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Crítica 'Rojo'

El color de la muerte

En noviembre de 1958, el pintor expresionista Mark Rothko hizo algo inusual en un misántropo como él, dar una conferencia en el Instituto Pratt de Brooklyn en la que habló del arte como oficio y ofreció a sus oyentes la fórmula para crear una obra de arte. Primero tendría que haber una clara preocupación por la muerte, a la que se añadiría mucha sensualidad, tensión, ironía, ingenio, juego, algo efímero, un poco de azar y finalmente un diez por cien de esperanza para hacer que el resultado fuera soportable. Según él, cada vez que pintaba un cuadro medía esos ingredientes con mucho cuidado.

La fórmula está inspirada en El nacimiento de la tragedia de Friedrich Nietzsche, un texto clave del teatro, y precisamente por ello, esos mismos elementos son los que componen el argumento de Rojo, un drama que como la obra de Rothko está basado en la tesis principal del libro de Nietzsche.

Según el filósofo, dos grandes fuerzas opuestas producen el arte: la dionisíaca y la apolínea. La primera está representada fielmente por Juan Echanove y la segunda concienzudamente por Ricardo Gómez, únicos intérpretes de la obra, en la que al igual que los conceptos que encarnan están en constante lucha, y su reconciliación sólo se logra en algunos breves instantes. Como Apolo, Ricardo Gómez representa la razón, la sobriedad, la serenidad, la moderación, la prudencia, mientras que Juan Echanove, en la piel de un Rothko dionisíaco, encarna justo lo contrario, el instinto, la embriaguez, el apasionamiento, el exceso, la imprudencia.

Al mismo tiempo Rojo, como su propio nombre indica, se mueve alrededor de la preocupación de Rothko de que llegara el día en que el negro terminase tragándose al rojo en sus cuadros, porque todo sucede durante su última fase artística, en la cual la expresión espiritual que pretendía plasmar sobre el lienzo se estaba volviendo cada vez más oscura. Sus brillantes colores estaban cobrando progresivamente tonalidades sombrías, grises y negras, lo cual lo alarmaba porque vaticinaba su trágico final.

Por eso, la excusa argumental de Rojo la constituye uno de sus últimos encargos, pintar los murales que decorarían el exclusivo restaurante neoyorquino Four Seasons, lo cual constituyó, a decir de muchos, el encargo más caro en el mundo del arte desde la Capilla Sixtina, y que canceló tras tres años de arduo trabajo.

¿Por qué? John Logan, autor de Rojo, no aporta una respuesta satisfactoria, porque aunque recree su atormentada búsqueda de inspiración, que le llevó incluso a viajar a Florencia para visitar el vestíbulo de la Biblioteca Laurenciana, no cuenta que aquella fue la primera vez que se vio ante el reto no sólo de diseñar una serie coordinada de pinturas, sino de producir una obra para un gran interior que abarcase todos sus espacios.

Asimismo el dramaturgo estadounidense cae en otro error al otorgar excesiva importancia a lo que supuso para Rothko el relevo artístico del expresionismo por el pop art, que no debió afectarle tanto como se asegura en la obra, ya que no sólo odiaba la fama, sino que sufría remordimientos por haber obtenido el reconocimiento oficial.

A destacar la selección musical de Gerardo Vera, porque la actuación se ve acompañada por extractos de La séptima sinfonía, de Beethoven, La pasión según San Mateo, de Bach y piezas de Mozart, Schumann y Schubert.

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