La Provincia - Diario de Las Palmas

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Mujeres al borde de un ataque de necios

Para muchas autoras, "no existe una literatura femenina; lo importante es darles más y mejor visibilidad a las obras escritas por mujeres"

La escritora palmera Leocricia Pestana Fierro. LA PROVINCIA/DLP

Decía José Ángel Valente que la producción poética de la España del siglo XIX era de una mediocridad tan palmaria y pasmosa -con la rigurosa excepción de Rosalía de Castro y Gustavo Adolfo Bécquer, matizaba; curiosamente una mujer y un hombre-, que sus autores podrían figurar "en un listín telefónico donde todos se llamaran Fernández". Otro tanto ha podido decirse de la poesía isleña de aquel siglo, a menudo imbuida de un folclor retórico y almibarado, con la excepción de algunos emblemas de Nicolás Estévanez y, sobre todo, de la obra del parnasiano lagunero Manuel Verdugo Bartlett, tan rigurosamente exaltado por María Rosa Alonso. Sin embargo, en fechas recientes han salido a la palestra una veintena de poetas canarias del Romanticismo, que en su mayoría persisten en el desconocimiento absoluto; pues la práctica totalidad no publicó un libro en vida, y de muchas de ellas no sólo no se conserva ningún retrato, sino que ni siquiera se conocen las fechas exactas de su biografía.

"Algunas de estas poetas, como Mercedes Letona o Ángela Mazzini, entre otras, tienen una obra de una calidad muy superior a la de la mayoría de sus reconocidos colegas masculinos del siglo XIX", subraya el poeta y filólogo Eugenio Padorno, quien, a partir de un trabajo de investigación aún inédito, en el que rastrea esa abultada nómina de vates anónimas, ofreció una conferencia monográfica en la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino.

A la cabeza se hallan, en efecto, Mercedes Letona de Corral (Montevideo, Uruguay, 1803 - Santa Cruz de Tenerife, 1831), y Ángela Mazzini (Cádiz, 1809 - Santa Cruz de Tenerife, 1894). La primera -explica Padorno- tuvo "una biografía muy breve y muy trágica, que reflejará en sus versos, vehementes y angustiados"; en ellos se entremezcla el amor no correspondido con las ideas independentistas que trae de su infancia en Uruguay a Tacoronte, donde morirá de tuberculosis a la edad de 27 años. "Letona es, además, una pionera en marcar el paso del Neoclasicismo al Prerromanticismo en el legado de la lírica insular", explica. Respecto a Mazzini, una de las más longevas, subraya que practica una poesía "de corte religioso, pero con un gran sentimiento republicano, adscrita a un cierto naturalismo".

No obstante, si Valente hablaba de un listín telefónico con apellidos monocordes para inventariar al conjunto de los poetas decimonónicos, donde cabría insertar también a la mayoría de los vates insulares del Romanticismo, el inventario de aquellas escritoras es tan borroso y precario, y está tan plagado de interrogantes, que, de momento, semejaría ser la relación de un anticipado campo de exterminio... Por orden cronológico, tan sólo la decana del listado, Agustina González Romero (Las Palmas de Gran Canaria, 1820 - 1879), cuenta con cierta popularidad, con su sobrenombre de La Perejila, a causa de su satírico folclorismo, difundido por Néstor Álamo. Tras ella, la relación la conforman, con importantes lagunas biográficas:

Victoria Ventoso y Cullen (Puerto de la Cruz, 1827 - 1910); Candelaria García Hervás (Lanzarote, 1832 - ¿?); Cristina Pestana Fierro (La Palma, 1834 - 1860); Dorotea Vizcaíno (La Palma, 1835 - 1899); Isabel Poggi Borsoto (Santa Cruz de Tenerife, 1840 - ¿Santander?, ¿?); Isaura de las Casas Martín (La Palma, 1849 - La Laguna, ¿?); Lía Tavío (Puerto de la Cruz, 1874 - Las Palmas, 1965); Bohemia Pulido Salazar (La Gomera, 1897 - ¿?); Carmen González del Castillo (La Orotava, ¿? - Madrid, 1905); Victorina Bridoux y Mazzini, (Manchester, Inglaterra, 1835 - Santa Cruz de Tenerife, 1862); Ana Laso de Curbelo (Lanzarote, ¿? - ¿?); Dolores Stanislas (Santa Cruz de Tenerife, ¿ ? - ¿?); Francisca Fleitas (Santa Cruz de Tenerife, ¿ ? - ¿?); Ramona Pizarro (Santa Cruz de Tenerife, ¿ ? - La Habana, ¿?), y María del Carmen del Pino de la Cruz y Penichet (Santa Cruz de Tenerife, ¿? - La Habana, ¿?).

