Los enredos oníricos, corrosivos y existencialistas del teatro de Miguel Mihura reviven en las tablas de la Sala Insular en la piel de la veterana compañía Antígona, integrada por personas ciegas o con discapacidad visual, que representan a la galería de personajes de la tediosa burguesía de los años 30 del pasado siglo XX en el montaje El caso de la mujer asesinadita (1946), que encarnan con los ojos de la disciplina, la memoria y amor por el teatro.

Esta versión integradora de una de las obras maestras de la primera etapa teatral de Mihura, dirigida y adaptada por la actriz Blanca Rodríguez, al frente de Antígona desde 2016, condensa en 60 minutos esta hilarante concatenación de episodios en tres actos que gravita sobre "percepciones extrasensoriales y pasiones que concluyen más allá de la vida", en palabras de Rodríguez.

Su estreno coincide con el trigésimo aniversario de esta compañía de teatro vinculada a la Once, fundada en 1988, que atesora una destacada trayectoria en la escena local, nacional e internacional, apuntalada por su participación en festivales como Tres Continentes (Agüimes), el de Actores Ciegos de Zagreb (Croacia) o el de Almagro (Ciudad Real), y distinguida con el Premio Max en 2013 junto al resto del movimiento teatral aficionado de la Once.

Superación

El caso de la mujer asesinadita conmemora un sendero de superación a lo largo de tres décadas con este montaje singular que superó las constricciones de la censura franquista con su estreno absoluto en el Teatro María Guerrero, en Madrid, en 1946.

Precisamente, el recorrido de este inmueble centenario, que hoy aloja la sede del Centro Dramático Nacional (CDN) junto con el Teatro Valle-Inclán, está salpicado por distintos hitos ligados al Archipiélago, tal como recordó ayer Oswaldo Guerra, director de Cultura del Cabildo de Gran Canaria, dado que Benito Pérez Galdós estrenó en sus tablas sus obras teatrales Alceste (1918) y Santa Juana de Castilla (1918), y en su escenario debutó como cantante lírica la ilustre sinsombrero grancanaria Josefina de la Torre, donde acabaría siendo primera actriz desde 1940, y cuyo hermano Claudio de la Torre ostentó la dirección del propio coliseo entre 1952 y 1960.

Y en el ejercicio de un talento interpretativo guiado por la mirada interior, los componentes de Antígona han consagrado a la compañía entre los grupos de teatro aficionado más consolidados de la escena canaria, si bien su directora suscribe que "más que meros aficionados, son actores ciegos que trabajan por la integración social". Además, algunas de sus actrices, como Eloísa Peña o Sandra Pérez, han curtido su carrera al abrigo de Antígona a lo largo de 25 y 15 años, respectivamente. "Creo que la palabra profesional se aproxima más a la realidad que la de aficionado", apuntó Rodríguez, quien apostilló que "a veces, los actores que vemos somos más ciegos".

Al respecto de su trabajo con Antígona, la directora y actriz destacó que "no es lo mismo trabajar con personas ciegas o con una discapacidad visual grave que con personas que no lo son, pero es una cuestión de trabajo". "El actor ciego es a veces mucho más disciplinado por la sencilla razón de que necesitan muchas más referencias y se entregan más al trabajo meticuloso, ya que crea su propia cámara negra y la rellena con medidas, con referencias auditivas y de marcas especiales", explicó, citando como ejemplo el caso de Pino Martín, una de las actrices fundadoras de Antígona. "Pino es ciega de nacimiento, así que sus referencias son diferentes, porque nunca ha visto los gestos", explica Rodríguez, "por tanto, ella se imagina esa gestualidad y eso es lo que la hace especial y diferente, y hace ese trabajo creativo mucho más puro, porque no tiene más referencias que su propia creatividad y eso se acerca mucho más a lo que es el arte".