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Crítica | 35 Festival de Música de Canarias

Música rusa en manos de rusas, con un fenómeno chinoamericano

La Orquesta Filarmónica de San Petersburgo, Sinaisky y el pianista George Li, en el Auditorio Alfredo Kraus. tony hernández

Con un típico programa de gira, la Filarmónica de San Pertersburgo (heredera de la Filarmónica de Leningrado y de su mítico director Eugene Mravinsky) ha demostrado una vez más que el sinfonismo ruso suena en toda su esencia cuando tiene buenos intérpretes rusos. Con una peculiar ubicación de la plantilla en el escenario, el maestro Vassily Sinaisky, que sustituyó por enfermedad al titular Yuri Temirkanov, viejo amigo de Canarias, sacó una plantilla de arcos superior en número al "canon" de 60 atribuido a la gran orquesta romántica. Diez contrabajos y doce violonchelos dan idea de la profundidad de foco de la gran sección de cuerdas, magníficas como el resto de la plantilla.

Ardoroso en el concepto y asombroso en la perfección técnica, el joven pianista George Li (23 años) hizo con sensibilidad, grandeza de aliento y un sonidazo de lujo el muy asenderedado Primer concierto op.23 de Tchaikovsky. Guste la obra más o menos (y parece que más, a tenor de las clamorosas ovaciones en un Auditorio que agotó las localidades), el solista estuvo deslumbrante, con las dificultades vertiginosas de la partitura perfectamente resueltas, así como bien expresados los escasos episodios cantables. Un verdadero atleta y un artista de primera magnitud, en la estela del gran Lang Lang (aunque nacido en Boston). Deliciosa la página del Orfeo de Gluck que dio como bis.

Fue exacta y leal la parte orquestal en la obra anterior, pero Sinaisky desplegó su gran clase en la Segunda Sinfonia op.27 de Rachmaninov, admirablemente interpretada. La trabajadísima estructura y la riqueza temática de esta gran epopeya sonora, la mejor producción orquestal del autor, estuvo presente con todas su cargazón, sus morbos congestivos, sus neuras y sueños, su colosal exigencia expresiva y, por supuesto, la poética tardorromántica de sus melodías. Inenarrable el celebérrimo adagio.

Inspirados a tope el director y los instrumentistas, levantaron otra ovación entusiasta, premiada con un fragmento de las Varia ciones Enigma, de Edward Elgar.

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