En realidad, para que una poeta canaria adquiera cierto reconocimiento social hay que aguardar hasta la aparición de Josefina de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria, 1907 - Madrid, 2002), ya en el siglo XX. Entre una abultada relación de poetas varones del 27, De la Torre fue una de las dos únicas mujeres, junto a Ernestina de Champourcín, que Gerardo Diego incluyó en su célebre antología Poesía Española (1915 - 1931), en 1934. Sumida, a partir de los años sesenta, en un largo silencio editorial, y recluida en su modesta casa madrileña de la ribera del Manzanares, su fi-gura sólo sería recuperada, en el último cruce de siglos, con sendos seminarios de homenaje y un documental, por la periodista Alicia Mederos. Resulta más que una curiosa premonición, con respecto al mes del Día de la conmemoración de la Mujer, que uno de sus libros emblemáticos se titulara Marzo incompleto. "No tenía principio ni fin", dice en esos versos, para re-clamar: "¡Ay, yo hubiese querido / que como rueda libre / del recuerdo, este marzo girara! / Yo lo tengo prendido entre mis sienes. / ¡Haber sido una vez / círculo de este anhelo! / ¡Girar constantemente / por el mismo momento!"...

Al contrario que Padorno, quien, en sintonía con la tendencia actual, prefiere hablar de "las poetas", y no de "poetisas" -ya que éste se le sugiere un término obsoleto y un tanto despectivo, como de "versificadoras de ocasión", afirma-, Josefina de la Torre declaraba, en su día, sentirse a gusto en la distinción de la voz "poetisa" -en tanto no existan los "poetos", ironizaba. "Rondo por las oscuras paredes de mi misma, / interrogo al silencio y a este torpe vacío / y no acierto en el eco de mis incertidumbre. No me encuentro a mi misma", confesaba también en Marzo incompleto, para concluir: "Y rondo por las sordas paredes de mi misma / esperando el momento de descubrir mi sombra". Con sus apóstrofes y dubitaciones, aquella "muchacha-isla", como la llamó Pedro Salinas, delimitaba una cierta senda de la poesía escrita por mujeres que, aún hoy, continúa vigente. Prevalece en ella el tanteo frente al desacomodo y el hiato que le produce la realidad circundante; son los de una voz que, aun auscultándose a sí misma, sí sabe que no quiere ser lo que de ella se espera.

En De procura de lo imposible' (1998), uno de sus últimos poemarios, la reciente Premio Cervantes, Ida Vitale (Montevideo, 1923), hace fruncir de este modo, por ejemplo, el ceño de sus versos: "La mirada se acuesta como un perro, / sin siquiera el recurso de mover una cola". Pionera, en su propia biografía, en formar pareja con un hombre al que le doblaba la edad, en los años 70 (el también poeta y uruguayo Enrique Fierro, con quien se unió cuando el tenía 22 años y ella cuarenta, en una relación de más de medio siglo, hasta la muerte de él, en 2016), Ida Vitale se reivindica así en un verso: "Ser humano y mujer, ni más ni menos", y llama y se llama a sí misma a la indulgencia: "Disfrutar del error y de su enmienda", proclama en el poema "Penitencia".

Muchas de las poetas españolas de hoy día, en edades transversales, coinciden en sondear sus señas de identidad desde un cierto borrón y cuenta nueva, frente al sometimiento, y acusando la sensación de recibir un perpetuo cambiazo en la expectativa de las ambiciones y los afectos. "Empiezo a ser la arqueóloga de mi misma", proclama en su último poemario, Habitarás la luz que te cobija (ed. Ars poética), la gallega Beatriz Hernanz (Pontevedra, 1963), para reivindicar que "Yo soy el rostro de lo que no te olvida".

O "Porque queríamos pan nos dieron mundo", afirma en su reciente Plétora (Amargord), Arantxa Romero (Madrid, 1990), agregando que "En el principio estaba la repetición". Y define el erotismo, indisociable del cuerpo del poema, como "Ese vigor opaco / donde lo sensual se amontona". En ambos procesos eróticos, "? no se distingue una mano de otra / casi no hay piel sino pulsación / tumulto / palpitación". Y concluye la autora de 'Plétora': "Sí: ahora lo comprendo todo / yo soy la que desea y el deseo mismo / un abrir y cerrar de boca eso era / aliento que expira tras / derribar el bastión de otro cuerpo / ínfimo movimiento circular / a la izquierda del pecho".

