La pregunta que encabeza estas líneas la recoge el periodista Premio Pulitzer Paul Watson ?canadiense de 1950, curtido en contar los más duros conflictos bélicos actuales? y la formuló James Reid, el que fuera ballenero y "maestro del hielo" en una carta dirigida a su mujer. Y añadía: "Demostraré que no temo por mi vida". La perdió, como los demás componentes de la expedición que comandara Sir John Franklin en 1845, en busca del llamado "Paso del Noroeste". Dicen algunos investigadores que un cadáver encontrado no ha mucho en buen estado de conservación es el de Reid. Aún se sigue buscando el cuerpo de Franklin. Y aún se sigue escribiendo sobre esa historia en la que están presentes "el valor y la insensatez, el orgullo y la ambición desmedida, el ingenio y la coincidencia". Hasta 2014 no apareció el pecio del Erebus, una de las dos bombardas. Dos años más se tardó en encontrar el Terror, la segunda. Oscuridad y Terror, nombre premonitorios. Se sigue hoy mismo buscando. Una partida tras otra para hallar los restos que expliquen de una vez la causa de aquella mortandad en el desierto helado del archipiélago ártico. ¿Los mató el botulismo por comer carne en envases mal sellados? ¿Fueron el frío, el hambre y la desesperación? ¿Los engulleron los espíritus del Ártico? ¿Tuvo la culpa el canibalismo al que se entregaron tras abandonar los barcos y emprender una imposible salida a pie? ¿Qué misterios guarda aún la transmisión oral "inuit" (antes llamada "esquimal") sobre los hombres blancos que por allí vagaron, "fantasmas en el hielo"? ¿Acabó con ellos un monstruo, como sugiere de modo lamentable la exitosa serie televisiva The Terror? ¿Por qué se evanescieron todos, atrapados a la entrada del Estrecho Victoria, cerca de la Isla del Rey Guillermo? Oigamos lo que dice el jefe del equipo descubridor, también citado por Watson: "Aquí hay más misterios, algo más que empezamos a acariciar y que va más allá de la historia de Franklin. Tal vez tenga que ver con la naturaleza humana (?). Tal vez captamos cosas que no captamos más al sur. Aquí arriba hay cosas muy poderosas" (p. 460).
Mary Shelley llevó a Frankenstein a aquellas inmensidades grises, blancas, cegadoras. Dan Simmons noveló lo que a Franklin y sus 130 hombre les sucedió allí arriba. También Javier Reverte. Ahora, Paul Watson despacha en las cien primeras páginas de este ensayo el desastre de la expedición de Franklin. Pero necesita cuatrocientas más para detallarnos con a cada cual más espeluznante matiz las búsquedas sucesivas, que persisten y que hacen emerger conflictos de dominio sobre aquellas aguas, sobre aquellos hielos. No olvidemos que contienen un cuarto de las reservas mundiales de hidrocarburos, amén de diamantes y otros objetos de deseo comercial. El "Paso del Noroeste" (tengan un mapa a mano, que el libro de Watson solo facilita algunos al principio) es la ruta marítima que comunica los océanos Atlántico y Pacífico a través del Ártico. Encontrarla y cartografiarla supondría para los europeos pisar la China y la India sin necesidad de bajar a doblar el Cabo de Hornos, nada menos. Hasta 1906 no se logró: el noruego Amundsen se llevó la gloria. Aún no es navegable con soltura, dicen que en el 2020. Su nombre quedará unido al de Franklin, un héroe según Watson; un patán según la ficción de Simmons. Pero también (espero), a partir de este libro apasionante (y algo desproporcionado en la distribución de materiales), a muchos secundarios, con protagonismo esencial para la viuda (que no sabía que era viuda) de sir John, empeñada en vencer la flema cobarde del Almirantazgo británico. Se hablará de John Ross, el obsesivo; del médico y explorador John Rae; de McClare; de los intentos por encontrar la ruta navegando de oeste a este; del éxtasis de quienes hallaron los restos. "El rescate de Franklin, grandioso y a la vez enormemente ineficaz, se ha considerado como la búsqueda más exhaustiva, costosa, obstinada y desdichada de la historia". Ya tenemos sobre ella el libro definitivo en español.
