conquista del Archipiélago. Es el relativo a la princesa aborigen Ico, la hija natural del capitán vizcaíno Martín Ruiz de Avendaño con Faina, la esposa del rey Zonzamas, nada menos? Es un asunto mucho más escabroso y elocuente, desde luego, que el famoso arquetipo de la indígena Malinche emparejada con Hernán Cortés; o que el mito de la relación de la princesa Dácil, la hija del mencey guanche Bencomo, con el capitán conquistador Gonzalo García del Castillo, ya fundacionalmente abordado por el propio Antonio de Viana, y tan trasparente, al cabo, que como ha definido con lucidez Jorge Rodríguez Padrón, Dácil es "la isla misma, que mira al mar y del mar lo espera todo".

Mucho más complejo es el lanzaroteño mito de la bella Ico, a partir de que da a luz a su hijo Gadarfia, que es, a la par, hijo natural y legítimo, y nieto de capitán conquistador y rey aborigen? un galimatías simbólico de tal calibre que, para nuestro antropólogo y escritor, se sitúa, sin síntesis posible, entre el fuego y el agua, tal vez en el centro de todo y en medio de ninguna parte, como la propia Lanzarote. Pues si, como ha definido Edgar Morin, un mito no es sino "la explicación de nuestros orígenes eternamente presentes", ¿cómo situar en el imaginario canario el resultado de aquella escena fundacional?

Para probar su legitimidad aborigen -en realidad, el de su reciente vástago-, la princesa Ico es obligada a pasar la prueba del fuego, y superar en su encierro la asfixia por humo; ella superará finalmente la prueba, pero las tres sirvientas que la acompañan mueren...

En aquella noche de sábado de hará pronto cuarenta años, Rafael Alberti y Nuria Espert -huéspedes en Taro de Tahíche- culminaron su poema dedicado al lanzaroteño 'pastor de vientos y volcanes'. El poeta, que muy pronto sería nonagenario, se jactaba de no haber cambiado ni una coma de aquellos versos, escritos de un soplo en presencia de su anfitrión, arrellanado en algún blanco sofá de la casa manriqueña. Ovacionado hasta por los cangrejos ciegos, el famoso tándem Alberti-Espert concluyó en los Jameos:

Más no quiero morir, morir aunque lo diga,

porque no muere el mar, aunque se muera.

Mi voz, mi canto, debe acompañaros

más allá de las edades.

He venido a vosotros para hablaros y veros,

arenales y costas sin fin que no conozco,

dunas de lavas negras,

palmares combatidos, hombres solos,

abrazados de mar y de volcanes.

Subterráneo temblor, irrumpiré hacia el cielo.

Siento que va a habitarme el fuego que os habita.

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