La también Premio Cervantes María Zambrano desestimaba la existencia de una literatura propiamente femenina, cuando, muy por el contrario, la auténtica escritura aspira a diluir -apuntaba- no sólo los géneros literarios, sino también los humanos. Su cometido es alcanzar lo que denominaba el principio de la "androginia primordial", al punto de que, en los logros más intensos, los géneros se abolen, como en el caso de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, cuyas obras -estimaba- resultan intercambiables. No lejos de esas tesis, la narradora Elisa Rodríguez Court (Las Palmas de G.C., 1959) expresa: "Distingo entre la necesidad de visibilizar y reconocer la literatura de mujeres escritoras y la llamada literatura femenina, que no me parece una definición acertada. Entre otros motivos, porque en su defensa se abre la puerta a libros mediocres". Para la autora de Decir noche (ed. Eutelequia), lo importante es "hablar de calidad literaria y de literatura como la voz imparcial que los escritores, sean hombres o mujeres, dan a las más diversas cuerdas y a las más antitéticas pasiones. Los buenos escritores, me parece, son aquellos cuya perspectiva abarca 360 grados y se esfuerza por llegar al alma de las cosas. ¿Qué mejor muestra de ello que Anna Karenina y Madame Bovary, salidas de la pluma de hombres escritores?".

Por su parte, la poeta Verónica García (Las Palmas de G. C., 1967) opina que "existe una manera de reflexionar y entender el mundo desde la feminidad; pero no es un discurso exclusivo de las mujeres. La literatura no tiene género. Sí reivindico el lugar que corresponde a tantas escritoras, filósofas y artistas que han estado eclipsadas, e incluso silenciadas, por un sistema patriarcal, pero no como género dedicado a la literatura, sino como parte de la universalidad creadora". En su poemario Fuego de nadie (ed. La Palma) reivindica un lenguaje -y una lengua- sin tapujos, con cierta obscenidad sexual simétrica a la utilizada secularmente por escritores. "La verdad es un diamante / que reposa en mi sexo abierto / su grosor lo mide tu puño cerrado", sugiere, retadora, y tras anunciar que "Me miro en tus ojos sin condón", confiesa, por ejemplo, que "Separo las piernas y caen las pupilas / del amante, al fin secas: bolitas de amor para el juego de un gato" [...] "No voy a parar hasta hacerte de nieve y congelar tu figura como souvenir salado", dice, cosificando al amante de ocasión.

Pero lo necesario ahora es devolverles la voz y el nombre propio al elenco de poetas románticas de las Islas. "Son las pioneras entre las escritoras de las Islas, que casi dos siglos depués, en su mayoría, padecen un injusto anonimato", subraya Eugenio Padorno. Entre las poetas con una calidad de obra que podría superar, o al menos codearse, con las de sus coetáneos masculinos -"ampliamente divulgados y estudiados: en eso consiste el agravio", apostilla- Eugenio Padorno destaca también a las poetas Dolores Millares Cubas (Las Palmas de G.C, 1832 - 1880), "una adelantada, por cierto, en la práctica del espiritismo" , y a Fernanda Siliuto Briganty (La Laguna, 1834 - Puerto de la Cruz, 1859), fallecida con apenas 25 años. Asimismo, le merece especial atención la calidad de los poemas de Cesarina Bento Montesino (La Gomera, 1844 -1910) y de Leocricia Pestana Fierro (La Palma, 1853-1926), "una mujer muy culta, 'amante de la libertad', y volteriana, como de ella dijo Sebastián Padrón Acosta".

El investigado ofrece el gélido dato de que, "con la sola excepción de Ramona Pizarro -y, tal vez, María del Carmen Pino de la Cruz y Penichet, que emigra a Cuba- ninguna otra llegó a publicar un libro en vida, y sólo sabemos de su existencia por los poemas publicados en la prensa periódica".

"No figuran en las antologías al uso de la poesía insular del siglo XIX", recalca, para alertar de que tan sólo en los ultimísimos años, ya en este siglo, se ha venido exhumando el legado poético de unas pocas de aquellas mujeres; el resto aún constituye un signo no visible. Aquí sí que the rest is silence...

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