Sergey Mikhaylov, violonchelo solista de la Orquesta Filarmónica, fue ovacionado con entusiasmo al final de las Variaciones Rococó de Tchaikovski. El director invitado, Michael Sanderling, hijo del gran Kurt Sanderling (recientemente fallecido a los 99 años) es también violonchelista y supo mimar la elegante y refinada ejecución de Mikhaylov, uno de los solistas auténticamente buenos de la Filarmónica. La obra es, quizás , la más amable del repertorio concertante de su autor, carácter muy bien asimilado por el solista sin menoscabo del compromiso con una partitura pensada para el lucimiento. Su sonido es moderado pero penetrante por el excelente fraseo, la legatura y la dinámica. Dio un entorno mágico a la gran variación lenta, espléndidamente cantada, y exhibió limpio virtuosismo en la cadencia, los trinos y el ascenso a los armónicos más altos y peligrosos. Gran lectura, con un precioso bis en dobles cuerdas.

Comenzó el programa con cuatro escenas del ballet Cenicienta de Prokofiev, intrascendentes y agradables por su buena factura. Lo más notorio fue el Vals, muy bien matizado entre la pompa y la ironía.

No fue satisfactoria la ejecución de La consagración de la primavera de Stravinski, cuyas innovaciones temáticas y tímbricas ya son historia 105 años después de su escandaloso estreno en París. Lo realmente sugestivo sigue siendo la complejísima trama de tiempos y ritmos, un panel inestable de cambios, superposiciones de pulsos antagónicos en las secciones de la macrorquesta y, en definitiva, una flexibilización trascendente del factor temporal de la música, que influyó en todas las probaturas del siglo pasado. El reto de ese tejido es la continuidad y la coherencia, no bien logradas en esta ejecución, con momentos desaliñados en los primeros números de la parte inicial y, en general, periodos borrosos que denotan problemas de asimilación del exhaustivo batido del maestro Sanderling. La Filarmónica podría hacerlo mejor, con la evidente premisa de un mayor ensayo.