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Leonard Cohen, a fuego lento

Sus adaptaciones al flamenco y su posición contra la independencia de Quebec vuelven a situar en un primer plano al cantautor, dos años después de su muerte

Leonard Cohen, a fuego lento

Uno de los secretos del carisma que contienen sus temas emblemáticos -y su propia aureola-, entonados con su inconfundible voz cavernosa, y como salida de ultratumba, justamente, es que lo mismo valen para un susurro en la intimidad amorosa que para apuntalar los fervores decaídos en grandes causas colectivas. A veces se escora hacia uno de los dos lados, como en las intimísima Suzzane, y en otras ocasiones combina ambas facetas, como en su legendario Halleluyah. "He visto tu bandera en el arco de mármol / pero no es una marcha de victoria; / es un frío y roto aleluya", exclama sobre épicas ya arrumbadas, al tiempo que recoge esta cruda imagen del devenir amoroso, y que es casi un epitafio: "Todo lo que he aprendido del amor fue como que disparaba a alguien que desenfundaba más rápido que yo"...

Mientras Leonard Cohen (Montreal, 1934 - California, 2016) -de cuya muerte se han cumplido dos años este jueves- caminó siempre por su insobornable senda de artista individual, imbuido de un misticismo universal y civil, muchos de sus paisanos quebequenses le estigmatizaron no sólo por sus posición antisoberanista, sino incluso por no ser francófono. Sin modificar su susurrante vozarrón de catacumba, hizo siempre elegantes filigranas para, en efecto, explicar su rechazo a una eventual independencia de Quebec. "Estoy a favor del Estado Libre de Montreal. Yo no vivo en un país, yo vivo en un barrio, en un universo aparte por completo de los demás. No soy ni canadiense ni quebequés. Soy, y siempre lo seré, de Montreal", solía declarar aquel galáctico cantautor de natural anglofonía, nacido en Westmount, un barrio judío angloparlante y de casas y construcciones anglicadas, en el Montreal católico y francófono. Por lo pronto, podemos conjeturar que el poeta y cantautor canadiense no habría llegado a ser el juglar planetario en que se convirtió sin su natural anglofonía... Y es curioso el modo en que su imagen se sitúa ahora, dos años después de su fallecimiento, en un primer plano. En Andalucía, se le rinde tributo con sus versiones flamencas, a partir del espectáculo poético-musical Flamencohen, que arrancó el pasado verano en Málaga, con adaptaciones al castellano de su biógrafo y amigo Alberto Manzano, grabación de Enrique Morente y las voces de Mayte Martín, Duquende, Pasión Vega, Son de la Frontera o Rocío Segura... Esto es, la tierra de procedencia de los charnegos de Catalunya homenajea al artista universal que dijo no al independentismo de Quebec, en un país cuya Constitución sí contempla, por cierto, la opción del Referéndum... Ahora, Suzzanne se va por bulerías; o imagínensela en algún tablao flamenco adornado con guirnaldas amarillas en el barrio Gótico de Barcelona, entonando el mentado fragmento del 'Aleluya': "Tu fe era cierta pero necesitas demostrarla (?) He visto tu bandera en el arco de mármol / pero no es una marcha de victoria; / es un frío y roto aleluya"...

Su voz y exigente calidad de composiciones es un licor fuerte, sin rebajas ni aditivos, de un juglar extrañísimo, que comenzó a ilustrar, con un mensaje susurrante de individualidad irreductible, la larga incertidumbre instaurada a partir del otoño del 68.Ya fue bastante fatalidad que se marchara en las mismas fechas en que Bob Dylan recibía el premio Nobel de Literatura. Pues Leonard Cohen, con diez poemarios en su haber, donde confluyen, sobre todo, denuncia civil y misticismo, más dos novelas, era un digno 'nobelable', una vez abierta esa brecha de los cantautores. Ambos comparten su ascendencia judía y una discografía made in Usa, junto a una aureola mítica, y por estos lares, ambos obtuvieron también el Premio Príncipe de Asturias.

El propio Cohen tuvo tiempo para elogiar aquella controvertida concesión a Dylan, con señalar que era "como otorgarle una medalla al Everest". La diferencia es que mientras Dylan es un excelente compositor y cantautor abierto a la poesía, Cohen, en cambio, fue un rigurosísimo poeta de partida, que, además, ha sido un excelente compositor y cantautor. En realidad, era un poeta que, ya bien entrado en su treintena, supo sacarle partido a su voz, de veras cavernosa, como de recién despertado del más allá, con la seducción segura de ciertos hieráticos que enganchan por su silencio, y por verles conformarse con que el público está espontáneamente repartido entre los que les ovacionan desde afuera y los que se encuentran pululando en el interior de sus amígdalas y de su sombrero...

Al filo de su defunción, sacó un nuevo álbum de título, una vez más, nada contemporizador, You want it darker ("Tú lo quieres más oscuro"), con un trazo de réquiem por estos tiempos. Es seguro que sonarán su Aleluya y su Suzanne como himnos imperecederos de época. Pero está, sobre todo, su entrañable So long, Marianne, dedicado al gran amor de su vida, la escritora noruega Marianne Jensen, de quien alcanzó a despedirse poco antes de su fallecimiento, tres meses antes del suyo, prometiéndole -como cumplió- que muy pronto la seguiría. Luego vendrían la fotógrafa Suzzane Elrod, homenajeada en la célebre canción, y madre de sus dos hijos, Adam y Lorca -a quien bautizó de ese modo por su reconocida fascinación por el autor de Poeta en Nueva York- y, en los noventa, la actriz Rebecca De Mornay.

En realidad, es posible que aquel joven poeta canadiense de la contracultura nunca hubiese querido abandonar la isla griega en la que vivía idílicamente con Marianne, y de la que hubo de salir zumbando por falta de recursos. Es posible que siempre mirara hacia allí, cuando componía -en su caso sí- sus extraños poemas sensoriales sin concesiones. Fue un Ave Fénix -al punto de arruinarse del todo por la mala fe de su representante, unos pocos años antes de morir, y empezar de cero- y un coherente abanderado del eterno retorno. Un eremita gentleman, en la misma proporción inhibido e histriónico, sin abandonar por ello la generosidad y la empatía. Acaso, Leonard Cohen es el silente profeta retropregresivo de un futuro misticismo pragmático, que fusionó, con suma extrañeza, los ritmos de Nueva Orleans con el mantra tibetano. No se puede ser, desde Quebec -o California- más universal, aunque el mensaje sea sombrío: "He visto tu bandera en el arco de mármol (?) es un frío y roto aleluya".

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