En 1998, cuando se asomó a las casas de los españoles a través de la televisión en Lo + Plus , ¿se podía imaginar que 20 años después, en ese mismo país, se podría ir a la cárcel por cagarse en dios o llamar ladrones a los Borbones?

Sí y no. Me explico. De un lado, en los años 90, no estaba tan claro qué se podía decir. Había una autocensura bien marcada entre los artistas y eso, ahora, no ocurre. En eso, por ejemplo, se ha avanzado. Es cierto que la extrema derecha tiene un discurso, un pensamiento, más duro. No se esconde y quiere marcar el paso. Pero ocurre en todo el mundo, no sólo en España. Hay un cambio de clima en ese aspecto. Pero también soy de los que mitigan el pasado. Yo estuve en la cárcel, en Francia, en los años 70 por un espectáculo callejero. No hay que idealizar el pasado a pesar de que la radicalización de la extrema derecha es hoy una realidad, pero no solo en España.

¿No hay mucha tranquilidad frente al ascenso del fascismo? Tal vez se piensa que son unos pocos, pero ante ese condescendencia, ¿no cree que podría repetirse lo que ocurrió en Europa en los años 30 ante el triunfo del fascismo en Italia, Alemania o España?

Es imposible hacer un paralelismo con el pasado. Las cosas cambian. Hay que tener en cuenta que todos esos movimientos fascistas de los que habla surgen a partir de una causa. En la raíz de aquel problema, sobre todo en Alemania, estaba la Primera Guerra Mundial, un conflicto que provocó la muerte de millones de personas en Europa por culpa del orgullo de cuatro aristócratas. En aquel caso, se venía de un contexto donde la muerte surgía de manera mucho más fácil. Ahora, tal vez, por la existencia de la bomba atómica y por la posibilidad real de nuestra extinción, nos contenemos un poco más. Además, hay otro aspecto clave: la izquierda se mueve en otra dimensión.

Explíquese.

Hay una izquierda menos visceral, con un discurso más moderado, también más hipócrita. Por ejemplo, antes la clase obrera votaba a los partidos de izquierda y ahora, en Italia, ¡el Partido Comunista ya ni existe! El cambio visceral, ese discurso que cala entre el pueblo, ahora lo representa Salvini, que culpa a la Unión Europea y a los africanos de los problemas de Italia. La realidad es que en Italia hay gente que piensa así y compran ese discurso. Con todo, la situación es diferente a la que se vivió en los años 30. Soy optimista, no me asustan.

A usted, en 2006, le pusieron una bomba en el Teatro Alfil. Diez años después, le quemaron el Paticano - desde 2012 Bassi adora un pato de goma amarillo redentor con el que celebra regularmente misas y acontecimientos como bodas y bautizos con su propia liturgia - en Lavapiés. Asegura que no le asustan, pero, ¿no ha pensado en aflojar en algún momento? ¿no se para y piensa si todo esto vale la pena?

¿Sabe qué? Ya estoy en otra dimensión. A mi edad cada día le tengo menos miedo a la muerte. Cuando tenía 20 años sí tenía ese temor? Pensaba que me quedaba todo por vivir, por conocer, por hacer. Ahora tengo 67 años y he hecho mogollón de cosas. He vivido mil experiencias y estoy más tranquilo, pero también más radical que antes. Tengo menos que perder. Ante esas amenazas, lo que hago es inventarme una iglesia con patos de goma, que es algo dulce y tiene hasta un punto poético frente a tanto mal. Esto puede servir de ejemplo a los más jóvenes.

¿Cómo?

Cuando eres joven e idealista, te unes a un movimiento político porque piensas que esos ideales van a triunfar: el bien prevalecerá sobre el mal. Pero en la vida los problemas nunca se acaban. Siempre hay que luchar. Y yo, con la edad, he aprendido que no hay que luchar por la victoria; hay que luchar por el placer de luchar. Hay que sentirse vivo luchando contra los problemas. Al final, nada cambia. El mal no se va. Quizá cambia su forma biológica, pero sigue ahí.

Pero, ¿hay alguna razón que explique el rebrote de la extrema derecha en el mundo? Trump, Le Pen, Salvini, Orbán, Kurz, Farage, Kaczinsky, Bolsonaro, Vox?

Bueno, es evidente que no llega por casualidad. Y tiene que ver con los problemas de los partidos de izquierda. Hablemos, por ejemplo, de Italia, que conozco bien el caso. Matteo Renzi, el anterior primer ministro, llegó al cargo como líder del PDI, que se supone que era el heredero de la corriente socialdemócrata del país. Pero en realidad, a la hora de la verdad, era nada. No había nada detrás de la fachada. Ni discurso, ni ideología. Nada. Era el hijo burgués del alcalde democristiano de una pequeña ciudad de la Toscana. En Estados Unidos, con Hillary Clinton, pasó lo mismo. Esa señora destruyó Libia y Siria. Era una impresentable. Y la gente, que no es tan tonta como parece, está harta de hipócritas y engaños. Tengo amigos que, a la hora de votar, se abstienen o votan a tipos como Trump, Salvini o Le Pen como castigo porque las otras opciones son peores o porque quieren reventar el sistema. Paso algo similar con los periódicos.

Desarrolle esa idea, por favor, que a este lado de la trinchera nos interesa.

