La imaginería visual y la memoria cotidiana de Lorena Morin constituyen dos caras de un mismo espejo, pues su universo fotográfico detiene el paso del tiempo en el instante fugaz del abrazo, el sueño, el baño o la sonrisa en las habitaciones del corazón familiar. La sala San Antonio Abad, adscrita al CAAM, abre las puertas a la primera retrospectiva monográfica de la fotógrafa grancanaria, comisariada por el crítico de arte, filósofo y docente Fernando Castro bajo el título Je reste avec vous, que toma prestado de un verso del poeta Jean Cocteau para consignar la geografía sentimental de su hogar como el lugar en el que quedarse.

La mirada analógica de Morin cristaliza las vivencias familiares en un diario artístico pergeñado a lo largo de 11 años alrededor de sí misma y de su pareja, Ary; sus hijos, Yuri, Jorge, Juno, Freya y Nina; y su abuela, Carmen, a quienes retrata sin abstracciones, idealizaciones ni disfraces, sino desde la reivindicación stendhaliana de la belleza de lo íntimo como promesa de felicidad. Pero este baile espontáneo y afectivo de lo cotidiano encierra a su vez "una reflexión sobre la vida, la muerte, la alegría, la convivencia, la maternidad, los juegos de niños, la relación de pareja, la vida diaria en casa y lo difícil e, incluso, asfixiante que puede ser a veces", apunta Morin. "Pero sobre todo, habla de la belleza humana, que es la que más se nos pasa de largo y que es aquella que está hecha de defectos y de fallos".

La poética de sus imágenes, sin sobrecargas conceptuales, que rayan lo onírico proyectado desde las entrañas, radica en la desnudez física y emocional que glosó la metáfora del poeta Paul Valéry y que reza que "lo más profundo es la piel". Pero la línea que atraviesa esta miscelánea fotográfica concebida en distintos tamaños y formatos tradicionales analógicos o polaroid es el gesto de "cómo se sostiene una persona a otra", apunta Castro, "cómo tienes que apuntalarte, abrazarte y sostenerte en el otro".

En este sentido, Castro destaca que Je reste avec vous reviste"un caracter aurático o nostálgico porque apela al momento en que la fotografía revelaba emociones", de modo que la muestra puede leerse también como "una revisión de lo que ha sido la historia de la fotografía desde el siglo XIX hasta el comienzo de la reflexión de la fotografía a través de Susan Sontag o Roland Barthes y su sentido hoy, en el siglo XXI". Sin embargo, el comisario anuncia que la muestra es, sobre todo, una invitación a autorretratarse "como si hubiera en cada sala un espejo, porque cada uno va a ver en alguna parte una ensoñación de su vida. Y eso te invita, como indica el título, a quedarte".

Por su parte, Morin, en la estela de referentes visuales como Sally Mann, Nan Goldin o Emmet Gowin, señaló que, al igual que este último declaró que sin Edith, su mujer, a quien ha retratado a lo largo de toda su vida, no hubiera sido quien es hoy, "yo tampoco habría hecho este trabajo si no fuera por mi familia y todo lo que me ha dado". El itinerario de la muestra, cuya selección final superó una criba entre más de 2.000 fotografías, aloja un centenar de imágenes, así como dibujos y fotografías de sus propias hijas, y una pieza audiovisual con fragmentos de su biografía compartida. Pero el recorrido no sigue un orden lineal, sino rítmico y dinámico, para ilustrar "los accidentes de la vida misma" o ese caos mágico e íntimo que reordena nuestro lugar en el mundo.