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Entrevista | Teresa Sosa

"Pretendo exaltar y rendir un homenaje a las tiendas de aceite y vinagre"

"Se siguen abriendo estos establecimientos simulando la forma de atender, el mobiliario o la decoración antigua", manifiesta la maestra y escritora

La maestra y escritora Teresa Sosa con un ejemplar de su libro. J. PÉREZ CURBELO

Es curioso su enfoque de las tiendas de aceite y vinagre con una dimensión sociológica y otra entrañable. ¿Qué la llevo a elegir este tema?

Yo ya de pequeña me crié en una tienda de aceite y vinagre, en el barrio de Schamann, concretamente en la calle Pedro Infinito, número 110. Ahora de mayor me he dado cuenta del gran legado de estos comercios, así que decidí para escribir el libro recorrerme la Isla y encontrarme de nuevo con esos tesoros de la infancia.

¿Cree realmente que esos pequeños comercios familiares de Gran Canaria guardan vínculos tan estrechos con sus clientes?

Fundamentalmente sí. La tiendas de aceite y vinagre para mí y mucha otra gente, no sólo dispensan alimentos. Las personas que despachaban en la tienda comían antiguamente de sus propios productos, y existía también el sistema del fiao mediante el que muchas familias que vivían cerca del comercio pudieron subsistir. En la pequeña crónica que realizo en el libro todo el mundo me comenta el encuentro social de la gente del pueblo o barrio en la tienda. No sólo se iba a comprar sino a hablar del día a día, de la política, la salud o de los nuevos nacimientos o defunciones.

Según su detallado catálogo, son verdaderas supervivientes de los súper, los hiper y las franquicias multinacionales. ¿Cuánto tiempo cree que pueden perdurar?

Antiguamente existían en una calle casi 60 tiendas. En la Isleta, por ejemplo, se llegaron a ubicar 100. Era el tipo de negocio que había. No existía una especialización sobre el tipo de alimentos. Vendían además, materiales de construcción, de ferretería o calzado. Con el paso del tiempo y la especialización de los comercios estas tiendas se quedaron un poco encorsetadas. Ninguna de las que he visitado me ha dado esperanza de futuro. La generación que las está llevando ahora será la última en mantenerlas abiertas. Me han contado los propios dueños que si a algún familiar le interesase seguir con el negocio no se lo aconsejarían por el trabajo detrás del mostrador, el esfuerzo por mantenerlo y los madrugones.

Fueron lugares de reunión, incluso de tertulia, y focos informativos para el barrio con detalles muy generosos con los clientes en dificultad económica, etc. ¿Los definiría como instituciones sociales espontáneas ?

Definiría a quienes despachan como gentes con gran amabilidad. Lo he visto en las 37 tienditas que participan en este libro, donde me han recibido calurosamente como a su clientela. En una tienda en La Aldea me comentaron que mucha gente no iba a comprar sino a visionar los bandos que colocaba el ayuntamiento antiguamente para dar comunicaciones al pueblo. Son centros neurálgicos, que permanecen en la memoria colectiva de un pueblo.

Es evidente el cariño con que los describe. ¿Los ha vivido o los vive en su realidad?

Sí las vivo. Para mí son como casas de muñecas. Me he criado además en una tienda de aceite y vinagre. Veía como se despachaba, como entraban las personas y como contaban sus anécdotas y vivencias. Ahora de mayor valoro más ese mostrador de mampostería, ese tipo de puertas y de vitrinas. Pasada mi infancia quiero volver a recordar lo que hacían Paquito Saavedra y su hija Yolanda en su tienda, por ejemplo. De hecho el libro refleja las emociones de los tenderos a su lado del mostrador cuando se comunican con los clientes y en qué consiste el trabajo en una tienda. Busqué para mi obra el valor de esos comercios. Aparecen opiniones del barrio de Schamann de vecinos y vecinas que compraron en la tienda de Saavedra y rememoran aquella época y los productos que se llevaban.

Usted cataloga en el libro 37 (38 contando con la de su familia) tiendas de aceite y vinagre con sus nombres, fotos, detalles de mercancías, ubicación en la Isla e incluso líneas de guagua para llegar a ellas. ¿Su propósito es salvarlas de la desaparición incitando la curiosidad y el interés ciudadano?

El propósito es el de ubicarlas, exaltarlas, valorarlas y hacerles un homenaje. Si los tenderos y tenderas no me hubiesen abierto las puertas y contado sus anécdotas no habría podido escribir el libro, de modo que son los verdaderos protagonistas de mis crónicas. Descubrí en mis visitas datos históricos como que una tienda en Fontanales tuvo el primer teléfono del pueblo y que la señora que despacha es la encargada de doblar y repicar las campanas para que los lugareños estén informados de que ha fallecido un vecino. La misma señora dispensa cualquier tipo de producto, incluso los que no tiene en el establecimiento en ese momento. Esa amabilidad y vínculo con el pueblo me gustaría que no se perdiese. Deseo que mis lectores cojan la guagua y visiten y sientan esos comercios.

Estos pequeños despachos de toda clase de pequeñas cosas cotidianas, ¿cuántos años de vida suelen tener?

La mayoría de las tiendas que he encontrado han abierto por los años 60. Otras más nuevas, en los 80. La del valle de Agaete llamada Los Ruanos tiene un colorido llamativo. Quien la regenta, Tinita, tiene como predecesores a varias generaciones hasta sus bisabuelos. Data de 1800.

¿Cómo convencería a las generaciones jóvenes de que merece la pena conservar el negocio de sus padres y abuelos?

Las inquietudes de los jóvenes de hoy en día no son las mismas de antes porque el mundo evoluciona muy rápidamente. Tiene que haber un vínculo familiar muy fuerte o una situación de paro muy acentuada para que esa persona decida llevar la tienda. De todas formas, se están abriendo tiendas de aceite y vinagre simulando el tipo de decoración, mobiliario y maneras de atender aunque sigan creciendo las grandes superficies. Por ejemplo, la de la calle Cano o la de Los Corrales que se cerró para reformas y se ha vuelto a abrir manteniendo la apariencia de estos viejos comercios. Tienden a desaparecer los clásicos y otros nuevos los intentan recrear pero con otro tipo de producto y otros tipos de conservación y refrigeración de alimentos. El libro al final, trae una propuesta didáctica, una serie de ejercicios, para que los jóvenes conozcan estos establecimientos. De hecho, aparte de escribir yo soy maestra del colegio Pepe Dámaso.

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