Al final el problema es el sistema. Por ejemplo, The New York Times, El País o La Reppublica. Eran cabeceras de referencia, pero para mucha gente ahora son son parte del problema. Eso se ve muy claro en Estados Unidos, con el apoyo que recibió Hillary Clinton, que era una impresentable, insisto, por parte del New York Times. Ahora, tras la crisis, la gente sospecha de todo. Ve esa estrecha relación entre el poder y los medios y la gente opta por romper con todo. En ese contexto, si encima llega alguien como Trump, que habla claro y dice lo que la gente piensa, se monta la tormenta perfecta. En serio, tengo amigos que admiten haber votado a un monstruo, pero optan por ese camino porque creen que el sistema es una mierda. Luego hay que tener en cuenta cosas más profundas? El consumismo lo marca todo. La gente está mas preocupada por pagar la hipoteca, poder comprarse un coche nuevo o comprar cualquier cosa que por las ideologías. Y al final, después de todo, la gente es más pobre.

¿Por qué cree que el humor encabrona tanto al poder?

El poder funciona con el miedo. Se alimenta con el miedo de la gente. Así ha funcionado con religiones, reyes, dictaduras? Así, el pueblo no pone en duda su legitimidad. Pero el humor le quita el miedo a las cosas. Por ejemplo, el humor negro. Se ríe de la muerte. Si haces eso, le quitas a la religión el pilar sobre el que se levanta.

En 2004, en plena Guerra de Irak y antes de las elecciones generales, usted, que viajaba por Madrid con el Bassibus - una guagua que paraba en los rincones más fachas de la capital - , se encontró con Rodrigo Rato durante un mitin del PP en el Retiro. Boicoteó aquel acto y, en aquel momento, Rato quedó como hombre honorable y usted como un payaso. Hoy, 14 años después, Rato va camino de la cárcel.

Sí, es una buena metáfora. Me deja contento. La verdad es que el otro día, cuando vi la noticia, volví a vivir aquel momento. Lo recuerdo perfectamente. Llegué a estar muy cerca de él y recuerdo que me soltó "Leo, ¿quién te paga?". Le respondí que nadie, que sinceramente sólo quería que perdieran las elecciones. Y él, muy seguro de sí mismo, me contestó que lo que iba a lograr con mi actitud es que el PP sumara más votos. En ese momento, uno de sus guardaespaldas, creo que fue alguien de su equipo de seguridad porque fue muy profesional, me dio un golpe con su rodilla en mi espalda que me dejó doblado [risas). Ese recuerdo me ha vuelto ahora con la noticia de su condena. Y este me lo anoto en la casilla de victorias.

Con el Bassibus recorría los lugares fachas de Madrid. Una de las paradas de aquella ruta llevaba hasta el Valle de los Caídos, un rincón que ahora vuelve a ser noticia. ¿Qué haría usted en ese lugar?

Un museo del fascismo. Es un lugar increíble para eso, por su ubicación, su arquitectura tan tétrica. Dejaría a Franco. Lo llenaría de imágenes de Hitler y Musollini. Y repartiría por ahí todas las estatuas de Franco que se han retirado de las calles. Pondría música lúgubre todo el rato. Y haría especiales por Halloween, con gente disfrazada de zombi saliendo de tumbas. Sería mejor que Eurodisney. En una de esas visitas me sucedió algo muy curioso.

Cuente.

Fue en 2004, cuando la Guerra de Irak. Puse una foto de Sadam Hussein sobre la tumba de Franco. De inmediato se me acercó un guardia civil, corriendo, pero muy prudente, para decirme "usted no sabe lo que está haciendo. Tenga cuidado que hay gente muy loca por ahí". Dos años más tarde me pusieron la bomba en el Teatro Alfil. Y el que la puso sigue libre.

Ahora vuelve a Canarias con el espectáculo El último bufón . ¿Se siente así, como el último bufón?

Sí, así lo siento. Es un espectáculo muy intimista, muy poético, y en el que también hay lugar para la provocación. Pero he tomado conciencia y el mundo que yo conocí cuando era niño, en el que viajaba por todo el mundo como parte del circo, en el que la gente de ese oficio hablaba en su idioma y todos nos entendíamos, en el que veía a mis padres maquillándose antes de actuar, ha desaparecido. Hacíamos una vida internacional, como una pequeña ONU. Éramos bufones, con un punto de anarquistas. A mi padre no le gustaban ni los policías ni las fronteras. Y, a lo largo de mi vida, también he actuado así. He trabajado en China, en países islámicos, en África o en el Amazonas. He saltado de plaza en plaza, de un estudio a otro, de hotel en hotel. Soy un cúmulo de experiencias vitales y ahora creo que ese contacto con la calle se ha perdido. No se conoce tan de cerca a la miseria.

Creo que hay alguna sorpresa con un toque familiar...

Sí, en el espectáculo exhibiremos una imágenes que encontró hace unos años mi hermana de mi bisabuelo Giuseppe y su tío Giorgio del año 1896. Ambos aparecen en una grabación filmada por los inventores del cine, los hermanos Lumière, cuando trabajaban en el circo Rancy de Lyon. Fue mi hermana quien descubrió hará unos dos o tres años estas imágenes en la Fundación Lumière. Sabíamos que existían, pero nunca las habíamos visto. Recuperarlas ha sido algo mágico. En mi familia acumulamos siete generaciones de bufones. No hay nadie en el mundo con esa tradición. Y es una lástima. El circo es un mundo en decadencia por sus propios complejos, se ha quedado atrás. Pero ojo, no es un espectáculo nostálgico. Aunque los que vayan podrán ver a un dinosaurio en acción.

Cuando vio las imágenes de su bisabuelo y comprendió que usted hace lo mismo, imagino que sintió que ha hecho las cosas bien a lo largo de su vida.

Sí, sin ninguna duda. Fue un momento mágico, sentí que era el punto de partida y continuación de mí mismo. Mi bisabuelo estaría orgulloso.

Mucha suerte en su regreso a Canarias.

¿Sabe qué? Me encanta el público canario. Tiene una ironía que indica amor por la vida.